Qatar no es el primer mundial de la vergüenza

En 1942 debía haberse jugado el cuarto campeonato mundial de fútbol, pero en medio de la Segunda Guerra Mundial eso no era posible.

Vaya por delante ese detalle para recordar que no hay evento planetario que no pueda ser empeorado. Ahora estamos con lo de Qatar (o Catar).

En el historial de los campeonatos mundiales de fútbol, los hubo distintos. Hasta alegres y globalmente felices.

El primero se jugó en 1930 en Uruguay y lo ganó el país anfitrión. Varios países europeos se negaron a viajar hasta allí, alegando otros compromisos deportivos, pretextos financieros y de otro tipo: el viaje se hacía en barco y los jugadores no podían entrenar durante la travesía. Entre las anécdotas previas, una significativa: el rey de Rumanía decidió –dicen que al azar– qué jugadores representarían a su país. El intervencionismo de los líderes políticos a quienes no les importa el fútbol empezó pronto.

Uruguay festejaba el centenario de su Constitución y lo celebró ganando 4-2 a Argentina. Hubo 93.000 espectadores (otros escriben 68.000) en el Estadio Centenario, de los que entre diez y quince mil eran argentinos. El ambiente de la final fue tenso. El árbitro fue el belga, Johannes «John» (o Jean) Langenus, que tardó en aceptar el encargo porque tenía miedo. Aceptó dos horas antes del encuentro, con la condición de obtener un seguro de vida y de que le prepararan un barco en el puerto, por si debía huir hacia Europa tras el pitido final.

Antes de que llegara al estadio, varios individuos se habían hecho pasar por el árbitro, quizá para entrar gratis. Fueron detenidos. Después, brevemente, también el mismo Langenus porque nadie creyó al principio que fuera el árbitro de verdad. Previamente, el mediocampista argentino Luis Monti fue amenazado de muerte. Langenus supo aplacar las tensiones, aunque durante el partido fuera acusado por los uruguayos por validar un gol de sus rivales en fuera de juego.

Uruguay ganó en casa ese primer campeonato mundial (4-2). Fue una victoria limpia, pero en Buenos Aires la policía tuvo que hacer disparos al aire para contener a una turba que quiso asaltar la Embajada del país vecino.

A pesar de todo lo anterior, esa edición uruguaya resultó bastante más abierta y clara que la siguiente, celebrada en 1934 en Italia, adonde la selección de Uruguay se negó a viajar como respuesta al boicoteo parcial de varios equipos europeos al Mundial de Montevideo, cuatro años antes.

El jugador Luis Monti, que había jugado la final de Montevideo con Argentina, fue alineado por Italia debido a sus orígenes familiares. Entonces, eso era factible y legal. Según las reglas de la FIFA, hoy no es posible cambiar de selección nacional.

Juego violento y propaganda de Mussolini

El de Italia, es conocido como el Mundial Fascista. Los jugadores italianos hicieron el saludo romano y –ante la amenazas de represalia por parte de Benito Mussolini, si perdían– la llamada Squadra Azzurra jugó brutalmente. El presidente de la Federación Italiana de Fútbol era el general Giorgio Vaccaro, miembro del Partido Fascista. Fue el primer campeonato mundial retransmitido por radio.

Italia contó con todo a su favor, incluidos los arbitrajes y una  dureza de sus seleccionados tolerada por los árbitros. El partido Italia-España de cuartos de final fue denominado “la batalla de Florencia”: siete jugadores españoles tuvieron que abandonar el partido por lesiones serias. Pese a ello, el resultado fue de 1-1. El portero Ricardo Zamora salió con dos costillas rotas y no pudo disputar el encuentro siguiente, el del desempate, que la selección española tuvo que jugar sin la mayoría de los titulares. Italia ganó 1-0 con un discutido gol de Giusseppe Meazza. Hay que recordar que el estadio en el que juegan el Inter y la A.C. Milan lleva actualmente ese nombre.

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Giusseppe Meazza marcó el gol que eliminó a España. La selección española tuvo que jugar sin muchos de sus titulares por lesiones múltiples.

Dos años después, Adolf Hitler obtuvo la organización de los Juegos Olímpicos de 1936 y siguió en muchos puntos la pauta de Mussolini. Recibió, eso sí, algún gran revés como las cuatro medallas de oro del atleta negro estadounidense Jesse Owens. Black was already beautiful !

El Mundial de Argentina

Cuarenta años más tarde del Mundial de Italia, el general genocida Jorge Rafael Videla, quien había llegado al poder tras un golpe militar que causó torturas, decenas de miles de muertos y desaparecidos, intentó normalizar su régimen y el genocidio político que provocó mediante la manipulación del Campeonato de 1978. En realidad, la FIFA había optado por esa sede tres años antes del golpe de Estado de los militares que acabó con la presidencia de María Estela Martínez de Perón.

Hubo una gran campaña en muchos países contra la participación y el desarrollo del mundial de Argentina, por las numerosas violaciones de los derechos humanos que tenían lugar allí.

En Suecia, Olof Palme llevó el asunto a su parlamento. En Francia, muchos intelectuales se pronunciaron en contra y buena parte de la opinión respaldó la idea del boicoteo.

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Manifestación en París a favor del boicoteo del Mundial de 1978 que organizó la Junta Militar de Argentina.

Al final, todas las selecciones viajaron a la sede previamente decidida por el entonces presidente de la FIFA, João Havelange, brasileño, hijo de Faustin Havelange, un inmigrante belga que se había enriquecido con el tráfico de armas. 

 João Havelange impulsó la planetarización social definitiva del fútbol, así como su gran promoción como negocio global vinculando sus mayores competiciones a la publicidad de distintas empresas multinacionales.

En 2013, el comité de ética de la FIFA estableció que había recibido sobornos diversos y Havelange dimitió. Pero ya en otras ocasiones había sido relacionado con asuntos turbios como el tráfico de drogas y de armas. En 1999, el diario holandés De Telegraaf ya lo había acusado de corrupción y de admitir todo tipo de regalos antes de tomar determinadas decisiones.

En todo caso, también hubo indicios de colusión corrupta Havelange-Junta Militar, mientras medio millón de argentinos se veían obligados a huir de su país. En un artículo titulado Nuestros terrores favoritos (La Tiza, 10 de marzo de 1982) quien lo firmaba y firma este mismo texto, se decía: “Videla no dejó escapar el Mundial como Mussolini en 1934 y Hitler las olimpiadas (perdón, Juegos Olímpicos) de 1936. En Argentina no se saludó brazo en alto mas no faltaron perros policías, alambradas, etcétera. Y hasta bastante gente desapareció”.

Desde el punto de vista deportivo nada que oponer al triunfo (3-1, contra Holanda) de la selección que dirigía como entrenador César Menotti. Entre los jugadores, hubo algunos que se refirieron años más tarde al sombrío contexto de aquel tiempo. “No somos respetados, pero lo que nosotros hicimos no fue para los políticos que estaban sentados en el palco. Lo hicimos por el fútbol argentino y por la gente. No sabíamos lo que estaba pasando”, dijo Mario Kempes. El mediocampista Ricardo Villa fue más directo: “Nos usaron para tapar treinta mil desapariciones. Me siento engañado y asumo mi responsabilidad individual: yo era un boludo que no veía más allá de la pelota”.  Osvaldo Ardiles señaló tiempo después que fueron usados por los militares “como distracción”.

A kilómetro y medio del estadio en el que el capitán Daniel Passarella levantó la Copa del Mundo de Fútbol de 1978 –junto a un Videla triunfante– estaba la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), convertida en el principal centro de torturas de Buenos Aires.

Del Mundial de Putin al del emir de Qatar

El 2 de diciembre hará doce años de la decisión de la FIFA de atribuir la organización del Mundial de 2018 a Rusia. La candidatura ibérica conjunta (España y Portugal) fue descartada lo mismo que otras dos (Bélgica-Holanda, por un lado, Inglaterra, por otro). Fue una sorpresa porque las apuestas estaban a favor de la candidatura inglesa, gran favorita.

La sociedad rusa empezaba a sentir el declive de su balbuciente sistema democrático ya liderado en 2010 por Vladimir Putin como primer ministro, aunque entonces formalmente el presidente fuera Dmitri Mevdévev.

Un quinquenio después empezaron a surgir detalles de cómo las decisiones relativas a la concesión de los campeonatos mundiales de Rusia y Qatar tenían que ver con la corrupción de varios dirigentes de la FIFA.

Sin embargo, los informes correspondientes del FBI, en primer lugar, y del fiscal neoyorkino Richard Donoghue, no se hicieron públicos hasta 2020. En dichos informes se precisaban cantidades que habían cobrado varios miembros de la FIFA a cambio de su voto a favor de la candidatura rusa.

Como en el caso de Argentina, la ocupación rusa de Crimea en 2014 no impidió la celebración del campeonato. Tampoco los retrasos y cambios sufridos por la reforma de las sedes, transportes, centros deportivos y estadios destinados a los partidos. De nuevo hubo informaciones y rumores de sedes construidas con prisas en campos –alguno de tercera división– para favorecer a gentes demasiado cercanas al Kremlin.

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Putin también hizo del Mundial de fútbol su escaparate político cuatro años después de que tropas rusas invadieran Crimea.

El mismo día en el que Joseph Blatter, sucesor de Havelange, abrió un sobre diciendo “Rusia 2018” y “Qatar 2022” estuvo claro que los derechos humanos no iban a bloquear el avance de la senda abierta por Havelange. La candidatura conjunta de Japón y Corea del Sur, la de Estados Unidos y la propuesta australiana quedaron enterradas.

Blatter repitió las justificaciones dadas para llevar el mundial al continente africano, como si la Rusia de Putin y la Sudáfrica de Mandela fueran la misma sociedad plural y abierta. Las sospechas de apaño de los votos revivieron y nunca han sido suficientemente descartadas. Incluso al referirse a la decisión anterior a favor del mundial de Sudáfrica, muchos medios aseguraron que para Joseph Blatter sólo se trató de asegurar su reelección.

 A principios del verano de 2022, Blatter y Michel Platini (entonces presidente de la UEFA) fueron absueltos de corrupción por un tribunal suizo; pero siguen bajo el peso de la inhabilitación del Comité de Ética de la FIFA y otras informaciones les han implicado –junto al expresidente Nicolas Sarkozy– en la adjudicación del Mundial de Qatar, en coordinación con el entonces príncipe Tamim bin Hamad al-Thani, hoy emir del país.

El propio Blatter ha declarado hace pocas semanas que adjudicar el campeonato mundial a Qatar fue “una decisión errónea” que –según él mismo– se gestó en El Elíseo, la sede de la presidencia francesa, en ese discreto encuentro organizado por el entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy.

Hoy, al menos, buena parte de toda la turbia historia anterior resucita, junto a las noticias de los estadios, donde no faltan espectadores de orígenes diversos que recuerdan la represión de los derechos humanos en el país anfitrión y en otros países vecinos, las protestas de las mujeres en Irán, la muerte de miles de trabajadores durante la construcción de los estadios, así como el sometimiento legal y la violencia contra los ciudadanos LGTB+ en Qatar.

Hay que recordar también los dispendios y el coste medioambiental de instalaciones y estadios climatizados en medio del desierto para celebrar un evento mayor que ha coincidido con la cumbre COP-27 de Egipto sobre el calentamiento del planeta.

En la lista o ranking de la FIFA, Qatar estaba en el puesto 113 cuando Blatter hizo su anuncio para la competición mundial de 2022. Actualmente ha subido al puesto 50. No es posible ignorar el precio de ese ascenso por parte de quienes aman el fútbol, entre los que me encuentro.

Las altas temperaturas de la región del Golfo Pérsico, incluso en otoño, han forzado a jugar con climatizaciones modernas en un país pequeño que ha hecho su potencia y fortuna mediante la explotación de sus yacimientos de combustibles fósiles.

El campeonato mundial vive hoy rodeado de polémicas y críticas, también desde la perspectiva de quienes seguimos acudiendo a los estadios con seguidores, jugadores, equipos y estadios más modestos.

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Los jugadores de Alemania hacen un gesto para denunciar la censura de la FIFA en Qatar.

Qatar ha bajado artificial y muy costosamente la temperatura de los lugares de competición porque –de algún modo– ambiciona alcanzar el ambiente de un verdadero invierno. Ojalá ese invierno llegue para congelar lo peor de los manejos y la corrupción que han rodeado los campeonatos mundiales citados. No todos fueron así.

En 2026, hay que exigir una rectificación completa de la FIFA para que disfrutemos tranquilos el próximo Campeonato Mundial que organizan y compartirán los Estados Unidos de América, los Estados Unidos Mexicanos y Canadá.

Esperemos que impere entonces otro ánimo, otro espíritu. Jorge Valdano ha recordado la arenga que César Luis Menotti, el entrenador argentino en 1978, lanzó en el vestuario a los jugadores antes de que salieran a jugar. No tiene desperdicio.

“Nosotros –dijo Menotti– somos el pueblo, pertenecemos a las clases perjudicadas, nosotros somos las víctimas y nosotros representamos lo único legítimo en este país: el fútbol. Nosotros no jugamos para las tribunas oficiales llenas de militares, sino que jugamos para la gente. Nosotros no defendemos la dictadura sino la libertad”.

En los países con mayor pasión futbolística, las asociaciones de hinchas disputan ásperamente a los Havelanges de turno el tipo de fútbol que queremos. Hay ejemplos como las reformas de la legislación en el Reino Unido para que los propietarios no puedan cambiar aspectos significativos de la cultura del fútbol. Esas reformas han sido producto de la movilización de los aficionados británicos. Influyeron decisivamente también en el derribo –por ahora, al menos– de la Euroliga pensada por Florentino Pérez.

El frío modelo invernal de Qatar no puede ser definitivo.

Paco Audije
Periodista. Fue colaborador del diario Hoy (Extremadura, España) en 1975/76. Trabajó en el Departamento Extranjero del Banco Hispano Americano (1972-1980). Hasta 1984, colaboró en varias publicaciones de información general. En Televisión Española (1984-2008), siete años como corresponsal en Francia. Cubrió la actualidad en diversos países europeos, así como varios conflictos internacionales (Argelia, Albania, Kosovo, India e Irlanda del Norte, sobre todo). En la Federación Internacional de Periodistas ha sido miembro del Presidium del Congreso de la FIP/IFJ (Moscú, 2007); Secretario General Adjunto (Bruselas, 2008-2010); consejero del Comité Director de la Federación Europea de Periodistas FEP/EFJ (2013-2016); y del Comité Ejecutivo de la FIP/IFJ (2010-2013 y 2016-2022). Doce años corresponsal del diario francófono belga "La Libre Belgique" (2010-2022).

2 COMENTARIOS

  1. Gracias Paco por documentar tan exhaustivamente la historia corrupta de los mundiales futboleros.
    Curiosamente a la mayoría de aficionados y seguidores de dos continentes (o más) les trae sin cuidado la corrupción.
    Esa y no otra es la causa de que la corrupción siga adelante

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