Hace poco era verano y en pocos días, casi sin darnos cuenta, veíamos las tiras de espumillón en los comercios y las bolas, cada vez más sofisticadas, adornar los lugares en donde hasta hace bien poco nos veíamos con tirantes.
Y es que la sensación del tiempo pasa y los mayores, nosotros, decimos que vuela. Esos 365 días que están marcados desde el día 31 con las uvas nos dictan que en esos doce meses, esas doce uvas nos darán mejor o peor suerte, nos dirán qué se cuece en los próximos días y nos harán detenernos en un trimestre cuando de nuevo hagamos el parón necesario por las fiestas de la Semana Santa.
Y en ese largo etcétera a los tres meses siguientes estaremos de nuevo en verano y diremos lo mismo, lo de siempre, ¡es que el tiempo vuela! Y en ese eterno retorno nosotros con él quizá no apreciamos el bien que tenemos, el que lo tenga, llamado salud. Esa que te permite levantarte cada mañana para ir a buscar las lentejas; esa que te permite deambular por el campo para observar el regalo de la naturaleza, y nos encontramos inmersos en un pesimismo que obedece a aquel que lo tiene todo y que raramente aprecia lo que la vida le ha ofrecido. Y es bastante simple. Todo es necesariamente simple cuando bajo un techo, con comida y compañía nos quejamos de la inexorabilidad del tiempo, del trabajo que no nos gusta, de aquello que no podemos comprar, cuando realmente deberíamos valorar que tenemos un lugar en donde dormir, alimentos para mantenernos sanos y personas con quien departir llegado el caso.
La vida quizá es muy simple, demasiado simple y en ese devenir perdemos muchos minutos, acaso días, normalmente meses y llegamos al año 19 del siglo XXI. Ese siglo que nos contaban en las películas allá por los años 80, ¡quién los pillara! Y realmente cualquier pasado no fue mejor, no fueron mejores las compañías ni las circunstancias, solamente que en el anhelo de obtener algo más de lo que está sucediendo ahora, nos enrocamos en un supuesto ideal de aquella vida que tuvimos que se llamaba juventud.
Y si Ruben Darío lo escribió pudo ser por el mismo sentimiento que ahora cuando se acaba el año podamos tener usted o yo en un renuncio. Ha pasado otro, otros 365 días que no hemos aprovechado necesariamente y como la juventud, el tiempo se pasa para no volver. Hagamos que todo minuto cuente, que todo cuanto miremos sea apreciado, quizá entonces entendamos que hemos nacido en el primer mundo, que no sabemos de qué va esto porque vemos desde la atalaya a los migrantes ahogarse y pasamos de página o cambiamos de canal. No sabemos que en este siglo de la tecnología muchas personas en la misma ciudad que nosotros no llegan a final de mes; tenemos una pobreza que subyace mientras nuestras Señorías descansan para coger fuerzas y de nuevo criticarse en los escaños que justifican los cienes de miles de millones que ganan con nuestros impuestos.
Y así un suma y sigue que confrontamos cada vez que abrimos este diario o los de los colegas en donde damos constancia del verdadero mundo que termina por los destrozos y la singularidad del ser humano. Nos cargamos el planeta con el plástico, con la contaminación, los niños son vejados y las personas siguen muriéndose de hambre en algunos países ante la mirada expectante de los que ponemos un árbol lleno de bolas de colores. Y esa es la verdadera vida, la vida que no vemos y de la que no somos partícipes.
A todas las personas enfermas, a aquellas que no pueden elegir; a los médicos y enfermeras que luchan a brazo partido por salvarles la vida; a aquellas personas que hacen que nos sintamos protegidos; a la policía, a los bomberos, a la Guardia Civil; a todos los que luchan por los demás, a los voluntarios, a la gente de bien, ¡gracias, inmensas gracias! A todos los que se fueron, a todos los que no tuvieron otra oportunidad, a todos los que viven las injusticias de la vida, toda mi admiración y respeto.
Y esta es la España que dejamos atrás; esa que no reconocen muchos y que nos permite saber que cualquier tiempo pasado no fue necesariamente mejor. Entendamos que cada minuto cuenta, que la vida transcurre y no vuelve y el 2019 nos tendrá algo preparado. Entre todo ello, si nos va bien, dejemos un trozo de nuestra vida y demos algo a los demás. Siempre que se da, las cosas discurren mejor y también, resulta que se es más feliz.
Feliz año lectores, amigos, que la vida os sea grata los siguientes 365 días.