Temor por el futuro de Armenia tras la caída de Nagorno Karabaj

El 19 de septiembre, el sonido de las bombas recordaba la vigencia de un conflicto que el mundo parecía empeñado en olvidar. Fue entonces cuando el ejército azerí volvía a lanzar un ataque masivo contra Nagorno Karabaj, una república autoproclamada dentro de Azerbaiyán habitada por una mayoría armenia que persigue su independencia desde la disolución de la Unión Soviética, en 1991, informa Karlos Zurutuza (IPS) desde Roma.

Los armenios del enclave capitularon en menos de veinticuatro horas. Eran conscientes de la superioridad militar del enemigo y están exhaustos por la ausencia de los suministros más básicos. Azerbaiyán había cortado la única carretera que conectaba Karabaj con el resto del mundo durante nueve meses.

Es el último capítulo de una pesadilla que comenzó décadas atrás.

Durante el colapso soviético, el conflicto entre armenios y azeríes provocó una cadena de expulsiones forzosas. En el enclave en disputa, la violencia escaló varios grados. La primera guerra de Karabaj (1988-1994) se saldó con una victoria armenia y el éxodo de más de medio millón de azeríes a Azerbaiyán.

Durante veinticinco años, los armenios de enclave disfrutaron de una república propia que nadie reconocía y a la que rebautizaron con su nombre antiguo: Artsaj. Por su parte, Azerbaiyán aprovechó ese tiempo para invertir las ganancias del gas y el petróleo en alta tecnología militar y en entrenar y equipar a la tropa.

Todo aquello se utilizó en la segunda guerra de Nagorno Karabaj: la victoria azerí se certificó en el otoño de 2020, y tras 44 días de horror. En las zonas que habían de pasar bajo control de Bakú, muchos armenios desenterraban a sus muertos para llevárselos en el maletero de sus vehículos.

Para Azerbaiyán, no obstante, fue una victoria incompleta. Los armenios habían perdido dos tercios del territorio bajo su control, pero seguían en la capital y sus distritos aledaños.

Thomas de Waal, una de las voces más autorizadas sobre la región del Cáucaso, describe el conflicto entre armenios y azeríes como «una limpieza étnica por turnos». Que los azeríes habían desaprovechado el suyo hace tres años quedó patente el 19 de septiembre.

Había que acabar la faena.

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Civiles evacuados en Stepanakert, la capital de Nagorno Karabaj, tras el ataque azerí del 19 de septiembre © Siranush Sargsyan / IPS

¿Ahora qué?

Se habla de cientos de muertos, miles de desplazados, aunque todavía es demasiado pronto para conocer las cifras reales. Lo que sí se puede constatar es el éxodo de miles de karabajíes hacia Armenia.

Además del desarme y el desmantelamiento de la administración armenia del enclave, Bakú pide su «integración total en la sociedad azerí». ¿Podría el enclave convertirse en una región autónoma dentro de Azerbaiyán? No es probable.

Si cerca de un millón de miembros de la minoría talish -un pueblo de lengua irania que habita también en la vecina Irán- en el país no gozan de la suya ni de derecho alguno como minoría en Azerbaiyán, ¿qué pueden esperar los 120.000 armenios de Karabaj?

Lo único que se interponía entre ellos y los azeríes eran las tropas de interposición rusas desplegadas tras el acuerdo de paz impulsado por Moscú para cerrar la guerra de 2020.

Durante estos tres años se han encadenado los incidentes armados en la zona de contacto, con los soldados rusos limitándose a observar y cubrirse. Mientras tanto, el malestar de los armenios por el incumplimiento ruso se verbalizaba en incendiarias comparecencias de su primer ministro, Nikol Pashinyan.

Que Armenia acogiera unas maniobras militares conjuntas con Estados Unidos este mismo mes de septiembre era la gota que colmaba el vaso. Ni siquiera la muerte de cinco soldados rusos a resultas del ataque azerí ha tenido consecuencias para el vecino del Caspio.

Con el silencio cómplice de una Unión Europea que mantiene acuerdos gasíferos con Azerbaiyán para compensar el impacto en su suministro de la guerra en Ucrania, Bakú y Moscú pueden cerrar filas para echar a Occidente de una región en la que solo contemplan como una tercera voz la de Turquía, estrecho aliado de Azerbaiyán.

Abandonados a su suerte, el éxodo a Armenia es la única opción de seguir con vida para los karabajíes. Las imágenes de 2020 en las que soldados azeríes cortaban narices y orejas a civiles y vandalizaban monasterios siguen demasiado frescas en su memoria.

Quizá el paralelismo más cercano en el espacio y el tiempo sea el de los kurdos de las zonas ocupadas por Turquía en el noreste sirio. Los encontrarán en esos campos de refugiados levantados en el noreste sirio, o intentando cruzar el Mediterráneo.

Una lengua de tierra

El problema es que lo que pasa en Karabaj no se queda en Karabaj. «Si cae Artsaj, cae Armenia», avisaba Davit Baboyan, exministro de Exteriores del enclave a IPS hace varios meses.

Ya entonces, Baboyan apuntaba al «peor momento en la historia de Armenia desde el genocidio». Más de un millón y medio de armenios fueron exterminados en Anatolia durante la segunda década del siglo veinte.

El 9 de agosto era el exfiscal de la Corte Penal Internacional, Luís Moreno Ocampo, quien alertaba de la amenaza de un nuevo genocidio sobre el pueblo armenio.

Tras la debacle de 2020, Bakú ha ido ocupando territorio oficialmente de Armenia en la sureña región de Syunik. Esa estratégica lengua de tierra es lo único que se interpone en el sueño compartido por Ankara y Bakú de unir el Mediterráneo con el Caspio por tierra.

El presidente azerí, Ilham Aliyev, se agarra al punto nueve del acuerdo de paz que puso fin a la guerra de 2020. Donde dice: «Garantizar el libre movimiento de personas, vehículos y mercancías», Aliyev cree leer algo sobre cierto «corredor» que, por supuesto, controlará él, y que podría aislar a Armenia de su vecino persa.

Este lunes 25, el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, visitaba el enclave azerí de Najicheván por primera vez durante su mandato. Fronterizo con Turquía, Najicheván es clave en el trazado del polémico corredor.

Sus consecuencias para Armenia serían desastrosas: Irán es el único país con el que Armenia mantiene un vínculo comercial fluido dado que sus fronteras con Azerbaiyán y Turquía están cerradas desde los años noventa. Por otra parte, las relaciones con Georgia suelen ser turbulentas por los lazos de esta con Ankara.

En Armenia, las protestas contra el primer ministro armenio toman las calles de la capital, pero que Moscú pida hoy su cabeza podría provocar el efecto contrario. En cualquier caso, no parece que un simple cambio de caras en la pequeña Armenia pueda evitar que su pueblo enfrente a uno de los momentos más críticos de su historia.

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