Estimados ancestros, a vosotros me dirijo por la presente desde el presente. Leo estos días un libro sobre la Historia de las mujeres y del género. Lo ha escrito una historiadora española. Lo leo con muchísimo cuidado, con un gran despliegue de atención. Muy lentamente. Pero no es de eso de lo que quiero hablaros. No es de lo que quiero que me habléis. Aunque también. Os ruego, insisto…
Es esta una plegaria por otro día. Como una estrella. Quiere serlo, quiero rezaros como si yo fuera una estrella. Radiante y ajena. Admirable. Una plegaria por un nuevo día. Por otro día más. Pero otro día en el que pueda saber qué es lo que ocurría cuando vosotros vivíais. ¿Qué es lo que era para vosotros ser felices? ¿Supisteis serlo?
Sed hoy una vez más, regresad esta mañana de verano al presente. Vivid unos instantes para mí. Que yo pueda conocer cómo fueron vuestras celebraciones, vuestros lutos, vuestros despertares, vuestras cuitas, vuestras penas, vuestros apetitos. Os perdono todo cuanto pudo ser arrepentimiento. Perdonadme a mí ignorar vuestras alegrías, vuestros disgustos. Haberlos olvidado. No me enseñasteis a recuperarlos, a mantenerlos latiendo en los días de mi vida. Esa es mi explicación. No necesito excusas. Pero aún así os pido perdón. No sé en qué momento se rompió el hilo invisible entre vosotros y yo.
Una plegaria: si existe Dios no quiero saberlo, no podría rezarle, esta plegaria es para quienes pusisteis en funcionamiento ese surtidor inagotable pero no eterno que alimenta mi ansia. Hombres que oprimíais a vuestras mujeres, a otros hombres; hombres que enseñasteis a mirar a vuestros hijos; mujeres que fuisteis seguramente una efímera geología en aquel ámbito estrecho de vuestras estrecheces domésticas, una efímera geología admirable capaz de vaciarse completa para perseverar en ese camino incomprensible hacia donde por ahora yo ahora os rezo esta plegaria. Dadme más respiración de la que me quede aún, mostradme por dónde no se puede ir nunca hacia el porvenir, decidme las palabras que os sonaron siempre como dichas para la dicha, abrazadme con todas las fuerzas que no supe asumir en todos estos años en que os eché de menos sin saberlo.
Y cuando regreséis a aquellos tiempos pretéritos en que quedasteis congelados, encended para mis ojos una luz con la que yo pueda saber siempre que no habéis sido un sueño. Una luz que permita que yo no olvide de dónde vengo, aunque no quisiera jamás tener que vivir aquello que vosotros fuisteis.