El barítono alemán Matthias Goerne acaba de dar dos conciertos en el Teatro de La Zarzuela, ambos dentro del Ciclo de lied, ambos dedicados a la figura de Franz Schubert, el 30 de abril y el 8 de mayo respectivamente. El primero se tituló Winterreise; el segundo Schwanengesang. Ambos conciertos fueron tan sublimes que, a falta de las palabras adecuadas, y para huir de los tópicos, acudo a dos amigos dedicados a la música -el uno a difundirla, la otra a practicarla- para expresar lo que sentí:
Para Winterreise, hago mías las palabras de Juan Lucas, director de Scherzo: «un genio como Schubert, cuando escribe su Winterreise y recoge los lamentos de W. Müller poniéndoles música, es capaz de desenterrar todo un jardín de melodías, de armonías, de elaboradas vegetaciones musicales. Y siendo el Winterreise un ciclo de canciones a la desesperanza, al dolor de la pérdida y al sinsentido final, el genio envuelve la sencillez del mensaje en mil sutiles detalles que exigen a los dos músicos (el pianista es aquí tan protagonista como el cantante) una concentración extrema, más difícil aún porque han de equilibrarse oficio y corazón, pues los lieder de Schubert no deben ser cantados sino sentidos. Para este cometido, Goerne eligió a un pianista, M. Hinterhäuser, que supo acompañarle en este viaje invernal. En un recital que fue de menos a más, el cantante alemán demostró su afinidad con un repertorio que él vive como nadie. Y Goerne gritó ese dolor con la justa medida de rigor y sentimiento, y susurró la agonía de la desesperación, y lloró el fracaso de la desesperanza sin gestos ni aspavientos feroces, solo con la calma del dolor.»
Para el segundo, Schwanengesang, compuesto por poemas de Heine (seis lieder), Rellstab (siete) y Seidl (uno), me valen las palabras que me brinda la soprano Rosa María Hoces, para quien “las canciones más profundas, con Der Doppelgänger (El doble) a la cabeza, son las del primero. Se trata de una colección póstuma publicada en 1829, una reunión arbitraria –si bien una cierta unidad se mantiene- de sus últimas canciones. El primer lied, Liebesbotschaft (‘mensaje de amor’) fue algo decepcionante, monótono y sin vida, pero con el segundo, Kriegers Ahnung (‘presentimiento del guerrero’) Goerne dejó claro su dominio de los temas de carácter, su deseo de entrar a fondo en el texto y abrir su caudal de voz potente y hermosa de bajo-barítono con una zona central-grave que se ha ido haciendo rotunda y poderosa con la edad. En Das Fischarmädchen, Goerne hizo un falsete nasalizado –seguramente para ridiculizar el intento del pescador por seducir a la pescadora- que hizo las delicias del público. Especial mención se merece Doppelganger, que interpretó de manera brillante y soberbia con una voz llena de colores e intenciones dramáticas».
Para este segundo concierto, Goerne hubo de sustituir a última hora al pianista Hinterhäuser por otro no menos excelso, Alexander Schmalcz, quien dispuso de tan solo un día para preparar tan excelente actuación. Coincide Rosa María Hoces con Juan Lucas al afirmar que el papel del piano en estos lieder es mucho más que el de servir de acompañamiento: “El piano aquí ha de hablar allí donde la voz no se atreve o no llega.” En ambos se cumplió. Y coinciden también los dos expertos en que, en sendos conciertos, la actuación de Goerne fue siempre subiendo, siempre de menos a más.