Aquí como somos más papistas que el papa hacemos todo lo que hacen todos, pero más, siempre un poco más.
Algunos museos han decidido impedir la entrada a los mismos con los palos de los llamados sticks para hacernos selfies; ¡anda que los palabros tienen guasa! Por ello, no es que no hagamos selfies es que somos los que más palos compramos de Europa, ergo, nuestra necesidad de verificar que hemos estado aquí o allá está empezando a ser ya patológica.
La autoafirmación que no sinónimo de autofoto justifica de aquella manera que a propios y a extraños les hacemos partícipes de nuestras vivencias, de nuestra radiante felicidad, de lo mucho que viajamos o de lo interesante que es el libro que leemos al borde del mar. No es suficiente con contarlo en las redes y publicar la foto del lugar de turno; no, eso ya no es sinónimo de ser cool. Lo bueno del asunto es palo en mano, hacernos fotos y no vivir el momento en el lugar en donde estamos, pero sí contarlo, eso que no quede y si es en vivo, mejor, al más puro estilo del streaming.
Me llama la atención que ante la explicación de un cuadro en un museo que nadie tiene ni repajolera idea de por qué se hizo, la época o las características de la pintura, si está pintado al óleo, en tabla o si es una joya histórica, estemos tuiteando dónde estamos, digamos con pelos y señales en facebook lo felices que somos y pongamos la frase de turno y por si no basta, cuando se gira el vigilante, nos fotografiemos frente a la obra que seguimos sin saber de cuál es, pero eso sí, hemos estado ahí en parte.
Me sigue llamando la atención cómo en un sitio de comida basura, unos padres tuiteaban mientras sus hijos jugaban con la consola de turno, o sus respectivas mujeres estaban en Facebook en ese mismo momento. Absoluto silencio. Todos estaban allí, pero ninguno participaba con la palabra de las vivencias, los sentimientos, las dolencias, el quehacer de la vida que se iba como si fuera el agua en una cesta. Todos estaban en otro sitio, acaso en aquel lugar en donde estaban contándole a ese, este o aquel, cosas que eran exclusivamente de su intimidad, esa que a todos nos pertenece y que no debiera publicarse. Esa felicidad tangible que no es explicita, pero que al ser irrefutable, cabe en la mirada sonriente que le procuramos al palo.
¡No digamos cuando usamos el palito de turno para fotografiarnos junto al plato que nos acaban de servir! Una imagen enfrente de la vianda ¡qué espectáculo! ¡qué maravilla! esa que podemos compartir sin ser vistos. ¿Y qué me dicen de los que se fotografian junto a una botella de Moet Chandon?
No sé, quizá hemos perdido el norte, tenemos que contar lo que hacemos, lo que vemos, lo que sentimos, reafirmar nuestra felicidad en la red, esa que tenemos con el marido, con los hijos, con la vida misma, porque si no, quizá, no somos felices.
Un estudio revela que la autosatisfacción que nos procuran estos acontecimientos retransmitidos en tiempo y forma, conforman personalidades frágiles, personas con la autoestima por los suelos, sujetos que apenas tienen algo manifiestan la necesidad imperiosa de reafirmar con su gente su propia felicidad fugaz, esa que llega, que se desbarata, que de alguna forma deja de existir para convertirse en nada. Acaso personas que no están en la mejor etapa de su vida necesitan verse para contarse lo bien que están.
Atrás quedaron las fotos que se hacían en grupos; las llamadas fotos de familia. En una excursión, al finalizar la misma, se hacía una foto para recordar el evento. No se iba fotografiando cada pisada por la escena acaso necesaria. No sé, quizá, algo está pasando. Algo que tiene que ver con la felicidad. Esa que aparentemente tenemos, esa que publicamos, etiquetamos y nos hace poner cara de pato cuando nos autofotografiamos.
¿Hablamos de selfies, de palos o nos lo hacemos mirar? a lo mejor la felicidad es algo más simple que todo eso. Está ahí, no enganchamos con ella y creemos que es algo mágico que no tiene nada que ver con la vida. Y quizá, al ser por eso, no la podemos fotografiar. ¡Menudo palo!
Quizás, quizás, quizás…
Como dice el bolero,
«Estás perdiendo el tiempo, pensando, pensando, de lo que más tu quieras, hasta cuándo, hasta cuándo, y así pasan los días, y yo desesperando, y tú, tú contestando, quizás, quizás, quizás»…