Milei lo va a tener más difícil en Argentina que Bolsonaro en Brasil

El papel de los militares es la primera distinción entre el ascenso de la extrema derecha en Argentina, representado por el triunfo electoral de Javier Milei el 19 de noviembre, y el fenómeno similar encabezado por el expresidente Jair Bolsonaro en Brasil, informa Mario Osava (IPS) desde Ríos de Janeiro.

La matriz del extremismo derechista brasileño son las Fuerzas Armadas por toda su historia política, especialmente en su dictadura de 1964 a 1985. No es el caso de Argentina, donde hubo más golpes de Estado protagonizados por los militares, seis en el siglo veinte, pero con un legado muy negativo en la opinión pública.

Además de las torturas y asesinatos masivos, los generales del último período dictatorial (1976-1983) se aventuraron a recuperar la soberanía argentina sobre las islas Malvinas en marzo de 1982. La humillante derrota ante las fuerzas británicas tres meses y medio después selló un fin deshonroso de la dictadura.

Se estiman en treinta mil los muertos y desaparecidos en los siete años y medio del llamado Proceso de Reorganización Nacional. Torturas y asesinatos de opositores eran ejecutados directamente en los cuarteles, con crueldades espantosas como el secuestro de los bebes de los detenidos y muertos para adopción por los mismos militares, donación a terceros o internación en orfanatos.

En Brasil, con 4,4 veces la población argentina, hubo 434 muertos y desaparecidos en veintiún años de dictadura militar, según la Comisión Nacional de la Verdad, que operó de 2012 a 2014, sin resultar la punición de ningún autor de los crímenes, en contraste con Argentina, donde decenas de militares fueron condenados y encarcelados.

Además de la desproporción de gente afectada por la represión militar, la dictadura brasileña, en su primera mitad, tuvo lugar en un período de gran crecimiento económico, especialmente industrial, mientras la argentina hace parte de la larga «decadencia» que Milei promete cerrar en su país.

El presidente electo atribuye la «decadencia argentina» al peronismo surgido hace ocho décadas, pero hay historiadores que identifican su verdadero inicio en la dictadura impuesta por los militares en 1976, basados en datos como el producto interno bruto.

Imagen militar

De todas maneras la imagen negativa de los militares en Argentina hace inimaginable la vuelta de los generales al poder, como ocurrió en Brasil, con la elección de Bolsonaro a la presidencia del país, que gobernó entre el primer día de 2019 y el último día de 2022.

Bolsonaro, quién se retiró del Ejército como capitán en 1988, tildado de indisciplina, cultivó su imagen militar y triunfó en gran parte gracias al prestigio de las Fuerzas Armadas, siempre apuntadas en las encuestas como una de las instituciones más confiables para la población brasileña, pese a su impopularidad al final de la dictadura, empañada por una crisis económica, de recesión y alta inflación.

El ascenso electoral de Bolsonaro, tras escándalos de corrupción y la recesión económica de 2015-2016, que debilitaron las fuerzas políticas construidas en el proceso de redemocratización brasileño, promovió su reconocimiento como el líder político de los militares, absuelto de sus indisciplinas.

Su triunfo representó la redención de las Fuerzas, ya que en su campaña electoral alabó los gobiernos militares, no reconocidos como dictadura sino como una acción democrática para evitar el comunismo.

Factores de poder

Bolsonaro cuenta también con otros factores de poder de los que, hasta ahora, no dispone Milei. Uno es el masivo respaldo de los religiosos conservadores a la extrema derecha, en Brasil encabezada por las iglesias evangélicas. También el empresariado no parece tan decidido en su apoyo, ante los riesgos que representa el presidente electo para sus negocios.

En Brasil el llamado agronegocio, de los grandes agricultores de monocultivos, constituye un sostén decisivo del bolsonarismo, que le permanece fiel actualmente en el legislativo Congreso Nacional, aun con Bolsonaro fuera del poder e inhabilitado por la Justicia Electoral para cargos públicos en los próximos ocho años.

Las diferencias entre las bases sociales de apoyo de ambos líderes aparece en los votos. Mientras Milei logró amplia mayoría entre los jóvenes, Bolsonaro fue proporcionalmente más votado entre los mayores de sesenta años, más conservadores y que recuerdan los avances económicos en la dictadura militar.

Los dos, como en general los extremistas de derecha en todo el mundo, pierden votos femeninos por su misoginia. También en la población negra, por sus prejuicios étnicos, pero eso tiene escaso peso en Argentina.

Como otros ultraderechistas, Milei y Bolsonaro sueñan devolver a sus países un pasado de supuestas glorias, el «great again» adoptado por el expresidente Donald Trump de Estados Unidos. Pero si el argentino remite a más de un siglo atrás, cuando su país era «el más rico del mundo», una gran exageración, la referencia para el brasileño es 1964, cuando un golpe instaló a los militares en el poder.

Las diferencias son numerosas, en la historia personal y del país, en sus bases electorales y en las ideas, pero coinciden en muchas banderas que parecen condenar sus gobiernos a la frustración, al colidir con realidades que afectan sus países en distintos grados.

La economía se impone

El anticomunismo que los lleva a rechazar China, por ejemplo, es doblemente perjudicial para Argentina, que además de exportar sus productos primarios principalmente a aquel país asiático, depende financieramente de la ayuda china, al carecer de reservas internacionales y manejar deudas abultadas.

Milei es economista y debería por lo tanto tener algún discernimiento en la materia, al contrario de Bolsonaro que siempre reconoció no entender nada de economía y dejaba sus asuntos a cargo de su ministro de Economía, Paulo Guedes.

Pero el presidente electo de Argentina también amenaza romper con el Mercado Común del Sur (Mercosur) y apartarse de Brasil, su otro gran socio comercial, por lo menos mientras sea gobernado por el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, a quien llamó «corrupto» y «comunista» durante la campaña electoral.

La gran víctima de tales ideas, si son llevadas a la práctica, puede ser la industria automotora, importante en ambos países. Un acuerdo firmado en 1990 permite a los dos países dividir la producción de varios tipos de vehículos, lo que incrementó el comercio bilateral en un sector en que ambos son poco competitivos, el industrial.

Bolsonaro terminó por ceder al pragmatismo para no perder exportaciones a China, por ejemplo. Pero Milei tiene convicciones tajantes y consolidadas sobre economía, aparece como un riesgo más tangible de acciones radicales en esa área.

Se autodefine como «libertario» y «anarcocapitalista», seguidor de los teóricos Adam Smith (Escocia, 1723-1790) y Murray Rothbard (Estados Unidos, 1926-1995). Todo apunta a un neoliberalismo radical, un capitalismo absoluto, un fundamentalismo del mercado, en que solo el individuo y el mercado cuentan y el Estado es solo un estorbo.

Cerrar el Banco Central y ministerios del área social, privatizar todo, incluso la salud y la educación, dolarizar la economía y abolir todos los subsidios son algunas de sus promesas. Pero no dispone de poderes para medidas tan drásticas. Su partido La Libertad Avanza solo dispone de 38 entre 257 diputados y siete entre 72 senadores.

Con cuarenta por ciento de la población en la pobreza, reducir subsidios es casi un suicidio.

Bolsonaro por lo menos contaba con respaldo militar, manejó para contar con mayoría parlamentaria y redujo o eliminó algunos programas sociales, pero creó otros. Su gran destrucción fue en las políticas ambiental, cultural, educacional y diplomática.

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