Distanciemos lo negativo. Vivamos la bondad y la belleza como puntos de referencia para impulsarnos hasta la felicidad. Tengamos derechos y obligaciones.
No partamos las emociones. Dejemos que se expandan como si no hubiera un mañana y disfrutemos sin miedos ni parangones. Nos debemos mirar con constancia al corazón, y mimarlo, y, sobre todo, desde el respeto, hacerle caso.
No apaguemos las luces. Nos sirven de noche y de día. Corrijamos las actuaciones que nos introducen en veleidades sin fuste. Nos debemos armar de valor. No suspendamos las iniciativas de la genialidad que nos decoran con pasión y paciencia.
No imaginemos más de la cuenta. Experimentemos lo cotidiano sin excesivas alusiones al pasado y al futuro. El regalo más leal está aquí y ahora.
Amansemos ciertos anhelos que, por excesivos, no son puros. Vayamos con paso firme y curioso hacia el altar del contento solidario donde deberemos impresionarnos en positivo.
Compartamos, generemos confianza y destaquemos las óptimas intenciones como peldaños para la jovialidad que es individual pero que permanece en colectivo.
Todo está por hacer, pero, por favor, no tengamos prisa. Rocemos.