“Tata” Marx es implacable. La economía, sostén fundamental de la organización social es invencible y definitiva. El trabajo de las mujeres significa casi la quinta parte del Producto Interno Bruto (PIB). Y no me refiero al que hacemos las mujeres en la vida pública o productiva. Sino el que realizamos las mujeres en casa. El que hacemos del otro lado de la línea de ensamble, el que desarrollamos calladamente, como si no nos quedara remedio, el que nadie reconoce.
Ese trabajo que Isabel Larguía definió como trabajo invisible hace casi 50 años. El de la doble jornada, el que nos tocó por ser mujeres y casi nadie atina a considerar humano y noble. ¿Quién siendo mujer no ha tendido camas o ha lavado trastes? ¿Quién siendo mujer no ha barrido? Pero lo peor ¿Quién siendo mujer no le ha tocado cuidar a su madre, a su padre por enfermedad o a otro familiar por discapacidad? Tareas que no se consideran importantes que se ven como destino para las mujeres, pero que corresponden al Estado, a la sociedad, a todo mundo.
Hoy esas labores están en las cuentas satélites y la ONU les llamó economía del cuidado, la que responde al bienestar para cada persona. Cuidado proporcionado por una tercera persona, casi siempre mujer, trabajo no pagado y sí fuente abundante de discriminación.
La semana que pasó, INEGI nos ilustró de cuánto significa ese trabajo para la economía nacional. Reflexiono sobre algunas cuestiones porque se nos sigue viendo como víctimas en muchas situaciones, se nos vuelve vulnerables, pero nadie atina a ver cómo contribuimos al bienestar de la sociedad, cómo somos el colchón del sistema, cómo quizá gracias a la llamada “pomposamente” economía del cuidado, la sociedad puede funcionar.
Vean nada más: el valor de este trabajo, siempre horrible, eso de limpiar la cola de los recién nacidos y dar de comer en la boca a los enfermos es nada menos que de tres mil 61 billones de pesos, lo que representó el 19.7 por ciento del PIB en México, durante 2012.
La mayor parte de las labores domésticas y de cuidados las realizaron las mujeres, con el 78.3 por ciento del tiempo que los hogares destinaron a estas actividades, que corresponde, a su vez, al 76.1 por ciento si se habla en términos del valor económico.
En 2012, los resultados en cifras netas per cápita, mostraron que cada persona contribuyó en promedio con el equivalente a 27 mil 700 pesos anuales por sus labores domésticas y de cuidados. Al desagregar este valor según el sexo de quien realizó estas actividades, se observó que el trabajo de las mujeres tuvo un valor equivalente a 40 mil 800 pesos, mientras que la aportación de los hombres fue de 13 mil 200 pesos durante el mismo año.
INEGI muestra que las más pobres aportan más tiempo y trabajo. Dice que al observar el valor del trabajo doméstico y de cuidados por quintil de hogar según el ingreso corriente, las mujeres del quintil I (con menores ingresos) contribuyeron con 43 mil 300 pesos en promedio al año; mientras que aquellas que pertenecen al quintil V (con mayores ingresos) lo hicieron con el equivalente a 37 mil 600 pesos en el mismo periodo. Por su parte, la contribución de los hombres para los mismos quintiles (I y V) fue de 13 mil 200 y 12 mil 200 pesos, respectivamente.
Los valores atribuidos a este trabajo, se comparan con lo que podría cobrarse si se hicieran dentro de la lógica del mercado.
Esta cuenta que hace el INEGI, por recomendaciones internacionales, se llaman “Cuenta satélite del trabajo no remunerado de los hogares de México, 2012”, debería mostrarnos lo que esta sociedad se beneficia con las labores que se realizan dentro de los hogares o familias, y que se extiende a muchas actividades sociales. Por ejemplo, quienes realizan principalmente la tarea de la recolección de recursos de la Cruz Roja u otra asociaciones de beneficencia, trabajo gratuito que se ha institucionalizado y que por supuesto realizan mujeres. Trabajo que produce servicios indiscutibles, cubre necesidades básicas, incluida la ternura, la paciencia, la eficacia…que ahorra y da satisfacciones para bienestar de la población.
Las cuentas de INEGI forman parte del Sistema de Cuentas Nacionales de México (SCNM) y contribuye a la difusión y fortalecimiento de la información estadística con enfoque de género dentro del marco de la Ley del Sistema Nacional de Información Estadística y Geográfica.
Lo interesante es que nunca nos damos cuenta, porque consideramos que las mujeres nacieron para lavar y planchar, para pensar poco y para sacrificarse por su familia, cuando hace falta. Entonces se las recibe en el mundo de lo público, incluso se las aplaude. “Ya vieron a doña Evita, que hasta hace pozole los domingos y es la madre de mi amigo que saco adelante a siete hijos y todos, hasta la mujercita, fueron a la escuela”. Ideas que se repiten, se viven, se sienten como naturales.
Durante 2012, el valor económico del trabajo no remunerado doméstico y de cuidados (a precios corrientes) fue de 3.061 billones de pesos que, como se mencionó anteriormente, equivale al 19.7 por ciento del PIB; de dicha participación las mujeres aportaron 15 puntos y los hombres 4.7. En términos reales dicho valor registró un crecimiento anual de 0.76 por ciento (a precios constantes).
Con relación al PIB a precios corrientes, la actividad de proporcionar “cuidados y apoyo” a los integrantes del hogar representó el 6.6 por ciento del PIB; le siguió la alimentación con 4.6 por ciento; la limpieza y el mantenimiento a la vivienda, 3.1 por ciento; compras y administración del hogar, 2.6 por ciento; limpieza y cuidado de la ropa y calzado, 1.7 por ciento, y ayudar a otros hogares y trabajo voluntario, con 1.1 por ciento.
Para el año del estudio, la población que realizó trabajo no remunerado doméstico y de cuidados estuvo conformada por 52.8 por ciento de mujeres y 47.2 por ciento de hombres. Las mujeres aportaron el 78.3 puntos porcentuales de las horas destinadas a esa tareas en el hogar, que equivale al 76.1 por ciento si se habla en términos de valor económico.
Mientras suponemos que las mujeres están hechas para eso, INEGI proporciona una comparación sorprendente: el valor generado por el trabajo no remunerado -doméstico y de cuidados de los hogares en 2012-, fue superior al registrado por algunas actividades económicas como la industria manufacturera, el comercio y los servicios inmobiliarios y de alquiler de bienes muebles e intangibles de manera individual, las cuales registraron una participación de 17.3 por ciento, 15.2 y 11.4 por ciento, respectivamente en el PIB.
He estado en reuniones donde los hombres se burlan de las mujeres y dicen, “ya me voy, tengo que dar de comer”, les parece absurdo, de ahí las reticencias que hay en muchas empresas para dar trabajo a las mujeres. Ellas deben “cuidar a su familia”, me da risa. La verdad es que ello no es valorado y costaría lo que nadie puede pagar en tiempos de crisis.
El tiempo dedicado en “Alimentación” representa el mayor número de horas que las mujeres destinan en el hogar con 33.5 por ciento, y su valor es de 23.2 por ciento de esa quinta parte del PIB nacional. La “Limpieza y mantenimiento a la vivienda” significó el 22.1 por ciento, con 15.8 por ciento del valor económico, y lo que se conoce como tiempo dedicado a “Cuidados y apoyo” fue del 18.9 puntos porcentuales y generó la mayor cantidad de valor económico contribuyendo con el 33.6 por ciento del valor.
Se trata del cuidado y apoyo a enfermos, a recabar fondos para una escuela, pintar aulas, ir a visitar a quienes están en la cárcel, dar ánimo a las vecinas, llevar consejos y caricias a las madres de los desaparecidos, contribuir con limosnas en las iglesias ¿Lo habían pensado? Acciones que ayudan a que el sistema no quiebre. Esas voluntarias en las guarderías de adultos mayores, las mismas que van a las escuelas a “ayudar”, en lugar que se encargue el gobierno. Insisto: trabajo invisible.
Las personas religiosas les dan bendiciones; los dizque socialistas reconocimientos y discursos, el gobierno las ama, son las equilibradoras del hogar, las que reciben sin chistar a los borrachos el fin de semana y cuidan que sus hijos no pierdan a estos padres; las que se callan en la fila de las tortillas, las que agachan la cabeza en la fila del hospital porque no hay fichas para todas y hasta dentro de 15 días hay que volver con el chamaco lleno de lombrices en la panza. Esas mujeres que hacen guardia en las madrugadas para conseguir el ingreso de sus hijos o hijas a la primaria.
INEGI aporta más datos. Al considerar el lugar de residencia, las personas que habitan en las áreas rurales aportaron un mayor valor económico por sus labores domésticas y de cuidados, con relación a las que viven en áreas urbanas. En 2012, las mujeres en hogares rurales generaron en promedio un valor económico de 47 mil 600 y los hombres de 12 mil 100 pesos; mientras que en los hogares urbanos las mujeres aportaron un valor de 39 mil 100 y los hombres de 13 mil 400 pesos.
Cuando este valor se visualiza por nivel de escolaridad, las mujeres que tienen algún grado de educación media superior en promedio aportaron 39 mil 300 pesos al año y los hombres que cuentan con el mismo grado de estudios generaron 14 mil 600 pesos. Por su parte, las mujeres que no cuentan con instrucción o con primaria incompleta en promedio contribuyeron con 38 mil 700 pesos, y los hombres con el mismo nivel de instrucción lo hicieron con 12 mil 000 pesos.
El valor económico del trabajo doméstico y de cuidados, en función de la relación de parentesco, mostró que las mujeres cónyuges generaron más que los hombres, alcanzando un monto de 55 mil 600 pesos anuales. Además, las mujeres que habitan en hogares nucleares con presencia de menores de seis años aportaron en promedio 57 mil 200 pesos, mientras que las que viven en hogares que no cuentan con niños menores de seis años el monto fue de 32 mil 700 pesos. Esto significa que no se salva ninguna. Con hijos o sin ellos y con marido aumenta el trabajo.
Finalmente, se observa que en 2012, las mujeres que no hablan alguna lengua indígena realizaron menos horas que aquellas que sí la hablan una lengua, en promedio éstas últimas generaron el equivalente a 46 mil 200 pesos anuales. Esto significa que aportan más las mujeres indígenas, increíble.
El estudio de INEGI muestra, además, cómo es la carga total de trabajo de la economía, tiempo que las personas destinan a las principales actividades, considerando tanto el trabajo de mercado como el no remunerado. En 2012, las mujeres tuvieron la mayor carga del trabajo con dos mil 520 millones de horas a la semana frente a dos mil 158 millones de horas de los hombres; es decir, por cada 10 horas de trabajo de las mujeres, los hombres realizan 8.6 horas.
Así, las mujeres destinaron el 65.2 por ciento de su tiempo de trabajo total y solo 3.3 de cada 10 horas al trabajo de mercado. En contraste, los hombres se orientan al trabajo de mercado y a la producción de bienes de autoconsumo con el 76.2 y 2.7 por ciento, respectivamente, de su trabajo total, destinando sólo 2.1 de cada 10 horas a las labores domésticas y de cuidados.
Desde hace muchos años el movimiento feminista empujó la posibilidad de estas mediciones, ilustrativas de cómo las diferencias entre hombres y mujeres, relacionadas con la vida cotidiana, sí se pueden medir, elaborar y mostrar. Este estudio de INEGI y sus resultados se puede conocer ahora gracias a la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT).
Y esto tiene consecuencias. Las mujeres mexicanas están muy cansadas, una consecuencia son mayores gastos en el sistema de salud por enfermedades crónicas, originadas por esta doble carga; las mismas que no se animan a participar en política o las que prefieren destinar mucho tiempo a las otras personas y muy poco para ellas.
Es decir, el sistema que reparte de esta forma la carga de apoyo y ayuda a la población, acaba reproduciendo la injusticia y justificando la discriminación. Por ejemplo, los partidos políticos dicen que las mujeres no quieren candidaturas y cuando las quieren les recriminan. La derecha las hace responsables de romper sus hogares por trabajar fuera de sus casas.
¡Pamplinas!
Con estas cuentas, el Estado debería actuar. No es imaginación o sueño de verano pensar que el profesorado y los medios de comunicación debían contribuir a que los hombres cambien, a que niños y niñas aprendan a realizar parte de estas tareas y que el gobierno asuma el cuidado de los enfermos, de las personas con discapacidad y fortaleza el sistema de salud en todo sentido.
Hoy vivimos sin protestar. En los hospitales se obliga a “familiares” a cuidar a los enfermos, tarea que como ya vimos hacen las mujeres; en el sistema educativo, hace tiempo que dicen que “los papas” deben estar al lado del proceso de aprendizaje de las criaturas. Ambos sistemas privatizados porque ha abrogado la obligación del Estado. Y no ha cambiado: a las mujeres les toca, dice la costumbre.
Hoy nos toca protestar y cambiar esta situación, tan bien estudiada y claramente explicada por INEGI.