For the times they are a-changin’!
Denn die Zeiten ändern sich. Es kommen andere Zeiten!
Helene Fischer es alemana. Aún no ha cumplido los cuarenta; es decir, cinco años mayor que la estadounidense Taylor Swift, con la que en un vistazo un tanto superficial podríamos establecer unos pocos paralelismos.
Porque hay algunos, sí. Entre ellos, un cierto momento político global en el que ellas tratan de valorar si deben expresarse públicamente contra las derechas extremas, que siguen avanzando en sus respectivos países, Alemania y Estados Unidos.
Fischer es también intérprete y cantante, como Swift, e igualmente atractiva. Por lo que llegamos a saber, un tanto menos polimórfica que su colega norteamericana, pero también una mujer muy popular y, desde luego, multipremiada.
En el caso de Swift, los candidatos presidenciales Joe Biden y Donald Trump están pendientes de que pueda inclinarse a un lado u otro, políticamente. Por ello, los trumpistas están inventando todo tipo de relatos conspiranoicos porque temen que se pronuncie contra Trump y a favor de un nuevo mandato de Joe Biden.
La teoría proTrump más ansiosa considera factible que Taylor Swift haga una declaración favorable al actual presidente durante la cita mayor del deporte estadounidense, la LXVIII Super Bowl, la final de fútbol americano que jugarán el próximo lunes los Kansas City Chiefs contra los 49 de San Francisco (San Francisco 49ers). Tendrá lugar el próximo día 11 de febrero en el estadio Allegiant, en la ciudad de Las Vegas.
Muchos trumpistas desean la derrota de los Kansas City Chiefs, porque entre sus mejores jugadores está Travis Kelce, el novio de Taylor Swift, quien fue hace pocos días la mayor triunfadora en la ceremonia de los premios Grammys, superando en número de trofeos a figuras históricas de la música como Frank Sinatra, Paul Simon o Stevie Wonder.
Si Taylor Swift pidiera apoyar o votar por Joe Biden, como algunos esperan, el sector favorable a Trump se lanzaría a una campaña de demolición total de su popularidad. No sería la primera que ella sufre en su carrera. Entre los delirios conspiracionistas, anotamos la idea más enloquecida: hay una plan negociado con el equipo de Joe Biden para que Taylor Swift pida votar a los demócratas después de que otros amañen la final de Las Vegas para inclinar el partido a favor de los Kansas City Chiefs, el equipo de Travis Kelce. Explosivo.
En el terreno económico y apoyándose en su popularidad, Taylor Swift ha construido una gran empresa.
Según el grupo de información económica Bloomberg, su patrimonio ronda unos dos millares de millones de dólares.
En 2023, la revista Time la consideró la mayor personalidad del año y lo reflejó en una primera página en la que ella se vio bien reflejada.
Por su parte, Helene Fischer tiene un recorrido vital interesante desde otros puntos de vista. Nació en Krasnoyarsk, en 1984, entonces ciudad siberiana de la Unión Soviética y hoy segunda capital de Siberia como parte de la Federación Rusa.
Sus padres eran cultural y étnicamente alemanes, descendientes de las poblaciones alemanas emigradas a la región del Volga y a la región del mar Negro, a mediados del siglo dieciocho.
Llegaron allí, en aquel tiempo, por invitación de la emperatriz Catalina II de Rusia, también de origen alemán.
Durante la Segunda Guerra Mundial y el período estalinista, Stalin ordenó la emigración forzosa hacia Siberia de los llamados Russlanddeutschen (rusos de cultura alemana).
A lo largo del tiempo, esos rusos alemanes conservaron los elementos más destacados de sus hábitos, creencias, tradiciones culturales y religión, tanto quienes eran católicos como quienes siguieron siendo luteranos o protestantes de otra rama.
Ese es el bagaje familiar con el que Helene Fischer llegó a su país actual con menos de cuatro años de edad.
Como cantante del estilo pop ligero llamado schlager en alemán, Fischer ha vendido millones de discos en Alemania, Suiza y Austria. Su tema Farbenspiel es el más descargado de la historia de la música popular alemana.
En Alemania, la llaman reina de corazones y la consideran la reina del schlager. También, por un programa en el que aparece, la reina de las nieves.
Pero si Taylor Swift ha evitado hasta ahora definirse del todo en público, Helene Fischer ha resuelto sus dudas: la última semana apareció en la cubierta del semanario Stern (un millón de ejemplares al mes, más su influencia digital y mediática) firmando con un grupo de artistas, personalidades de otros campos y gentes del mundo de la cultura contra el auge de la extrema derecha:
– Las discriminaciones, el racismo, el odio y la violencia envenenan nuestra sociedad. Quiero vivir en una Alemania abierta, tolerante y diversa y deseo un porvenir multicolor para nuestros hijos. Debemos defender ahora nuestros valores y nuestra democracia y no tenemos que dejar campo libre a los antidemócratas.
El icono llamado Helene Fischer ha roto así con la idea de cantante ligera y no comprometida que tenía hasta ahora, pues la portada de Stern acaba de aparecer cuando faltan sólo cuatro meses para las elecciones parlamentarias europeas y medio año para varias elecciones regionales en Länder alemanes en los que la extrema derecha cree estar segura de triunfar. Fischer no pide un voto único, sino un voto «a favor de la democracia y contra los extremistas».
Naturalmente, ha recibido elogios de buena parte de la sociedad alemana; también lo contrario, críticas acerbas y amenazas en las redes sociales, donde la ultraderecha la considera doblemente traidora por su origen familiar y acusándola de cobrar del gobierno del canciller Olaf Scholz.
Entre la comunidad propia (los Russlanddeutschen), la de los alemanes del Volga instalados en Alemania, prevalece la misma división de opiniones. La extrema derecha creía tener –hasta ahora– una amplia mayoría entre ellos, una columna fundamental entre su electorado potencial.
Fischer acaba de quebrar ese estereotipo.
Lo ha hecho también después de que un grupo de periodistas de investigación revelara un encuentro de la extrema derecha parlamentaria (AfD, Alternative für Deutschland) con grupos neonazis, más radicales, en donde se planteó la potencial deportación masiva de dos millones de residentes extranjeros, incluso de ciudadanos alemanes con orígenes familiares en la inmigración.
El politólogo germanoargentino Franco delle Donne, ha situado el contexto en un debate organizado por la asociación europeista Europa en Suma, el plan consistiría en deportar a varios millones de habitantes de Alemania:
–Afectaría a tres grupos: quienes tienen otra nacionalidad, los extranjeros con permiso para estar en Alemania y los que disponen de visado de residencia, incluso los alemanes con ascendencia migratoria. Todo ello según criterios no demasiado claros. Estamos hablando de varios millones de personas. Todo esto se dio a conocer a mediados de enero. Tres días después empezó a haber, en distintas capitales alemanas, manifestaciones masivas opuestas a los avances de la extrema derecha. Hay que citar un detalle significativo: la reunión de hace pocas semanas tuvo lugar en Postdam, una ciudad en la que está Wannsee, donde los jerarcas nazis decidieron llevar a cabo lo que llamaron la solución final, es decir el Holocausto.
Esos planes podrían ir más allá de las fronteras alemanas, o ser imitados, en un contexto ideológico global favorable a los partidos de extrema derecha. ¿Pueden esos partidos extremistas y neonazis llegar a controlar los Estados Unidos, bajo una posible nueva presidencia de Donald Trump, o la Unión Europea o, al menos, bloquear su funcionamiento, tras las próximas elecciones al parlamento europeo?
– La AfD tiene ahora unas expectativas de voto que rondan el 20 por ciento. Estos partidos existen y tienen intenciones de voto bastante relevantes. Debemos interrogarnos sobre qué hacer con o contra ellos. En algunos Länder alemanes del este, podrían superar el 30 por ciento de los votos en las próximas elecciones regionales que van a tener lugar allí, advierte Delle Donne.
Es en ese ambiente en el que Helene Fischer ha roto con su anterior apolicitismo absoluto. Esas derechas extremas, está claro, no van a perdonar sus declaraciones. Ni el texto suscrito por Helene Fischer, ni su aparición destacada en la portada de la revista Stern.
En medio de grandes manifestaciones contra el extremismo de derechas, Helene Fischer sorprende por su implicación. Su icono funciona como un cohete repentino contra los fundamentos del nuevo muro social que divide Alemania. Veremos si el otro icono, Taylor Swift, asume los mismos riesgos pidiendo el voto para el candidato demócrata.
En el siglo veintiuno, soprendentemente, el modelo engagé quizá no se llama Raymond Aron, Albert Camus, Bertrand Russell, Jean-Paul Sartre o Noam Chomsky (éste aún vivo); tampoco, ni siquiera, Pablo Milanés, Victor Manuel o Joan Manuel Serrat, ni Joan Báez, Bob Dylan, Jean Ferrat, Raimon o Lluís Llach, sino más bien Taylor Swift o Helene Fischer.
¡Vaya si los tiempos han cambiado, amigo Dylan!