Hay pocos periodistas en España de los que se pueda esperar un libro tan interesante al cabo de una tan larga trayectoria. Uno de esos profesionales es sin duda Vicente Romero, corresponsal del diario Pueblo, primero, y luego de TVE durante cuatro décadas, con más de 350 reportajes sobre una serie de conflictos internacionales, inaugurados con las ya lejanas guerras de Vietnam y Camboya, y culminados con los relativos al penal de Guantánamo, que todavía mantiene presas a casi 300 personas detenidas ilegalmente, y las cárceles de la CIA o la dramática diáspora de los refugiados sirios.
Hasta cien países visitó Romero en muy conflictivas circunstancias a lo largo de una intensa y prolongada vida profesional, en la que no faltaron ocasiones en las que la puso en peligro, según podemos leer. Tan dilatada y enjundiosa agenda viajera, desarrollada con un notable compromiso profesional y una aguda perspicacia, ha contado además con una virtud que en Vicente Romero ha sobresalido de modo fehaciente y constante: su sensibilidad para no hacer espectáculo de la tragedia y su discreción para no hacer del riesgo un foco de protagonismo al modo de otros colegas. Algo dice a este respecto el autor acerca de los corresponsales rambo, capaces de aprovecharse de un bombardeo e incluso de fingir un combate con tal de autorretratarse en actitudes aguerridas.
Por todo eso, y por haber vivido muy de cerca y a pie de cámara guerras como las citadas o las de Angola, Somalia, Monrovia, Etiopía, Liberia, Uganda, Mozambique, la epidemia de ébola en Sierra Leona en 2014, las matanzas tribales de Ruanda en los años noventa, las varias guerrillas de América Central, los golpes de estado en Chile y Argentina, los conflictos bélicos en Yugoslavia, Afganistán e Iraq o el atentado contra las Torres Gemelas, Habitaciones de soledad y miedo es uno de esos libros que no sólo cumplen todas las expectativas del lector sino que las sobrepasan.
Estamos ante la crónica general de las vivencias y recuerdos de uno de los mejores reporteros internacionales de TVE -si no el mejor-, a través de los más cruentos escenarios de conflicto que se dieron en nuestro planeta durante casi medio siglo. Quienes seguimos y celebramos en su día la capacidad de Romero para conmovernos con inteligencia y confiar en su profesionalidad para identificarnos con las víctimas que nos revelaban sus crónicas, tenemos ahora la oportunidad de indagar en algunos aspectos relacionados con esa experiencia -sin desechar algunos apuntes graciosos o anecdóticos- y participar del digno y encomiable entendimiento que el autor tiene de su oficio.
En este sentido, aparte de sus consideraciones sobre el síndrome de los payasos del telediario y la peste de los tertulianos, que opinan de cuanto ignoran, vociferan y se interrumpen con tácticas folloneras, hay un artículo sobre la perversión del infoespectáculo que merece ser destacado. Estima Romero que espectacular es una califación que envilece al periodismo. Una de las más graves perversiones sufridas por la información en los últimos tiempos, según el periodista, ha sido la espectacularización. Con ese palabro el autor traduce lo que los semiólogos norteamericanos llaman infortaniment o infoespectáculo, esto es, ese genero tan deleznable e invasivo como el que resulta de mezclar información y entretenimiento y cuyas alarmantes y crecientes dimensiones deberían preocuparnos seriamente, tanto por su repercusión social como por su utilización política.
Entre los precedentes históricos de esta epidemia cita Romero las escenas recreadas para las cámaras, desde la izada de la bandera soviética en el Reichtag de Berlín al término de la segunda guerra mundial, hasta el ondear de la enseña norteamericana en Iwo Jima, pasando por aquel general survietnamita descerrajando un tiro en la cabeza de un ciudadano sospechoso de coloborar con el Vietcong, que a la postre sirvió para denunciar los crímenes de aquella guerra.
Para Vicente Romero, las verdaderas raíces del infoespectáculo como gangrena periodística están en el terreno económico, pues la valoración del impacto visual de una noticia suele estar determinada por la inclusión de publicidad en los telediarios, que crearon la necesidad de que los contenidos informativos atrajeran la atención de los televidentes en los instantes previos a la inserción de propaganda. Esto sobrepasa lo comercial y alcanza los enfoques supuestamente humanitarios, cuando se informa primero de las grandes catástrofes y luego se habla de la ayuda solidaria, a fin de tranquilizar las conciencias y evitar el zapping ante la visión exclusiva del horror. Ese efecto liberador ocasiona además un incremento de la ayuda humanitaria entre los espectadores.
Obviamente, no puede faltar en la relación de efectos del infoespectáculo su vertiente política, a partir sobre todo del empotramiento de los corresponsales en los carros de combate norteamericanos, una vez bien aprendida la lección de Vietnam. La guerra será contada así únicamente desde la óptica de los invasores, como ocurrió en Iraq, no de los invadidos. Por eso tardaron tanto en conocerse las cárceles ocultas, las torturas, ejecuciones sumarias y desapariciones, pues el objetivo informativo fundamental era que la invasión quedara en aquellos fuegos de artificio que con su carga destructora salpicaron el cielo iraquí e iluminaron las pantallas de nuestros televisores mientras reposábamos en el sofá.
Cuenta Vicente Romero que cuando a Manu Leguineche, ya enfermo, se le rindió un homenaje por parte de sus colegas, afirmó que el periodismo había muerto. No se refería el oficio en cuanto a tal, sino al corresponsal que, como Leguineche, Romero y algunos otros, cuenta los hechos según los ve. Posiblemente, aplicando los cuatro ingredientes que Albert Camus proponía para el cabal ejercicio de la profesión, en contra del periodismo vulgar: lucidez, desobediencia, ironía y obstinación. Para tener conciencia y constancia de ese entendimiento del oficio y de la intensidad vivencial y reflexiva que provoca en quienes lo ejercen así, nada mejor que leer este voluminoso libro de Vicente Romero de casi 600 páginas.
No tengo ninguna duda al asegurar que esta lúcida crónica interior de las memorables crónicas del periodista madrileño será con el tiempo un libro de referencia clave en el historial de los reporteros internacionales. Que con ese bagaje Romero haya llegado a la conclusión de que el buen periodismo es un oficio casi imposible, como sostiene en la introducción, es otra de las valiosas reflexiones que el autor nos ofrece, tras afirmar que el único estado de lucidez posible es la perplejidad.
La información, convertida en una mercancía que se compra y se vende, tiene carácter de objeto de consumo, tan esencial como perfectamente prescindible. La primera consecuencia de la manipulación mercantil de las noticias es que los periodistas acaban siendo sacerdotes de la confusión. Kapuscinski confesaba su sensación de impotencia al admitir que este mundo cambia tan de prisa que no hay tiempo para hacer una reflexión profunda desde fuera. «El vértigo informativo, la descontextualización de los hechos, la fragmentación de las noticias, son tan sólo la punta del iceberg del problema. Pero describen -según Romero-, la primera causa de la ineficacia del periodismo. Y ayudan a entender la incapacidad del público para entender la realidad. Porque no hay quien asimile una información compleja y condensada al máximo, recibida en minuto y medio, mientras se engulle un plato de lentejas o unos calamares en su tinta».
- Romero, Vicente
Habitaciones de soledad y miedo.
Corresponsal de guerra, de Vietnam a Siria,
Ed. Akal, Madrid, 2016.