Gervasio Sánchez1
Hace dos años mi amiga Elisa Pavón me pidió por correo electrónico un currículo actualizado. Como estaba en Afganistán bastante volcado en un proyecto documental sobre el drama que sufre la inmensa mayoría de las mujeres y niñas afganas, se lo envíe sin preguntarle para qué lo quería.
Nunca olvidaré el detalle de Elisa, emparentada con el fotógrafo Juantxu Rodríguez muerto en Panamá en diciembre de 1989 por disparos de soldados estadounidenses, de presentar mi candidatura a este prestigioso premio [Jaime Brunet].
Cuando el 10 de diciembre la vicerrectora de proyección universitaria Eloísa Ramirez me comunicó que era el ganador, lo primero que hice fue mirar la lista de premiados en las anteriores convocatorias y, unos minutos después, me estaba preguntando qué hacía yo en una lista tan prestigiosa.
Cuando se dan este tipo de circunstancias no resta más que ser pragmático y conformarse con la resolución del jurado soberano.
Sólo me quedó buscar paralelismos con los demás premiados, quizás para convencerme de que mi nombre no rechinaba tanto como pensé al principio.
Hoy les tengo que decir que es difícil encontrar una lista de premiados con los que me sientan más cómodo y les voy a contar por qué.
Soy miembro de Amnistía Internacional desde enero de 1983 cuando tenía 23 años, estudiaba cuarto de periodismo en la universidad y apenas éramos 500 socios en toda España. Hoy son 70.000.
Mi relación con esta organización humanitaria, a la que ustedes entregaron el primer premio Jaime Brunet en 1998, modeló mi manera de vivir y sufrir el periodismo y la fotografía.
Manos Unidas, a las que ustedes otorgaron el premio en 2004, me ayudó a financiar Vidas Minadas, uno de mis proyectos fotográficos de mayor recorrido y envergadura, que documenta el impacto de las minas antipersonas contra la población civil en diferentes países del mundo.
En agosto de 1995 dormí en Mostar en plena guerra en la habitación que utilizaba Mercedes Navarro en la sede de Médicos del Mundo dos meses y medio después de que fuera asesinada. Ustedes le entregaron el premio diez años después, en 2005.
He trabajado varios años en el proyecto de rehabilitación de niños soldados que dirigió Chema Caballero en Sierra Leona, el mejor proyecto que he conocido sobre esta temática. Llegué a escribir un libro literario sobre esa experiencia y publiqué otro libro fotográfico. Coincidir en la lista de premiados con alguien al que quiero como a un hermano es un gran honor.
Mientras trabajaba en mi proyecto Desaparecidos, en la Fundación de Antropología Forense de Guatemala, me contaron que el padre Jon Cortina sufrió un infarto cuando observaba cómo los forenses guatemaltecos ordenaba los restos de varios esqueletos de mujeres y niños exhumados más de 20 años después de haber sido asesinados.
Unos días después, el 12 de diciembre de 2005, el padre Jon Cortina murió como consecuencia de aquel desgarrón de dolor que sintió ante tanta violencia gratuita.
He visitado varias veces su tumba en la Universidad Centroamericana donde también están enterrados los otros seis jesuitas asesinados en noviembre de 1989 en El Salvador.
Ustedes le concedieron el premio en 2007 y estoy seguro de que la Fundación Probúsqueda dedicó la dotación económica a encontrar a tantos niños de corta edad arrancados a sus padres y utilizados para adopciones ilegales durante la guerra civil. Lo que ha hecho esta fundación en El Salvador es impresionante.
Con Yoani Sánchez coincidí el año pasado en Granada. Era la primera que nos veíamos, aunque fuimos premiados en 2008 con los Premio Ortega y Gasset. Ella no consiguió el permiso de viaje del gobierno cubano para recoger el premio.
Los integrantes de Brigadas Internacionales de Paz son personas de gran fortaleza moral y ética que evitan que activistas de derechos humanos, sindicalistas, abogados, periodistas, sean asesinados impunemente en varios países del mundo. En 2002 hice un gran reportaje en Colombia sobre su trabajo y lo titulamos Ángeles de verdad.
Durante 20 años he trabajado en los centros ortopédicos del Comité Internacional de Cruz Roja en varios países y he visto a miles de personas amputadas ser tratadas con la dignidad que se merecen.
A los demás premiados, Akim Birdal, Cristina Cuesta, Dalai Lama, Cecilio de Lora, Carolina Agudelo, Jurgen Habermas, Natty Petrosino, también les tengo un gran respeto.
Con su permiso quiero dedicar este premio a Juantxu Rodríguez (muerto en Panamá en 1989), Jordi Pujol (muerto en Sarajevo en 1992), Luis Valtueña (muerto en Ruanda en 1997), Miguel Gil (muerto en Sierra Leona en 2000), Julio Fuentes (muerto en Afganistán en 2001), José Couso y Julio Anguita Parrado (muertos en Irak en 2003) y Ricardo Ortega (muerto en Haití en 2004).
Todos ellos murieron o fueron asesinados mientras ejercían el periodismo con mayúsculas en la delgada línea que separa la vida de la muerte. Todos ellos embellecieron, fortalecieron y dignificaron este oficio tantas veces pisoteado por hombres y mujeres sin escrúpulos que, desde sus puestos directivos, se dedican a defender a cualquier precio los intereses enmascarados de sus empresas periodísticas.
Es doloroso recordarlos cuando ves cómo el oficio más bello del mundo vive su etapa más confusa y oscura en un estado de mercantilismo permanente que destruye como un virus letal los principios sagrados por los que muchos quisimos ser periodistas desde la infancia.
La prensa española está tan domesticada que ya no hay nada que se parezca al periodismo de investigación. Nos enteramos de la corrupción política y del desfalco bancario con años de retraso.
¿Dónde estaban los periodistas especializados cuando personas sin escrúpulos se estaban enriqueciendo o asaltando las arcas del estado?
Yo les aseguro que estaban y sabían, pero callaban. Las entrevistas menos exigentes a empresarios, políticos, banqueros, se han hecho en este país cuando más saneadas estaban las arcas de los medios de comunicación. Los periodistas comenzaron a autocensurarse mucho antes de que políticos y banqueros los presionasen.
La crisis de identidad, un estoque de muerte para nuestro oficio, empezó cuando directivos de medios reían las gracias a quienes inflaban la tarta publicitaria. Muchos rehúyen hoy de tipejos como Miguel Blesa como de la peste, pero ahí están las miles de fotografías de este personaje que representa la corrupción institucionalizada con la flor y nata de la política, el empresariado y el periodismo cuando se mostraba en todo tipo de actos públicos como el virrey bancario de Madrid.
Vivimos una época curiosa, extremadamente cínica en mi profesión. Periodistas que mantuvieron estrechas relaciones con los poderes fácticos y que se encargaron de promocionar los intereses de sus amigos políticos y económicos se disfrazan ahora de paladines de la independencia.
La vida de un periodista empieza en la cuna y acaba cuando agoniza en la cama. Lo que vale es TODA LA VIDA. Cuenta lo que hizo cuando era un responsable de un diario con intereses políticos y económicos. Cuenta las veces que no fue capaz de enfrentarse a la maquinaria infernal y prefirió no publicar historias que colisionaban con intereses ajenos al periodismo.
Las biografías periodísticas son una secuencia de etapas y vivencias, a veces labradas al calor de traiciones. Me molesta aquellas biografías sesgadas que sólo muestran la parte endulcorada.
Hay periodistas que han estado años en puestos claves de los medios de comunicación, han callado todo lo que ocurría y han mandado temas importantes a la basura. Cuando se han ido del medio (por un ere o un despido improcedente) se han llevado una sabrosa indemnización (todavía ocurre) y, es, entonces, cuando empiezan a despotricar.
Acusan al medio de haber censurado informaciones cinco o diez años antes, con un retraso inaceptable, y empiezan su etapa independiente.
Con un buen pellizco en el bolsillo hablan de otras formas de periodismo. Ha sido capaces de callar cuando han echado a otros compañeros en el pasado, han sido insolidarios con los colaboradores, siempre maltratrados económicamente salvo si perteneces a la espina dorsal del medio y cuentas con el favoritismo de la empresa.Y ahora se ponen a dar lecciones de moralidad y ética periodísticas.
Con todos mis respetos esta forma de actuar, más común de lo que pensamos, no tiene nada que ver con la independencia, la valentía o la solidaridad.
Yo les digo: por favor, hagan lo que quieran, pero no manoseen conceptos sagrados que refuerzan la integridad moral de un periodista.
Llevo toda mi vida trabajando en zonas oscuras del planeta donde ocurren hechos inenarrables. En estas últimas semanas he explicado la guerra a través de mis imágenes a estudiantes de institutos.
Tengo serías dudas de si vale la pena hacer este tipo de trabajos didácticos. Pero me gusta hacerlo y siento que es mi obligación.
Acompañar a menores mientras se enfrentan a la violencia descarnada y desnuda. Contarles que ellos serían niños soldados y ellas esclavas sexuales si hubiesen tenido la desgracia de nacer en otro contexto, otro país, otro continente o en otra época.
Recordarles que en Europa ha habido guerras letales hasta hace setenta años, guerras de religión de más de cien años dirigidas por fundamentalistas cristianos, ahora que sólo se habla de fundamentalismo islámico.
Explicarles que no existe ninguna época histórica sin violencia y recomendarles rebobinar la historia y retroceder siglos o milenios sin tienen dudas de los que les digo.
Decirles que mi experiencia me asegura que hay muy pocos héroes en las guerras dispuestos a morir por no matar y, en cambio, la mayoría prefieren matar antes que morir.
Asegurarles que los europeos seguimos patrocinando guerras en lugares alejados de nuestras vidas, que somos los principales exportadores de armas ligeras y que corrompemos, sin un ápice de duda, a cualquier gobernante sea elegido democráticamente o reconvertido en un vulgar tirano o dictador, si está en juego nuestros intereses mercantilistas.
Contarles que nuestro país, desprestigiado económicamente y sumido en la desolación política, ocupa la séptima posición mundial en la venta de armas, un inmejorable puesto en la champions league del mercadeo de la muerte.
Contarles que todos nuestros presidentes, desde la muerte del anterior dictador hace casi 40 años, han ido multiplicando la venta de armas hasta convertir a nuestro país en una de las grandes potencias, violando sistemáticamente nuestras propias leyes de control de armas.
Vendiendo armas a países que violan los derechos humanos, que tienen conflictos internos o vecinales, que usan las armas contra su propia población, que triangulan las armas y se las venden a países inmersos en guerras civiles.
Hemos visto como los expresidentes Felipe González y José María Aznar triplicaron las cifras de ventas de armas que realizaron los gobiernos anteriores.
Hemos visto como el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero sextuplicó las ventas entre 2004 y 2011 al mismo tiempo que realizaba un discurso obscenamente pacifista que produce sonrojo por su nivel de cinismo e hipocresía.
Hemos visto como el presidente Mariano Rajoy ha duplicado la venta de armas en su periodo político.
Hemos visto como España ha multiplicado por diez la venta de armas entre 2004, cuando vendíamos 400 millones de euros en armas, y finales de 2013 alcanzando los 3.900 millones de euros.
Señoras y señores, las guerras no se acaban cuando wikipedia lo decide.
Hagan un pequeño ejercicio de memoria. Pregunten a la biblioteca universal cuándo acabó la guerra de Bosnia- Herzegovina.
Le contestará que el 15 de diciembre de 1995 se firmó el tratado de paz en Dayton. Y yo les preguntaré: ¿verdadero o falso? Sólo responda que es verdadero si es una pregunta de examen de oposición para que no les suspendan.
Pero yo les digo que es falso. Explíquenme entonces por qué cada 11 de julio, en un pueblecito llamado Srebrenica, se siguen enterrando a los desaparecidos bosnios de hace 20 años, encontrados en fosas, identificados antropológica o genéticamente, y se seguirá haciendo, al menos. durante una década más.
Les digo que es falso porque las guerras acaban cuando las consecuencias se superan y la búsqueda de los desaparecidos es una consecuencia directa del drama bélico.
¿Cuándo acabará la guerra de Bosnia? El día que todos los restos hayan sido enterrados en lugares decentes. Posiblemente, 30 años después de lo que asegura wikipedia.
Me imagino que a estas alturas habrán trazado paralelismos con la situación española. Les diré que en países como Bosnia, Guatemala, Colombia o Argentina, con guerras o dictaduras tan sangrientas como la nuestra, se han avanzado más en la búsqueda de la dignificación de las víctimas que en España.
La cobardía de la totalidad de la clase política del estado español, insisto de la totalidad, por supuesto con un mayor grado de responsabilidad en los partidos mayoritarios, han impedido que se haya conseguido encontrar una solución a un drama que afecta a centenares de miles de familiares desde hace décadas.
La memoria, la verdad y la justicia permiten que un país no quede atrapado en una espiral de confusión, cinismo y olvido como ha ocurrido en el nuestro.
Quiero acabar diciéndoles que odio las guerras y sus consecuencias con todas mis fuerzas, que no me he especializado en ellas porque sienta atracción por lo que ocurre en las zonas más oscuras del mundo o donde se producen las formas más inimaginables de ejercer la violencia.
Les puedo asegurar que el momento más duro de cualquier cobertura empieza cuando le doy al cero en el ascensor de mi casa y abandono el lugar donde vivo con mi familia en Zaragoza. Muchas veces me voy a regañadientes, dejando a una mujer y un hijo preocupados por lo que pueda ocurrir.
Pero vivo el periodismo como un compromiso permanente y me siento en la obligación de acudir las veces que sean necesarias a esos lugares horribles donde aparece lo peor del ser humano cuando todo se desmorona y buscar esos documentos gráficos y literarios para que nadie pueda decir que no sabía lo que estaba pasando.
1Discurso de entrega del premio Jaime Brunet (18 de marzo de 2015), en la Universidad Pública de Navarra, en un acto presidido por el rector de la Universidad Pública de Navarra, el presidente del Parlamento navarro y el vicepresidente de la Fundación Brunet.