Desde hace varios años asistimos en Argentina al deterioro de la educación con el resultado de una creciente mediocridad general. Los estándares que miden la crisis reflejan índices cada vez más atroces, tanto que si los comparamos con los de cien años atrás no podemos menos que estremecernos pensando en el mundo que aguarda a los jóvenes actuales y a las próximas generaciones.
Carlos Schulmaister
La decadencia constante del sistema educativo y del producto social consiguiente, es decir, la sociedad y la cultura de los argentinos formados en aquél, revelan una irreversible tendencia al agravamiento de los resultados en el corto y mediano plazo, y por consiguiente en el largo.
Los procesos de expansión educativa y cultural que hemos conocido hasta hace medio siglo atrás son sólo meros recuerdos de un pasado que nunca más ha de volver ya que la crisis general de la Argentina compromete seriamente la continuidad y crecimiento de la creación, el desarrollo, la calidad y el acceso social a la educación, y en consecuencia la transmisión intergeneracional de la cultura en general.
Por más que se creen nuevas universidades excepcionalmente alguna produce saberes nuevos, originales y útiles, en especial los científicos. En general se dedican a reproducir pensamientos ajenos como relevamientos temáticos, resumiendo teorías ajenas aunque con diez años de atraso por lo general que habrá de pasar de mente a mente pero jamás se aplicará en ningún campo de la vida.
Tanto el intervencionismo como la desidia del Estado, según ámbitos y campos a considerar, por un lado, y el ideologismo político y sindical por el otro contribuyen a obstaculizar el crecimiento sustentable o estratégico de aquellas variables, provocando constantes fenómenos de desconexión del sistema, de interrupción, de reducción, de atrofia, simplificación, fragmentación, superficialidad, elementalidad, instantaneidad y fugacidad de procesos inexorablemente sistémicos y estructurales.
Dada la acelerada profundización de la crisis educativa y cultural es posible prever sus ominosas repercusiones en los procesos de socialización, a la luz del deterioro constante de los valores humanistas producidos en la Modernidad.
Por lo tanto, lo que está en zona de riesgo es todo.
Un factor simultáneamente causa y efecto de esta crisis es el impresionante deterioro del prestigio de la razón, cuestionado no sólo desde la incesante controversia intelectual culturosa, es decir, ésa que es movilizada por las izquierdas ociosas que merecen ser llamadas “progres” ya que no llegan a progresistas.
A ello se suma el deletéreo poder corrosivo que la proliferación –en magnitud y diversidad- de sus producciones, discursos y teorías ejerce cada vez más sobre la comprensión social de la realidad, por un lado, y por el otro sobre la credibilidad de la función intelectual como función sectorial diferenciada.
Así, cada vez más se expande una incómoda sensación colectiva de desencanto con mensajes y con mensajeros, con voces y con voceros, atento a la evidencia de su ineficacia para la solución de problemas reales y concretos de la sociedad.
Aquí y en América latina las teorías, los discursos y los pensamientos supuestamente transformadores, sobre todo los hegemónicos, han perdido la sacralidad y la consideración social que supieron alcanzar en otros siglos. Hoy todo el mundo siente que ellos no sólo no alcanzan a producir las transformaciones necesarias para el bienestar del conjunto de la sociedad sino que directamente son mentirosos y tramposos y trabajan en su contra, generando además –como si lo anterior fuera poco- un hartazgo y un rechazo social creciente, y a priori, de pensamientos y pensadores, tanto de los ya conocidos como de los por conocer.
La recurrencia de nuestros fracasos societales de conjunto en lo económico, político y social, junto con el alejamiento y relativismo de la ética y la moral social, así como del espíritu democrático y de un auténtico anhelo de progreso -a contrapelo de los éxitos habituales de personeros, grupos y corporaciones gobernantes vinculados al control de los resortes del poder- ha llevado en las últimas décadas a un creciente escepticismo respecto del valor del orden y del saber, y en especial del saber científico, para la vida social sustentable.
Ello ha producido reactivamente un resurgimiento del pensamiento mágico y de nuevas metafísicas de discutible veracidad a la que se aferran los nuevos desencantados de la razón en busca de alternativas éticas y estéticas. Incluso al punto de que lógicas absolutamente incompatibles y tradicionalmente enfrentadas aparecen cada vez más conciliadas y avalándose mutuamente en ámbitos y niveles académicos supuestamente prestigiosos.
No es aventurado suponer -de continuar esta tendencia- que ambos tipos de pensamiento, el racional y el mágico, colocados en un pie de igualdad, terminarán por agotar la credibilidad y la paciencia humana produciendo un estado colectivo de incredulidad general.
Si detrás de toda creencia subyacen las voluntades que han contribuido a su credibilidad, tanto las que se han convencido de ésta, como las que lo han hecho a partir de actos de fe o mediante opciones sin mayores fundamentos podemos prever que como sociedad en riesgo creciente marchamos hacia el fin colectivo del deseo y la voluntad de creer.
Por este camino, desgraciadamente, lo que triunfará finalmente será lo otro, no la razón ni la metafísica, ni la magia ni la religión, sino el rechazo de todo conocimiento, de todo sistema de ideas organizadoras del mundo. En suma, el fin del creer en algo, en cualquier cosa, la desaparición por igual de la razón y de la fe, y peor aún, de la voluntad.
Así parecen demostrarlo muchos comportamientos humanos tanto entre nosotros como a escala mundial, cada vez más incomprensibles a la luz de los discursos y prácticas reales actuales supuestamente basados en lo que es tenido como racionalidad política, filosófica y ética.
Desfasajes, desvíos, distorsiones, atajos y justificaciones, tanto teóricas como de hecho, horadan y corroen continuadamente y sin tapujos los tradicionales sistemas y concepciones que por siglos constituyeron elevadas formas de la conciencia política y social del humanismo. Tanto y tan gravemente que han perdido poder explicativo de nuestros derrapes y derivas conscientes e inconscientes.
Mejor dicho, explicar es lo único que pueden seguir haciendo hasta cierto punto, ya que lo que deberían hacer prioritariamente y no pueden es proponer un nuevo sentido a la vida, a la aventura humana, ofrecer nuevos incentivos y generar motivaciones para querer vivir mejor recuperando plenitud vital… pero su alejamiento de la vida se los impide.
Por lo mismo, se nota la ausencia de un nuevo tipo de enfoque, de un punto de observación distinto con un nuevo objeto de examen, que deje atrás tanta hojarasca inservible que con apariencia crítica termina siempre legitimando la injusticia existente y por consiguiente al sistema en su conjunto tal cual se presenta.
Se echa de menos la existencia de un nuevo espacio para explorar e investigar más allá de la política que conocemos; quizá una suerte de metapolítica que no sea, sin embargo, la metafísica de la política. Probablemente desde ahí haya más posibilidades de descubrir algo nuevo aunque por el momento no sepamos qué es (yo no lo sé, aunque sí existen algunos que saben qué buscar), que sea capaz de facilitar la producción de nuevos comportamientos políticos limpios.
Pese a que algunos consideran que la política en Argentina nunca existió, y a que para otros si bien existió en realidad nació sin vida, como mera fantasmagoría -difiriendo éstos últimos tan sólo en las fechas a considerar- lo cierto es que aquí ha muerto la política pues lo que hoy existe como tal no es digno de ser llamado así, incluidos los políticos en general, culpables principales de su desnaturalización junto con otros integrantes y corporaciones del establishment, amén de la ciudadanía en general, especialmente en los últimos treinta años, desde el retorno de la vida institucional hasta hoy.
Ellos la convirtieron en criptopolítica (“política” de la oscuridad, el silencio y el olvido), “política” degenerada que ha abandonado los supuestos basales del quehacer político, aquellos del servicio y el bien común, que han sustituido descaradamente por la manipulación de la fuerza y la riqueza en beneficio de camándulas de asaltantes del gobierno y del Estado, falsamente legitimadas institucionalmente, en el colmo de la abominación ética.
Por ellos, por las cooperativas y asociaciones de corruptos y corruptores la política se degradó hasta niveles increíbles y se desnaturalizó para no servir ya ni siquiera para la administración de la escasez estructural de recursos económicos genuinos a cargo de los gobiernos, ni para la contención de conflictos sociales cada vez más grandes. Es decir, la concepción grande de la política es creación y bien común, mientras que la concepción mínima atiende sólo a la contención, pero ni siquiera ésta última es posible hoy entre nosotros.
Actualmente la política, tal cual es concebida y sostenida por los empoderados depredadores del sistema, es lisa y llanamente una actividad terrorista y antisocial para robar y humillar a la nación y a la sociedad.
Este ominoso presente es ya una pesada espada de Damocles sobre la sociedad. La pregunta del millón es hasta cuándo la tensión entre lo instituido y lo instituyente podrá ser controlada, reprimida y sofocada por la fuerza del sistema, o bien cuándo, en qué momento, ésta será superada por una fuerza de origen y sentido opuesto.
Sólo una metapolítica, o una política no formalizada pero abierta y transparente, puede ayudar a cualquier sociedad a revertir esa involución compleja que a todas luces conduce a la antipolítica, tanto si se la enfoca desde el poder y de cara a la sociedad como si se lo hace a la inversa.
Si la política se basa cada vez más, de hecho, en la concepción del poder vertical descendente desde una reducida cumbre y como capacidad personal de dominio y autoridad sobre la sociedad, la metapolítica debe buscar aquello que sabemos teóricamente pero que es un inédito posible: una forma horizontal desde unas bases amplias con sentido ascendente como expresión de resistencia social ante la degradación política actual, siendo su tarea principal desmontar críticamente el descomunal edificio político cultural del sistema, pero esto implica llevarlo hasta las últimas consecuencias, no en el sentido de hacer una revolución para crear un nuevo y consiguiente poder conservador, sino en el de discutir y eventualmente tomar partido por nuevas certezas, echando abajo tantos mitos y presupuestos que no sirven a la sociedad ni a sus miembros sino a quienes gobiernan y tienen el poder.
No pienso sólo en los mitos negativos, los clásicos, que pueden ser negativos para la sociedad y útiles para los poderosos, sino en todos los mitos, incluidos los que pueden llamarse mitos inútiles, y sobre todo en los más nuevos. Como se apreciará, no los nombro deliberadamente pues prefiero que el lector piense que existen mitos clásicos, nuevos y novísimos, otros que son negativos/positivos según para quién, y mitos inútiles (inútiles pero que traen cola…).
Me gustaría que alguien los pensara, los buscara, los hallara y los enunciara, y muchos los debatieran. Por mi parte, hace años que vengo hablando de ellos, ahora deseo que activen neuronas los demás, a ver si la lectura de artículos de crítica sirve y dura más allá del tiempo que insume su lectura. Razonar es cosa de todos, no exclusivamente de intelectuales ni de ciertos sectores especiales.
Sólo después de esas tareas será posible y deseable para el conjunto de la sociedad aspirar a lograr nuevas formas saludables de delegación y representación política en un nuevo marco de recuperación del valor social de los derechos y obligaciones, de las responsabilidades y de la custodia rigurosa de aquello que se haya recuperado o refundado.
Para finalizar, quiero decir al lector, por si no lo ha descubierto aún, que lo más grave que nos aguarda es la resignación, la indiferencia, la muerte de la esperanza, individual y socialmente.
En consecuencia, lo que me mueve en particular es contribuir a que el soplo de vida no se apague. Como podrán apreciar, creo que la esperanza auténtica puede reaparecer… siempre que se trabaje en ella, nunca mágicamente ni por revelación de ninguna clase, ni por consumir un artículo periodístico.
Refleja muy bien la situación actual en muchos países.
Desde Túnez, bravo.
Me costó llegar al final de este artículo y creo que lo volveré a leer. Pero hay cosas que me saltan a la vista de un mirada. En varios aspectos, creo que habla de Chile, pero en realidad se refiere a Argentina, o bien ocurre que en la esencia la situación es muy parecida en varios aspectos.
En Chile la educación está considerada como lo más mediocre del sistema socio-político; el gran tema transversal que preocupa a la gran mayoría de los chilenos, y a lo cual el Gobierno y el status político general no está respondiendo.
Y tenemos políticos importantes (la mayoría de uno de los partidos políticos que gobiernan) que prácticamente se inspiran y se comunican (lo han dicho ellos) con un líder mentor ya fallecido; varios que toman decisiones políticas en base fundamentalmente a su fe religiosa y no a la real y concreta circunstancia social. A veces retroceden por iniciativa propia porque es tanta la fuerza de la realidad que no es posible «tapar el sol con un dedo». Ej. Se evitó por varios años la entrega amplia de la llamada «Pildora del día después» en el sistema público de salud, hubo hasta pasiones…y de pronto en un «tris» se permitió.
Y hoy en día, en la TV está abundando el periodismo de farándula mezclado con programas en que lo supersticioso, lo agorero, las profecías desde las tradicionales religiosas hasta las de los mayas y extraterrestres, la llevan; hacen anuncios proféticos para pasado mañana y luego, obviamente, nada se cumple, pero los «profetas» siguen en la pantalla con otro cuento. Se lleva también a entrevistados «serios», con profesiones científicas y todo, pero que al oírlos y verlos con atención uno tiene derecho a pensar que en realidad tienen alucinaciones, si les falta poco para invitarnos a una «cacería de brujas» y…capaz que ocurra una espontánea con tanta promoción que le están dando.
Ahora, me doy cuenta, además, que no puedo evadir el asunto atravesando la cordillera de los Andes. Sería como ir del fuego a las brasas. Me aferraré a mi pata de conejo.