Con especial ensalzamiento de valores como el amor, la amistad, la tolerancia y el respeto a la naturaleza y el medio ambiente, “La tortuga roja”, excelente película de animación dirigida por el holandés Michael Dudok de Wit, ganador de un Oscar y un Premio Bafta al mejor corto de animación por “Father and Daugter”, consiguió en la primavera pasada el Premio especial del jurado de la sección “Una cierta mirada”, en el Festival de Cannes.
A través de la historia de un náufrago, atrapado en una isla desierta paradisíaca del trópico, poblada por cangrejos, tortugas y pájaros, “La tortuga roja” recorre las grandes etapas de la vida del ser humano. En mitad del océano, los distintos intentos del náufrago por escapar se convierten en fracasos por culpa de una misteriosa presencia submarina que destruye su embarcación.
Hasta el día en que aparece en la arena una tortuga con caparazón rojo. El animal se transforma en una encantadora joven. El y ella se amarán y envejecerán juntos pero antes, de la relación entre el moderno Robinsón y la criatura marina transformada en mujer, nace un gracioso niño que encuentra botellas en la playa y juega con los cangrejos. El náufrago ha llegado de ninguna parte; ella es un personaje radiante y solar envuelta en una espesa cabellera roja, y el crío tiene un poco de ambos.
Modelo de animación simple y perfecta, sin palabras aunque sonoro, sin necesidad de lenguaje para mostrar los estados anímicos y sentimentales de los personajes, que tampoco tienen nombre, en “La tortuga roja” parece que apenas pasa nada y sin embargo estamos asistiendo al desarrollo de toda una vida.
Cuento filosófico de corte roussoniano y relato de aventuras también, es mucho más que un canto ecologista; es una película mágica que enseña la belleza de los elementos, de los minerales y de los seres vivos, en una fábula con tintes mitológicos que emociona y despierta sensaciones, y hasta una cierta envidia ante la imposibilidad de vivir una experiencia semejante.
“Si Disney ocupa el primer lugar en el cine de animación –escribe Jacky Bornet en Culturebox- Francia, Bélgica y el estudio japonés Ghibli (“El Viaje de Chihiro”), que con “La tortuga roja” hace su primera experiencia fuera del país nipón, le siguen muy de cerca”.
Porque, efectivamente se trata de una coproducción franco-belga-japonesa que es un auténtico poema visual en el que destacan un estilo gráfico realista y una realización tradicional, huyendo de la digitalización y de las sempiternas historias de animales antropomorfos que tanto abundan en el cine de este género: “aquí un hombre es un hombre, una mujer es una mujer, y un niño es un niño”, creados a base de dibujo, gouache y acuarela, hechos “a mano”.
Seres humanos, cangrejos, tortugas y pájaros, conviven junto a un mar maternal casi siempre, aunque capaz también de generar olas gigantescas e incluso tsunamis, y se deleitan en escenas oníricas que ritman un relato armónico sobre la condición humana, no solo recomendado para todos los públicos sino aconsejado para ser visto en familia y disfrutado por varias generaciones a la vez