Ha sido una mañana de espera obligada, clicando sobre el repertorio de redes sociales que maquetan la pantalla de mi ordenador. Alguien debía de pronunciarse o filtrar algún dato o información sobre la concesión del Premio Nóbel de la Paz. Al final ha sido mi oído quien me ha avisado que mi esperanza ha caído dentro de un tanque de armas químicas. Venció la agenda política.
Malala Yousafzai libró otra batalla contra los talibanes de su país por defender el derecho de las niñas a ir a la escuela. Una batalla sobre la esperanza de su pañuelo blanco y con su pañuelo blanco. No existe mejor señuelo para La Paz, esa que puede superar las balas en un campo de tiro donde las niñas desconocen que tienen derechos a saber que existe su día, quizá sea otro día para Malala y haya susurrado a las otra niñas que el mundo, a veces, sabe de su día.
O quizá, ustedes no lo sepan… ¡hoy es el Día Internacional de la Niña!
Los egresados de las aulas al final del pasado siglo recordarán aquellos anaqueles domésticos donde se enfilaban las enciclopedias. Quién leyendo aquellos artículo del conocimiento universal iba a pensar que gracias a Madame de Pompadour, amante del rey de Francia y protectora de Voltaire pudo sobresalir en la lectura de su trabajo escolar. Sí, Pompadour estaba destinada a ser la promotora de esa provocación llamada el siglo de las luces contra la tenaz insistencia de su amado censor que promulgaba la no-necesidad de poner en duda su procedencia divina. Les recomiendo que vuelvan a aquellos anaqueles que soportaban aquel conocimiento para, o buscar el artículo de Madame de Pompadour o creer que aquello pudo haber tenido visos de transgresión. El camino al conocimiento es arduo como fascinante si corre el riesgo de leerse (o aprender a hacerlo) oculto tras los visillos. El “Doctor Sutil”, John Duns Scotus utilizó la lógica deductiva para observar las propias características de Dios. Así, era el conocimiento la ruta de acceso a lo abstracto como categoría. Y en esta jerarquía lo sagrado se debió de mantener en ese estrecho margen del saber o no saber pues según Scoto la realidad se conocía mediante un método que denominó intuición inmediata confusa. Y, nosotros los egresados, deberíamos cavilar en cuantos resquicios hemos olvidado esta ventaja.
Ciertamente cada época tuvo su enciclopedia, con su censor, su amante, su estancias de palacio donde se ocultaba un libro, un cuaderno, un papel… ahora serán pestañas y rutas de navegación de un ordenador encendido que asoma a la vista de los transeúntes o un teléfono chateando datos que nos vinculan y reclaman.
Hay tantas voces en Internet. Disfruto de esta intergeneracionalidad que las redes sociales matizan y expresan. Antes, hubo libros para niños y para niñas. A un lado los niños y al otro las niñas. Una acera para mujeres y otra para hombres. Allí los adultos, acá los adolescentes. Ahora, la mixtura es un agregado para más. Aunque la segregación persista, la información se desliza entre los cliks de los dedos.
Hoy mismo me confesaré en este mantra. Y en mi credo, las niñas son competentes y son digitalmente competentes aunque se las empuje al límite del espacio, a los rincones donde aunque observadas puedan ir construyendo su mente. Y en mi credo, aprenden a modular para abordar cuestiones que parecen antagonizar con lo común, pidiendo su espacio. Y en mi credo, pueden trazar otras conexiones, seguro que para nosotros inimaginables pues estarán y estuvieron obligadas a recrear.
En todo caso, quisiera hacerles anotar, a las niñas y a ustedes, esta perspicacia en algún extremo donde recuerden el para qué y el porqué, y este será su día. Seguro que otro día para repletar todos los días. Como el día de Malala… no lo sé, se lo confieso, lo desconozco. Será su elección. La de las niñas.