Nos repetimos día tras día que ésta es la era de la comunicación, y que, por saturación, a menudo se produce la paradoja de la incomunicación en diversos grados. No sabemos del otro, porque, cuando nos habla, no le escuchamos lo suficientemente. Al otro le pasa igual.
También es cierto que a menudo vendemos tanta superficialidad que dejamos a un lado lo verdaderamente importante. Puede que contemos qué somos, pero no quiénes somos. «No queremos perder el tiempo», según nos indicamos, o bien preferimos optimizarlo de maneras que nos hacen, en realidad, no aprovecharlo como deberíamos.
Respiremos y oteemos. El atender al otro, al vecino, al conocido, al que pasa diariamente por nuestro entorno, es básico para que sepamos lo que piensa, lo que le preocupa, lo que nos podría identificar con él, o a él con nosotros. Sin esa cercanía es difícil que conectemos. Son las celeridades, son esas premuras (a tenor de lo que nos decimos) las que hacen que no demos con las claves del acontecer cotidiano. Es una media verdad. Así nos va.
Hay una evidencia. Sacamos partido urgente a lo que nos parece rentable e importante en el deambular diario. Otra vez las prisas por llegar. Lo que ocurre, por desgracia, es que hemos cambiado los patrones culturales y educativos, y nos parece relevante lo que sin duda no lo es tanto. Por eso surgen tantas melancolías y frustraciones en nuestras existencias, porque, como dice el protagonista de «El Protegido», no hacemos lo que querríamos. Un primer paso es, por ende, que sepamos lo que queremos esgrimir. Para tal aprendizaje hemos de empezar por nosotros mismos.
En paralelo, conviene que escuchemos a nuestras conciencias y corazones, y que no queden los sentimientos postergados o escondidos nuevamente por las dichosas prisas o por éxitos que no nos satisfacen tanto como pensamos o referimos…
En el mundo de la comunicación, de la saturación, del aprendizaje perpetuo, igualmente de la incomunicación, de las posibilidades de información, el silencio para escuchar a los otros puede ser un eje para recuperar una posición más proactiva en el proceso de intercambio de ideas, de datos y de experiencias. Probemos hoy mismo: es cuestión de hábitos, de desarrollarlos, claro. Nuestras vidas lo agradecerán.