«Ocho apellidos catalanes», del director Emilio Martínez Lázaro, evidentemente una película oportunista hecha para aprovechar la resaca de los ocho apellidos vascos que hace unos meses consiguió pasar la barrera de los 50 millones de espectadores –y también la actualidad de unos acontecimientos que, si no fuera por los atentados de París, tenían centrada la “actualidad” en todos los medios que, a cuenta del pulso entre Más y Rajoy han dejado de hablar de refugiados y paro, y de hacer todo lo posible por desprestigiar a los morados y anaranjados- es, en síntesis, una hora y media de tópicazos y chistes de barra de bar de hace medio siglo, aunque al parecer es esto lo que sigue tirando de un público que también disfruta con el cine de barrio (o sea, sin redención posible).
Actores procedentes de la película anterior, más la incorporación de un hipster catalán, esnob y ridículo, en el papel del novio de la vasca, y de Rosa María Sardá, en la yaya independentista del futuro esposo que tiene proclamada la república catalana en su masía (a la que pretenden engañar como en un remedo de lo que hacían con la madre en Good bye, Lenin; pero, claro, eso ya está hecho) protagonizan este sainete barato a base de andaluces que ligan con extranjeras, comen pescaíto y sacan en procesión a la imagen de la cofradía; vascos recios, levantadores de piedras o arrantxales casi mudos que hablan ese castellano tan peculiar que se supone aprenden en el caserío y catalanes que miran mucho, demasiado, por la pela y conforman un micromundo de relamidos vanguardistas de distintas “artes” (entre ellas la organización de eventos sociales).
¡Hale, a disfrutar todos con la idiosincrasia!
PS- No hace falta decir que espero con impaciencia el estreno de Ocho apellidos murcianos y Ocho apellidos turolenses (que también existen)