Algunos movimientos feministas de los años setenta defendían el fenómeno de la pornografía por considerarla como expresión de la libertad sexual, que debía estar por encima de la igualdad. Por el contrario, las nuevas teorías condenan la pornografía por ser parte fundamental de la política sexual del patriarcado que subordina las mujeres al deseo masculino y por formar parte del nuevo capitalismo neoliberal.
Este planteamiento es el que defiende Rosa Cobo, profesora de Sociología de la Universidad de A Coruña, en su reciente ensayo «Pornografía. El placer del poder» (Ediciones B):«el ideal de la libertad sexual se asentaba sobre la disponibilidad de las mujeres para uso sexual masculino» (p.14). La pornografía sería así un componente de afirmación de la soberanía masculina sobre la mujer a través de su conversión en objeto y mercancía, además de un dispositivo de reafirmación de la misoginia y una legitimación de la violencia sobre las mujeres.
Según este planteamiento, a través de la pornografía los varones reafirman el poder masculino valiéndose de las mujeres como mercancía y objeto de consumo. Al reproducir las relaciones de clase y las raciales y sacralizar la heterosexualidad, la pornografía sería una respuesta del patriarcado a las luchas feministas con el objeto de recomponer el poder de la masculinidad.
Rosa Cobo destaca la vinculación entre la pornografía y el capitalismo neoliberal, un sistema que considera el cuerpo y la sexualidad de la mujer como productos para el mercado, que generan capital en forma de dinero. Se denuncia la pornografía como un gran negocio del nuevo capitalismo al que proporciona grandes beneficios, promovidos además por la globalización y las nuevas tecnologías. La pornografía representaría una alianza ejemplar entre el patriarcado y el capitalismo: «El patriarcado propone la sexualización extrema de las mujeres y el capitalismo las convierte en mercancías» (p. 177).
Se denuncian también en este ensayo las relaciones entre la pornografía y la prostitución, cuyas protagonistas son las mismas. La pornografía sería un elemento legitimador de la prostitución además de constituir una función pedagógica y facilitar vías de contacto entre una y otra.
Para la autora es un error presentar la pornografía como un elemento más de la industria del ocio y el entretenimiento, porque la cultura de masas, a través del cine, la moda y la publicidad, ha convertido el sexo en espectáculo y legitimado las conductas sexuales que se expresan a través de la pornografía, una idea que forma parte del clima cultural impuesto por la posmodernidad para afianzar el poder masculino.
Sexo, capitalismo y modernidad
Las sociólogas Eva Illouz y Dana Kaplan han acuñado el término ‘capital sexual’ para definir un nuevo concepto de sexualidad, la que combina el aspecto físico con las habilidades sociales: la belleza y el atractivo sexual, con el encanto, que incluye elementos como el comportamiento o el talento para elegir la ropa con qué vestirse para resultar deseable, atractivo y competente.
En su ensayo «El capital sexual en la Modernidad tardía» (Herder) Illouz y Kaplan distinguen entre un capital sexual que pertenece a la esfera económica de producción de dinero y otro que forma parte de la vida doméstica y de las relaciones íntimas. Distinguen hasta cuatro tipos de capital sexual en las personas. En el primero sería la castidad el valor supremo, asociado a la virginidad, donde las relaciones sexuales se contemplan sólo dentro del matrimonio. Un segundo tipo estaría relacionado con la capacidad de hacer del cuerpo una fuente de valor, como en la prostitución, el matrimonio mercenario o las industrias del sexo, los mercados matrimoniales y las empresas de citas. El capital sexual sería aquel que destaca el atractivo y el sexy de las personas no sólo para promocionarse en la vida privada sino en la pública, fundamentalmente para conseguir empleo. Es este último el capital sexual de la modernidad tardía, que implica una nueva forma de desigualdad en el capitalismo neoliberal y se manifiesta en términos de clase antes que de género.
En la época que las autoras definen como modernidad tardía el significado de capital ya no es sólo económico sino que se refiere a cualquier recurso que se utiliza para producir riqueza, ya sea económica o social. En este sentido, al económico hay que añadir el capital social, el cultural o el emocional. Definen el capital sexual tardomoderno como «la capacidad que tienen algunos sujetos de aumentar el valor personal y obtener beneficios económicos de sus propias capacidades sexuales».
La sensualidad ya es de utilidad no sólo a las industrias de la belleza, el sexo, el glamour y la moda, sino también para el empleo regular. No es nuevo, porque siempre se han utilizado los encantos personales, no sólo físicos, para obtener empleo, pero en la modernidad tardía estos encantos se valoran por encima de las competencias profesionales. En el tardomodernismo la sexualidad se ha trasladado del yo interno al yo externo, público, para adquirir ventajas en el mercado laboral, rechazando la concepción dominante que sostiene que el sexo es un asunto privado.
Sexo y cultura
Ciertamente, el sexo ha estado presente a lo largo de la Historia en la cultura de todas las civilizaciones. Por eso no extraña el título de un libro, «El sexo es cultura» (Deusto), que reúne artículos publicados en la revista «Jot Down» dedicados al tema.
Hay aquí recorridos históricos por el arte, desde el paleolítico hasta internet (extraordinario el dedicado a las escenas eróticas del románico, en especial a las de la iglesia de San Pedro en Cevatos) pasando por la pintura del Renacimiento, que encontró en la mitología la excusa ideal para pintar desnudos.
También hay incursiones en la literatura erótica, citas de los penitenciales (libros que ayudaban a los sacerdotes a adecuar la penitencia a la gravedad del pecado sexual cometido) y los sonetos de «Los modos» (dedicados por Aretino a las dieciséis posturas íntimas), a los «Cuentos de Canterbury», los poemas eróticos de Góngora y Quevedo, «La Lozana andaluza» de Francisco Delicado, el «Jardín de Venus» de Samaniego o el Kama Sutra. Todos ellos influyeron en la liberación de las costumbres y prepararon la revolución sexual del siglo veinte.
Se tratan también temas de interés y no muy conocidos, como el de las relaciones homosexuales en el ejército de la Grecia clásica, los efectos de la prohibición de las bacanales en la antigua Roma, la vida sexual en la Unión Soviética o los vericuetos de la prostitución en Japón.
A partir de la aparición del cine, este medio se convirtió en la referencia dominante del erotismo en la cultura visual. En el primer tercio del siglo veinte eran frecuentes las películas de Hollywood con escenas eróticas, una costumbre interrumpida por el Código Hays que impusieron la Iglesia católica y los sectores más conservadores de Norteamérica. A partir de entonces, asegura aquí Miguel López Neyra, «La relación entre el cine de Hollywood y el erotismo es la historia del empeño de las autoridades norteamericanas por minimizar la carga sexual del cine comercial, del deseo del público por ver a sus estrellas favoritas lo más expuestas posible y el interés de las productoras por encontrar maneras de explotar ese deseo sin verse envueltas en problemas legales».
Fue la llegada del cine europeo, con propuestas más osadas, la que ayudó al cine americano a salir de la parálisis provocada por la censura, que terminó definitivamente con la llegada de internet y las redes sociales. El caso de «Garganta profunda», que lanzó al estrellato a Linda Lovelace, es paradigmático de las tensas relaciones entre el sexo y la censura cinematográfica, según se recoge en otro de los artículos de este libro.
Al sexo y el erotismo en el cine también hay referencias en el artículo «Mujeres maduras, hombres jóvenes», donde se rescatan películas que tratan de estas relaciones, como «El graduado», «El lector», «Harold y Maude», «Irrational man» o «American gigoló». Y consideraciones sobre la ausencia de imágenes de desnudos integrales masculinos («Alergia al pene»). Las series de televisión han terminado añadiendo escenas de sexo en títulos como «Modern Family», «Friends», «Ellen» o «Mujeres desesperadas», a pesar de las protestas de los sectores más conservadores y de la retirada de marcas publicitarias de estos espacios.
Pero además de las relaciones entre el sexo y las diversas manifestaciones culturales de la historia el libro recoge artículos sobre temas que siguen siendo tabú en las publicaciones de divulgación cultural, como los azotes en las relaciones sadomasoquistas («El arte del azote»), los orgasmos ficticios, el bestialismo, el sexo anal o la obsesión por el tamaño de los senos.