Muchos redactores, especialmente aquellos que se dedican a escribir de manera didáctica sobre las impropiedades en los medios de comunicación y en el habla cotidiana, han coincidido en que la mayoría de estas tienen su origen en el desconocimiento de las preposiciones, lo que desemboca irremediablemente en mal uso.
Sobre este tema he hablado en varias ocasiones, y me he referido a casos específicos, sobre todo a aquellos en los que interviene la preposición «de»
De la mencionada partícula, categoría morfológica, parte de la oración o como quiera llamársele, les hablaré una vez más, con la intención y el deseo de contribuir a disipar cualquier duda. Antes, pido disculpas a los lectores y al cuerpo redaccional de este importante medio digital, por mi ausencia del 21 de los corrientes, pues aunque no hubo fallas en la electricidad y en la Internet como ha sido frecuente, me faltó tiempo para seleccionar el tema.
Inclusive, el de hoy lo escogí y lo plasmé fuera del lapso en que suelo hacerlo, motivado por las múltiples tareas extra que me ha correspondido llevar a cabo en mi rol de comunicador social al servicio de un ente gubernamental, a propósito de la cuarentena colectiva, dictada por el Gobierno de Venezuela, por efectos del coronavirus, que gracias a Dios, no ha llegado a mi municipio.
Y hablando de coronavirus, al decir que se ha convertido en pandemia mundial, como está ocurriendo en algunos medios de comunicación de gran prestigio, se incurre en impropiedad, dado que el vocablo pandemia alude al hecho de que sus efectos han traspasado fronteras continentales.
El problema del mal uso de la preposición «de» está en que de manera ingenua, una gran mayoría de redactores profesionales y no profesionales cree que solo puede usarse para nombrar el material del que están construidas las cosas. Eso ha dado pie para que se cuestione la frase «un vaso de agua», pues los vasos no están construidos de agua. Eso último es cierto; pero se ignora que allí la mencionada partícula se refiere a la cantidad exacta de agua que cabe en un vaso; mientras que un vaso con agua es cualquier cantidad, desde una gota, hasta la suficiente para llenarlo.
De no poder existir un vaso de agua, tampoco serían posible, una copa de vino, un plato de sopa, un vaso de leche, un ventilador de techo, un reloj de pared o una olla de espagueti.
Todos estos ejemplos son similares al vaso de agua, y quienes los cuestionan, se empeñan en recalcar que la categoría morfológica «de» solo significa el material del que están hechos algunos objetos, lo cual no es cierto.
Tiene una gran cantidad de significados, que muchos autores, como Vivaldi y Manuel Seco, han enumerado y han mostrado con ejemplos sencillos que no dejan lugar a dudas.
Indica posesión o pertenencia: “La casa de Fernando”; “Los anteojos de Renny”; “La sangre de Cristo”. Material del que están construidos los objetos: “Reloj de oro”; “Puente de tablas; “Corral de hierro”. Asunto: “Libro de actas”; “Partida de nacimiento”; “Fe de vida”. Cualidad: “Hombre de palabra”; “Mujer de armas tomar”; “Gente de lealtad a toda prueba”. Origen o procedencia: “De norte a sur”; “La comisión llegó de Caracas”; “El director es de Mérida”. Modo: “Cayó de bruces”; “Pasó de largo”; “Se pintó de colores”. Tiempo: “De noche los gatos son pardos”; “De hoy a mañana debe regresar el emisario”; “De vez en cuando visita a sus parientes”. Aposición: “Calle de Alcalá”; “Ciudad de Caracas”; “El Lago de Maracaibo”. Cantidad indeterminada: “Le dieron de puñaladas”; “En la fiesta hubo de todo”.
Pero así como hay ejemplos de usos correctos, también los hay de los incorrectos: “Lo he visto de caer”; “No le importa de reconocerlo”; “No reconoce de que está equivocado”; “ Pienso de que ya es muy tarde”; “Estoy deseando de abrazarte”, etc.
Ha sido pues, un breve repaso sobre el uso y abuso de la preposición “de”, que se ha convertido en una fuente inagotable de dudas y de equivocaciones, sobre todo en periodistas de las nuevas promociones, que desde que se graduaron no han vuelto a leer un libro. Es un asunto sencillo, y solo basta un poco de sentido común, fundamental a la hora de escribir con propiedad, sin pretender dictar cátedra.