Somalilandia se juega su futuro en el puerto de Berbera

Cruzar las fronteras puede ser una experiencia intimidante en África, aunque ahora también en Europa y Estados Unidos, e incluso en los aeropuertos. Pero ir de Etiopía a Somalilandia y atravesar el ruinoso pueblo fronterizo de Togo-Wuchale resulta gratamente surrealista, informa James Jeffrey[1] (IPS) desde Hargeisa.

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Somalilandia

En vez de someter a las personas a un severo control fronterizo, los funcionarios de inmigración de Somalilandia las reciben con grandes sonrisas y entablan conversaciones amigables mientras estampan el sello de ingreso sobre la visa incluida en el pasaporte.

Siempre se alegran de la llegada de extranjeros, que interpretan como una suerte de reconocimiento a este país, que legalmente no existe para la comunidad internacional, a pesar de que proclamó su independencia de Somalia en 1991, tras una guerra civil que dejó unas 50.000 personas muertas.

Protectorado británico de 1886 a 1960, que luego se unió a la Somalia italiana para crear el estado moderno de Somalia, Somalilandia se gobierna de forma autónoma desde 1991 y cuenta con todos los componentes de un estado funcional como su propia moneda, autoridades, policía y ejército y un orden legal en la calle.

Además, desde 2003, Somalilandia ha celebrado varias elecciones democráticas que dieron lugar a traspasos de poder ordenados.

La voluntad de existir es clara en esta capital, dejada en ruinas por la guerra civil que terminó en 1991 y con su población en campamentos de refugiados en la vecina Etiopía.

Un episodio infame grabado en la memoria colectiva es el despegue de aviones del régimen dictatorial encabezado por Mohammed Siad Barre, que luego regresaron para bombardear la ciudad.

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En la capital de Somalilandia, los visitantes encuentran una mezcla de apasionados mercados tradicionales en sintonía con modernos edificios y centros comerciales de fachadas de vidrio, cafés con conexión inalámbrica a Internet y gimnasios con aire acondicionado, todo financiado por la diáspora y salpicado del típico dinamismo somalí. Crédito: James Jeffrey/IPS

Pero los visitantes de esta soleada capital de 800 000 habitantes encuentran una mezcla de apasionados mercados tradicionales en sintonía con modernos edificios y centros comerciales de fachadas de vidrio, cafés con conexión inalámbrica a Internet y gimnasios con aire acondicionado, todo financiado por la diáspora y salpicado del típico dinamismo somalí.

«Hacemos todas las cosas correctas que pide Occidente, pero seguimos sin obtener nada por ello», protestó el ministro de Información, Cultura y Orientación Nacional, Osman Abdillahi Sahardeed: «Este es un país resiliente que depende de sí mismo, no buscamos una limosna, sino que nos den una mano», subrayó.

La creciente exasperación del gobierno y de la población no es sorprendente, pues a pesar de sus logros, este sigue siendo un país muy vulnerable.

La fragilidad de su economía es peligrosa, y la falta de reconocimiento impide que reciba un masivo respaldo internacional y tenga a acceso a organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

El gobierno cuenta con un diminuto presupuesto de 250 millones de dólares, 60 por ciento de los cuales se destinan a lsa fuerzas policiales y de seguridad para mantener lo que este país considera uno de sus mayores logros y argumentos para su reconocimiento: la paz y la estabilidad.

Además, tiene una gran dependencia en los ancianos del clan local, pero es difícil para cualquier gobierno probar su legitimidad cuando los servicios esenciales necesitan de la ayuda de organizaciones humanitarias internacionales, de organizaciones no gubernamentales locales y del sector privado.

De hecho, Somalilandia sobrevive gracias a las remesas enviadas por la diáspora, estimadas entre 400 millones de dólares y por lo menos el doble de esa cifra al año, y de la venta de prodigiosas cantidades de ganado a los países árabes.

La pobreza generalizada y los varios grupos de hombres que se ven todo el día en las calles sorbiendo té somalí dulce y masticando jat, una planta estimulante, revelan el gran desempleo crónico que padece este país.

«Alrededor de 70 por ciento de la población tiene menos de 30 años, y no tendrá futuro sin el reconocimiento» internacional, subrayó Jama Musse, un profesor de matemática que se volvió de Italia para hacerse cargo de un centro de la Fundación Cultural del Mar Rojo, que brinda oportunidades artísticas para los jóvenes de Hargeisa: «El mundo no puede cerrar los ojos, tiene que atender la cuestión de Somalilandia», instó.

Numerosos observadores señalan el riesgo de la intrusión del wahhabismo, una versión más fundamental del islam que la conservadora pero relativamente moderada que se practica en Somalilandia, un motivo de preocupación particular en esta región del mundo.

«Los hombres jóvenes son un grupo ya preparado de personas sin rumbo y pasibles de ser reclutados por combatientes extremistas con un agenda precisa», advirtió Rakiya Omaar, abogado y presidente del Instituto Horizonte, una consultora local que ayuda a las comunidades a superar la falta de desarrollo y a lograr la estabilidad.

La clave de la recuperación económica de Somalilandia, coinciden numerosos analistas, está en aprovechar la fuerte situación económica de Etiopía, el segundo país más poblado de África y la economía de mayor crecimiento, según el FMI.

Estos integrantes del sindicato de marineros de Somalilandia, en el puerto de Berbera, se quejan de que la falta de inversión extranjera se traduce en que no cobran lo mismo, ganan unos 220 al mes, que los trabajadores extranjeros, porque no pertenecen a una organización internacional reconocida. Crédito: James Jeffrey/IPS.

Y para ello es fundamental Berbera, un antiguo centro comercial marítimo, eclipsado desde hace tiempo por los puertos de Yibuti, más al norte.

Pero ahora, el puerto de Berbera está en expansión, la que podría transformarlo y devolverle su estatus de gran centro regional, lo que ayudaría a financiar el sueño de construir la nación de Somalilandia.

En mayo de 2016, la empresa DP World, con sede en Dubai, ganó una licitación por 30 años para gestionar y ampliar Berbera, un proyecto valuado en 442 millones de dólares, que incluye la ampliación del puerto y la reconstrucción de 268 kilómetros de ruta desde allí hasta la frontera con Etiopía.

Etiopía, sin salida al mar, busca desde hace tiempo diversificar su acceso al mar, un asunto de gran interés estratégico. Actualmente, 90 por ciento del comercio pasa por Yibuti, un pequeño país con una creciente red de puertos que recoge mil millones de dólares cada año solo de Etiopía.

A Somalilandia le interesa que alrededor de 30 por ciento de ese intercambio comercial pase por Berbera, y Etiopía está más que de acuerdo con la idea, pues ya incorporó esa proporción en la última versión del Plan de Transformación y Crecimiento, que define la política económica de ese país hasta 2020.

Los dos estados ya suscribieron un memorando de entendimiento sobre comercio, seguridad, salud y educación en 2014, antes del acuerdo suscrito en marzo de 2016 para el uso del puerto de Berbera. Y Etiopía podría solo ser el inicio de una política comercial rentable.

«Podría ser una puerta de entrada a África, no solo a Etiopía», subrayó Sharmarke Jama, asesor económico del gobierno local durante las negociaciones para otorgar la concesión del puerto: «A medida que nuestros intereses económicos están en sintonía con los de la región y nos integramos a la economía, solo puede servir para lograr el reconocimiento» de la comunidad internacional, destacó Sharmarke.

Pero el reconocimiento de Somalilandia no será fácil porque podría llegar a socavar los esfuerzos internacionales de décadas para arreglar la situación en Somalia, además de abrir una caja de Pandora con reclamos separatistas en la región y en otras zonas de África.

El 13 de abril de 2016, más de 500 migrantes murieron en un barco que naufragó en el mar Mediterráneo. La mayoría de los medios de comunicación informaron que muchas de las personas muertas eran somalíes. Pero en Hargeisa saben que muchas eran residentes de Somalilandia.

«¿Por qué se van? Desempleo», se respondió el exministro de Relaciones Exteriores, Abdillahi Duhe, quien ahora trabaja como consultor en la capital de Etiopía. «Este es un momento muy importante, superamos la etapa de recuperación y tenemos paz, pero quedan muchos obstáculos por superar», subrayó.

  1. Traducido por Verónica Firme
  2. Publicado inicialmente en IPS Noticias
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