Mauritania, donde divorciarse es una fiesta

En memoria de mi querida amiga Ele y la alegría que desparramó…

En esta época de conflictos por todos lados y en la que recordar algunos divorcios familiares o de la realeza puede poner a cualquiera los nervios de punta, reconforta saber que las mujeres de Mauritania los celebren con amigas.

Al divorciarme de mi primer marido hace más de cinco décadas, me sentía absolutamente feliz; tan realizada, como si hubiera terminado un ciclo con honores y con inmensas ganas de festejar mi libertad.

Pero a mi alrededor lo veían como fracaso del que jamás me recuperaría; peligro porque las divorciadas pasábamos a ser mujeres fáciles y codiciadas al no tener virginidad que perder; y tal vez miedo, a que parientes y amigas siguieran mi ejemplo.

Y aunque actualmente las formas de ver los divorcios han cambiado, sería fantástico copiar la actitud de las mauritanas que, según la nota de Ruth Maclean publicada por New York Times este 4 de junio, festejan sus divorcios sin pena ni vergüenza y con felices encuentros con amigas.

Al contrario de muchas culturas donde divorciarse conlleva un estigma, en Mauritania gusta que una mujer quede disponible para otro matrimonio.

Y de eso da cuenta el artículo de Maclean al relatar el agasajo en Oduane, poblado de esa desértica nación musulmana, por el divorcio de Iselekhe Jeilaniy.

Lo primero que una recién divorciada hace, es elegir los dibujos que especialistas en henna, trazarán sobre sus manos.

Y lo primero que cuidó Iselekhe, fue que la aguada tinta de la henna no escurriera sobre su piel, como ocurrió el día de su casamiento.

Eligió dibujos blancos para mayor contraste y mientras les tomaba fotos para difundirlos por su teléfono móvil como modernos documentos de la ruptura, su madre recorría las calles tamborileando sobre una bandeja de plástico y gritando: «Atención ¡mi hija Iselekhe ya está divorciada y todo terminó de forma amistosa: ella está viva y su ex también!»

Ella se casó muy joven, tuvo cinco hijos y sus ganas de estudiar y un marido infiel la llevaron al divorcio.

Y cuando para obligarla a volver él dejó de darle dinero, no se amilanó y abrió un comercio donde acabó ganando lo suficiente para mantener hijos y estudiar para ser farmacéutica.

Hace un año, ya con sesenta cumplidos, consiguió un empleo atendiendo la farmacia del hospital local.

Y ahora está usando las fotografías de las manos de Iselekhe, para carteles de su campaña electoral; porque busca ser la primera mujer diputada de la historia de Uadane, cuyos pocos miles de habitantes viven en modestas casas de piedra, cerca de una ciudad en ruinas de novecientos años de antigüedad.

Su ejemplo sirvió para que sus hijas Iselekhe y Zaidouba, se casaran a los veintinueve y veintiocho años y pudieran estudiar.

Resulta curioso que la moderna actitud mauritana, frente al divorcio conviva con antiquísimas prácticas.

Los padres intentan casar a sus hijas antes de los dieciocho, les elijen novio, celebran las nupcias sin estar la novia presente y a veces ni siquiera les dicen lo que está ocurriendo.

Y como es común haberse casado cinco, seis, diez o más veces sin haber elegido a ninguno de los maridos, una muchacha dijo a la periodista: «No los meto en el fondo de mi corazón. Cuando vienen, vienen. Cuando se van, se van».

Se afirma que Mauritania tiene la tasa de divorcios más alta del mundo, pero bien a bien no se sabe porque los convenios suelen ser verbales.

Y la tradición viene de lejos, porque según la socióloga Nejwa El Kettab, la comunidad maure, mayoritaria en el país, heredó fuertes tendencias matriarcales de los nómadas bereberes y sus mujeres son más libres que las de otros países musulmanes.

Y una joven divorciada no es problema, al contrario; su experiencia la hace más deseable y sus divorcios pueden aumentar su valor.

Generalmente ellas inician los trámites o insisten tanto, que obligan al marido a hacerlo y tienen prioridad legal en la custodia de los hijos.

Los hombres deben pagar pensión, pero como ocurre en otras culturas no siempre cumplen y las mujeres trabajan para mantener a sus hijos; con la ventaja de que la sociedad las apoya en lugar de condenarlas.

Las fiestas se solventan vendiendo sus ropas y muebles en el Mercado de las Divorciadas.

Y cuando todo está listo, acompañadas de tambores y aplausos comen dátiles, carne de camello, cebollas con pan y puñados de arroz que hacen bolas con las manos, se hacen selfies frente a su pastel, y le cantan al amor.

Teresa Gurza
Periodista. Soy mexicana, estudié la carrera de Historia y soy Locutora, Cronista y Comentarista y Licenciada en Periodismo, pero ante todo reportera. Me inicié en televisión en 1970 y fui reportera, conductora y productora de programas noticiosos; reportera de asuntos especiales de los diarios El Día, UnomásUno y La Jornada, y corresponsal en la Unión Soviética, Checoslovaquia y Michoacán. Por razones familiares, mi marido era chileno, viví en Chile más una década. He recibido muchos premios y reconocimientos, entre ellos el Nacional de Periodismo en Reportaje y ahora radico en México y escribo artículos para Periodistas en Español y otros medios.

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