Decir que la herramienta básica de trabajo de un periodista es el lenguaje escrito y oral, quizás no tenga ninguna relevancia, pues es lógico que alguien que se dedique a la comunicación social sepa manejar con relativa facilidad los elementos que le permitan cumplir medianamente aceptable el rol que le corresponde, sin necesidad de ser un experto lingüista.
Lo que sí es fundamental es tener presente que, para un buen trabajo, se debe estar convencido de que se está en la obligación moral de educar, entretener e informar.
Una forma de lograrlo es superar las nociones elementales obtenidas en la educación básica, en la media y en la universitaria, lo cual comporta un aprendizaje constante mediante la lectura y el ejercicio de la escritura, con lo que podrá fortalecer su función.
El criterio anterior, que es compartido por muchos conocedores y críticos del asunto, no significa que deba ser un experto en asuntos gramaticales, pues para una excelente labor, solo basta saber que se escribe para ser entendido, para ser ameno y para informar de manera clara sobre lo que ocurre alrededor. No es necesario ser individuo de número de la RAE, se lo aseguro.
No sé si en otros países de habla hispana ocurra lo mismo; pero en Venezuela hay una incontable cantidad de periodistas de las viejas y nuevas promociones, cuya redacción está signada por el poco gusto y por la falta de creatividad, que se nota por el uso de casi siempre la misma forma de elaborar un texto, amén de que de manera muy frecuente incurren en las mismas impropiedades.
Los redactores de sucesos venezolanos, especialmente los que prestan sus servicios a medios fuera de la capital de Venezuela, suelen emplear una forma maquinal, muchas veces inducida e impuesta por la fuente, como el caso de organismos militares y policiales, en los que se sugiere un formato invariable, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.
Si la información es sobre un hecho delictivo, la redacción es siempre la misma, y se advierte claramente la intención, y yo diría la imposición, de ponderar la actuación del comandante, del director, del jefe o de cualquier integrante de la superioridad jerárquica, y no la finalidad de informar.
Es risible leer textos en los que se cuenta la detención de alguien en flagrancia, con la siguiente descripción: «Por instrucciones del general Pedro Pérez, (el comisionado fulano, el director zutano, el comisionado mengano), fue aprehendido Perico de los Palotes», lo cual denota poco gusto, cero creatividad y muchas veces adulación. ¡Ojo, lo de Pedro Pérez y Perico de los Palotes, es solo un ejemplo!
Es un encajonamiento que ha inducido el arraigamiento de una notable cantidad de términos mal utilizados, pues solo cambia el nombre del o de los informantes. Pareciera que el comandante, el director, el jefe o el aludido integrante de la superioridad jerárquica tienen la facultad de adivinar la comisión de los delitos.
Muchos de los que emplean esa forma de describir los hechos, no se han preocupado por saber que los verbos iniciar y comenzar, aunque son sinónimos, no se construyen de la misma forma; incurren a cada rato en la redundancia que implica escribir o decir que «el sujeto cayó abatido», pues el verbo abatir, en el caso en el que se lo usa, lleva implícita la noción de caer.
Son repetitivos en el uso inadecuado del gerundio, y por eso escriben: «El delincuente huyó siendo detenido al día siguiente». Muy pocos son los que saben que entre la huida y aprehensión del delincuente existe una marcada posteridad que contradice las normas para el buen uso de esa forma impersonal del verbo.
Cuando alguien atropella con su vehículo a un ciudadano y se da a la fuga, la frase favorita es: «Atropellado… por auto fantasma». Y si el caso es de un sujeto que llega a un lugar y somete a alguien con un arma de juguete con la intención de robarlo, a esta se le da el nombre de facsímil.
Es justo y necesario reconocer que el auto fantasma y el facsímil han ido despareciendo del vocabulario de los diaristas, quizás porque algunos se han tomado la delicadeza de enriquecer su léxico y desechar todas aquellas expresiones y términos inadecuados; pero la que se mantiene campante es la forma preconcebida de redactar.
Y ni hablar de los signos de los signos de puntuación, aspecto en el que pocos redactores se desenvuelven con facilidad.