Te acabas de ir hace unas horas, Moncho Alpuente, compañero, amigo, colega de profesión, y no tengo palabras, porque cuando un amigo se va algo se muere en el alma, aunque la frase suene a cursi. Solamente una sale una de mi boca, y es la de gracias. Gracias, Moncho, compañero, amigo, por haberme regalado tu amistad, y gracias también por haberme dado trabajo en El País, en aquel suplemento de humor que se llamó «El País Imaginario«, donde los humoristas, bufones de la Transición, decíamos en broma lo que otros pensaban en serio. Mirando ahora en el zurrón de mi trabajo, puedo decirte que fue de los mejores que tuve en esta bendita profesión.
Leyendo ahora las cosas que se dicen sobre ti, hay una que me ha llamado la atención: “Unos luchaban contra Franco haciendo pintada y manifestaciones. Moncho Alpuente -se dice en un párrafo-, también participó de estas actividades, pero disponía de un arma aún más eficaz: un humor gamberro, que disparaba contra el homo franquistus”. Y yo formaba parte de aquella tropa de El País Imaginario, a través del que poníamos a caldo, semana tras semana, al mismísimo lucero del alba, con un poco de mala leche, sí, pero nunca ofensivo.
Además de todo eso eras creativo múltiple, un Da Vinchi de la movida madrileña, en la que figurabas como alma mater. Creabas, cantabas, eras el puto jefe de «Las Madres del Cordero», «Desde Santurce a Bilbao Blues Band», compositor de melodías tan poco eróticas como “Adelante hombre del 600, la carretera nacional es tuya”, por la que recibías derechos de autor hasta del Principado de Andorra, y escritor de libros varios, como «Hablando francamente» o «Versos sabáticos». Recuerdo ahora en la distancia y la nostalgia de los años aquel tu libro Operación centollo, que yo leía a mis hijos cuando eran pequeños para que se quedaran dormidos, y resulta que el único que me dormía era yo, mientras ellos pedían más caña.
¡Cuántos trabajos hicimos juntos, Moncho Alpuente, compañero, tú a ese teclado llamado textos y yo a la pandereta de los collages! Te recuerdo algunos, por si tienes a bien reclamarlos por ahí arriba y nos corresponden algunos derechos, porque como bien sabes la profesión está torcida.
Como aquellos epigramas ostentóreos sobre Alberto Ruiz-Gallardón: “No voy a enarbolar el gallardete,/no quiero un gallardón para el Alberto,/prefiero ver el trono al descubierto/antes de que lo ocupe el mozalbete./Un alevín de cara en patinete,/más cursi que un caniche en el concierto,/más romo que una duna en el desierto/y más pueril que el Libro de Petete”.
O aquel que le dedicaste a Tamames en su “corrimiento” o cambio de chaqueta: “¿A dónde vas, Tamames, de tal guisa?/¿A qué se debe tal desplazamiento?/¿Desde cuándo te gusta el Movimiento?/¿Dime por qué te ha entrado tanta prisa? Ya me mueve a la pena, ya a la risa,/el contemplar, Ramón, tu azoramiento, /culo fuiste y serás de mal asiento,/nunca te duró mucho una camisa/”.
Carmen Romero, entonces esposa de Felipe González, también tuvo su epigrama: “No es cosa de chirogota/que en Cádiz Carmen Romero/sirva al PSOE de mascota/y ocupe un lugar señero./Si hay que cubrir la cuota,/Felipe es un caballero;/de su ejemplo tomen nota:/su señora es lo primero/”.
El entonces líder de Izquierda Unida, Julio Anguita, también tuvo su espacio en nuestros trabajos, con este titular: “Anguita buscará apoyo en las galaxias: El líder de Izquierda Unida, Julio Anguita, iniciará próximamente una gira intergaláctica en busca de apoyo para su coalición tras el desastre de las elecciones andaluzas. Anguita, que será recibido en audiencia la próxima semana por las primeras autoridades de Orión, Andrómeda y Casiopea, se entrevistará en un asteroide de Aldebarán con su homólogo…”.
Así eras tú, Moncho Alpuente, así éramos nosotros, aquella tropa de ilusos que teníamos el humor como herramienta de trabajo. Habría para escribir una historia con dicho humor, pero los editores de por aquí no están por la labor. Mientras te marchas, otros seguiremos arrastrando la pila de nuestros años, pero con los mismos mimbres, porque la cabra tira al monte. Mereció la pena conocerte, tenerte como amigo, colega y compañero.