México: una urdimbre de problemas

Hace 60 años por fin las mujeres pudieron votar y ser votadas. Seis décadas intensas de cambios profundos. México en los años 50 era un país de posibilidades inmensas; tras la segunda guerra mundial iniciamos el camino del desarrollo. Unas cuantas mujeres, entonces de lo que hoy conocemos como partido oficial, reunieron las posibilidades para actuar, por fin, en el mundo de la toma de decisiones.

Pocas, algunas, suficientes, ocuparon curules y lugares para compartir ese anunciado desarrollo. No fue hasta 1964 que se hizo una pequeña reforma política para que accedieran a las cámaras diputados y diputadas de partido. Más tarde vinieron las reformas de 1977 que impulsó José López Portillo;  del 89 de Jesús Reyes Heroles,  luego otras, hasta que accedimos a un sistema de partidos y se independizó del gobierno el órgano electoral.

La llegada de mujeres ha sido muy lenta, hasta los años 90 no se elegían más allá de 12 por ciento. La revolución sumada de mujeres de partido y mujeres del movimiento social y feminista fueron lentamente incursionando en ese mundo de la política que sólo es de los hombres, sus reglas, sus escenarios, sus proyectos. A partir de la crisis del 95,  supimos que el país se fue hundiendo lentamente, de su proceso estabilizador a ser el campeón de la desigualdad.

Con la llegada de Acción Nacional al poder iniciamos un proceso evidente de violencia institucional.  Una herida profunda se vive en millones de hogares de desaparecidas y desaparecidos; se evidenció la violación sistemática de los derechos humanos; las muertes evitables aparecieron nítidamente, las reglas y las leyes mostraron su inoperatividad.  Las mujeres identificamos desde 1993 el prominente y lastimoso asunto de la violencia feminicida, sin retorno y sin justicia.

Los sectores sociales, la protesta, el levantamiento de demandas ha ido revelando esta construcción de ciudadanía, a veces desviada, con frecuencia recurrente en la demanda de democracia y libertad; llena de escollos y dificultades. Pero millones de mujeres viven en la ignorancia de sus derechos y en la penumbra de la pobreza, y la desigualdad.

Hoy, cuando festejamos haber conseguido en 1953 el voto ciudadano, tenemos que reconocer una urdimbre de avances jurídicos y una base de desgracias, sistemáticas y acumuladas: las más pobres entre los pobres; sujetas del proceso devastador de la violencia; víctimas de la estulticia urbana que ha descubierto el agua, un sin número de atrocidades y corrupción. Casas construidas en zonas de alto peligro, carreteras destruidas porque quién sabe qué materiales usaron sin control, caminos que nunca se terminaron, comunidades que se aislaron y hoy aparecen en las pantallas de televisión como enclaves insultantes de un sistema inoperante hacia la justicia social y profundamente exitoso en la acumulación de la riqueza para unos cuantos. País atorado.

Las mujeres han ratificado su deseo de poder. Los grupos civiles de mujeres han descubierto el diagnóstico de los pendientes: la muerte materna, la que se levanta sobre nuestros cuerpos llenos de prohibiciones; el derecho a interrumpir un embarazo siempre pospuesto; los sistemas patronales que nos niegan el derecho al trabajo mientras exaltan la maternidad; labores subordinadas y mal pagadas; diputadas y políticas a quienes se les obstruye su crecimiento; partidos políticos de pacotilla violando la ley o las leyes electorales.

Hasta ahora la entrada de las mujeres a la política ha sido errática y engullida por el sistema antidemocrático. Y con todo insistimos, nos revelamos y gritamos por la democracia, en un desierto abrazador, de difícil entendimiento.

Los derechos o son derechos o son simplemente papel mojado. Contamos con un cuerpo jurídico manco y cojo: las diputadas en los espacios nacionales y locales se debaten entre las prácticas masculinas y antidemocráticas y la propuesta feminista, social, abierta,  también pospuesta y con frecuencia estereotipada. Los grupos de interés con sus propias agendas  han creado una diáspora y una telaraña ininteligible. Es funcional al sistema la desgracia de los partidos, los sindicatos y las grandes asociaciones, para dar paso a ciudadanías restringidas a sus intereses particulares, con pequeños grupos sin coordinación, sin programas nacionales, sin caminos precisos.

Un gran desafio. Tal vez por ello es tan importante el proceso emprendido para celebrar el IX Encuentro Nacional Feminista entre el 25 y 27 de octubre en la ciudad de Guadalajara, donde el reto es desarrollar con capacidad autocrítica un balance de nuestras acciones y la posibilidad de programar juntas, de crear fuerza común, de encontrarnos, comunicarnos, actuar en forma articulada ¿Qué sigue?.

Ahora alrededor de esta celebración estamos obligadas a un balance objetivo, abarcador, donde no cabe la exclusión: ni es verdad que no hemos avanzado en nada, ni es verdad que sí, que avanzamos promisoriamente. Tendremos que analizar el yo feminista en un país devastado, sin justicia, donde son heridas las vías del tren que traen de Centroamérica a miles de mujeres buscando trabajo; las fronteras donde se abusa y usa a las mujeres en ese proceso insultante de la trata; mirar con ojos serenos y críticos la construcción de instituciones que no nos gustan, y que hemos demandando; la manera como se legisla contra nuestros derechos y en favor de los mismos en un proceso contradictorio y penoso.

¿Dónde estamos? En el espacio público de manera creciente. Somos las mismas que enseñamos a los niños y los abandonamos por meses en las aulas, sin que se sepa bien a bien por qué, mientras se hunde el Sistema Educativo Nacional y los sindicatos y sus dirigentes corruptos. ¿Dónde está nuestra palabra y nuestra acción transformadora? Tal como lo plantea la filosofía feminista.

¿Cuáles son nuestros retos como ciudadanas con conciencia feminista? En un tobogán de contradicciones en las que nos asombra el show de una figura enajenante de la televisión, pero no hemos sido capaces de ir al fondo de las nuevas leyes de telecomunicaciones y sólo deseamos usar a los medios como instrumentos para nuestra propaganda o visibilidad.

Es este un momento crucial, una oportunidad y un desafío para reconstruir nuestra ética y nuestras acciones. Ser fieles correligionarias de quienes han mandado y gobernado en México   o recuperar nuestra ética y constituirnos en una fuerza política, con una mirada de largo alcance, capaz de analizar y cuantificar daños, pendientes, promesas, programas, fondos económicos para salvar la vida material y simbólica de las Mexicanas. Nunca antes como en este momento el país ha estado tan abierto y claro en sus contradicciones, desigualdades, malas políticas y sin una sociedad consciente, porque la caída del sistema educativo nacional significa eso, ciudadanía vacía y triste.

Los frentes abiertos para impedir la gobernabilidad deja en la lona a todas y todos los políticos del sistema; la etapa reformista se derrumba; pero no hay que cerrar los ojos: las protestas están diciendo algo, algo importante a quienes detentan el poder y a quienes se oponen al poder. En ambos lados hay un machismo y una ginopia sobre lo que somos las mujeres, que ofrece pocas posibilidades. Los intereses económicos globales hoy, otra vez, como hace 40 años, están demandando nuestros brazos para que se levanten. Ver con claridad, nos ayudaría a crear un proyecto renovado de la política feminista.

Veremos.

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