Como les he comentado una ciudad tan relevante históricamente como Praga, tiene multitud de leyendas y sitios interesantes.
Hoy escribiré del Muro del Hambre, Hladová Zed, construido entre 1360 y 1362 por miles de pobres y el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Carlos IV, en una terrible hambruna.
Bohemia tuvo épocas de esplendor en las que refulgía el oro, había bienestar y era envidia de las naciones vecinas por una prosperidad que parecía eterna.
Pero también, guerras y malas cosechas, escasez de alimentos, carestía y mortandad.
Angustiado ante la multitud que se agolpaba frente al Castillo pidiéndole trabajo para comprar pan, Carlos IV decidió ampliar las fortificaciones defensivas de la ciudad con un muro que, a la vez que la protegería durante generaciones, permitiera sobrevivir a la de entonces.
Y empleó a los más pobres, que a cambio de su trabajo recibían víveres, carbón y ropas para sus familias.
El escritor Václav Hájek, autor de la Kronika česká y de quien se desconoce fecha de nacimiento, pero sí que murió en 1553, escribió que el emperador trabajó en su construcción a la par que los pobres, durante varias horas al día.
Chequé este dato en Wikipedia, pero solo encontré que su crónica «fue la conciencia histórica y nacional checa hasta finales del siglo dieciocho, cuando se le advirtieron numerosos errores».
En fin, la muralla tenía alrededor de cuatro metros y medio de altura y casi dos de ancho y pequeñas almenas símbolo de los dientes que tuvieron algo para masticar; y ocho torres, la mejor conservada es base de la cúpula del Observatorio Štefánik.
Los siglos le han causado desgastes que siempre han sido reparados y aún pueden verse vestigios.
Carlos IV fue también el fundador, en 1350, del balneario Karlovy Vary, Manantial Carlitos; ubicado a unas dos horas de Praga para aprovechar las más de cien fuentes termales en la orilla del río Teplá.
Se convirtió después, en destino turístico de aristócratas.
Y oí decir que surtía de fórmulas geriátricas y cosméticas a los jerarcas soviéticos, que debían a ellas, a las cápsulas romanas de la doctora Ana Aslan y al Ginkgo biloba coreano, que por cierto Matías consumía como si fuera manda, su longevidad.
Otro famoso lugar de Praga es la Iglesia de Santa María de la Victoria y San Antonio de Padua, fundada en 1620 por el emperador Fernando II, para agradecer su victoria de la Montaña Blanca.
No la recuerdo de cuando viví allá, pero veinte años después fui con Matías a ver la estatuita de cera y madera del Niño Jesús de Praga, Pražské Jezulátko.
Y nos regalaron estampitas con su oración en castellano, porque llegó de España.
Se afirma perteneció a Santa Teresa de Ávila, quien la obsequió a María Manríquez de Lara en 1556, cuando se casó con el canciller checo Adalberto Popel Lobkowicz; de cuyo palacio hicieron 451 años después, en 2007, un museo.
María la regaló a su hija Polyxena de Lobkowicz, quien la donó a los monjes Carmelitas Descalzos, que la colocaron en la capilla de su noviciado.
Y a partir de entonces, empezó a hacer milagros y sufrir los avatares de la ciudad.
En 1631 los sajones tomaron Praga, los Carmelitas huyeron y el monasterio fue saqueado.
Cuando seis años después regresaron, uno de los monjes la encontró entre cachivaches y con los brazos rotos y contó que se le había aparecido pidiéndole brazos nuevos.
Le hicieron caso y correspondió «con milagros tan sonados, como salvar a Praga del asedio sueco en 1639».
Su popularidad fue en aumento, tras ser coronado en 1655 por un arzobispo y como los que iban a rezarle no cabían en la capillita, en 1741 lo mudaron a altar propio.
Un siglo más tarde, la emperatriz María Teresa le puso una túnica bordada en oro y extendió su devoción a todo el Imperio Austriaco.
Aumentaron milagros y elegancias cubriendo de exvotos sus altares, hasta que en 1784 el emperador José II (1780-1790), clausuró todos los monasterios checos.
Pasaron casi cien años para que volvieran a abrirse y en 1879 la estatuita «salió a pedir dinero personalmente, peregrinando con una bolsa para poner las ofrendas».
Tuvo tanto éxito, que tiene un altar con muchos dorados, alhajas y mantos que se exhiben en la misma iglesia.
Y su fama de milagrero llegó a China a América, India y Filipinas, por marinos españoles y portugueses que cruzaban el Océano Atlántico llevando su imagen.
Durante la época socialista, salieron de Checoslovaquia los Carmelitas. Y cuando en 1993 volvieron a atender su Iglesia de Nuestra Señora de la Victoria, se multiplicaron las curaciones milagrosas y buenas calificaciones de los niños; porque también, para eso sirve, y en su visita de 2009, el papa Benedicto XVI le colocó una corona casi más grande que su cuerpo.
Terminaré este artículo, con la leyenda del Día de la Dedicación protagonizada por el príncipe Oldrich, aficionado a cazar en los bosques de Bohemia; donde una tarde, su capa quedó enredada en un árbol.
Pensando debía estar cerca algún leñador, sopló su cuerno de caza; apareció uno y le preguntó cómo llegar a la ciudad.
El hombre, que se llamaba Mates, lo invitó a su casa a descansar y comer algo y le señaló la ruta; el príncipe aceptó su hospitalidad a condición de que le devolviera la visita.
A lo que el leñador, sin saber con quién hablaba, respondió que lo haría si prometía tenerle de cena dos gansos asados.
Y el 11 de noviembre, día de San Martín, Mates llegó a Praga preguntando donde vivía un tal Oldrich.
Lo llevaron al Castillo y, atónito, pidió al príncipe perdón por no haberlo acompañado todo el camino.
Él lo abrazó riendo, ordenó le sirvieran los dos gansos y decretó que la festividad de San Martín se celebraría en Praga cenando ganso asado.
Y hasta la fecha, así se hace.