Compañero, es la muerte frágil testimonio sustancial de la vida ejercida.
Temblar de indignación no es figura literaria válida en nuestros días. La solidaridad no puede ser metafórica. Sólo si el amor por la humanidad se transforma en hechos concretos de repudio ante la injusticia y la violencia puede ser considerada opción revolucionaria y ésta será nuestra mejor propuesta ante cualquier cultura de represión.
Así como la piel es el órgano más extenso del cuerpo humano pero basta un pequeño toque en alguna parte de ella para que todo el ser reaccione, un golpe o una caricia en algún punto de la humanidad generan sensaciones de agrado o rechazo que provocan acciones pertinentes a éstas.
Así, pues, la indiferencia no se vale. La pasión no es alegórica. Ante el dolor humano la respuesta del pueblo no puede ser moderada. Que se moderen quienes atacan, quienes hieren, quienes asesinan, quienes tergiversan la verdad; allanan, bombardean, disparan, destruyen, mutilan.
Sin embargo, no hay que esforzarse mucho, si se ha aprendido a mirar, para percibir augurios de felicidad y afirmar que la revolución con la que soñamos, a cuya construcción dedicamos buena parte de nuestro tiempo, puede estar en cualquier parte por lo que debemos salir a encontrarla en el axis mundi de nuestras convicciones.
No podemos sostener una concepción bancaria del amor en la que exigimos retribución por el cuido, el beso dado, el aliento, las palabras o el apoyo. El amor no se paga, ni siquiera con amor.
El trabajo remunerado debe ir a la par del voluntario. Hay que contribuir puntualmente con la cuota de sacrificio que nos exige el mundo anhelado. Ojalá podamos decir al fin de cada jornada que felizmente sentimos cansancio y que gustosamente nos exponemos al veredicto de la comunidad.
Che, contigo aprendemos que no importa tener aliento para apagar las velas del tiempo pasado sino el suficiente para encender las luchas futuras.
Compañero, es la vida toda hondo y claro respiro contra la muerte que ronda.