Salvador Távora es merecedor de aquel verso de Federico García Lorca en su poema Alma Ausente a Sánchez Mejías: Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura. Este andaluz de Sevilla, del barrio Cerro del Águila, uno de los más pobres de España, acaba de recibir el pasado 17 de mayo el último de sus múltiples premios, el Reconocimiento Premio Maestro 2018 por el Festival Flamenco Madrid.
Su larga vida es una gran aventura rica en experiencias. Soldador eléctrico en el Polígono Hytasa, donde mucho más tarde se crearía la sede del grupo de teatro independiente La Cuadra de Sevilla, reconocido internacionalmente; al flamenco entra por su barrio, por los cantes de soleá de El Papero y los fandangos comprometidos de El Bizco Amate, raíz de su teatro social; torero de cierta importancia que le hace vivir la comunión entre el riesgo y el arte. Y luego el teatro, al que imprime un lenguaje único.
Quejío nació de la experiencia de una Andalucía de los años sesenta del siglo pasado, en la que la realidad andaba por un lado y los cantes por otro. Por eso, Salvador Távora intenta un flamenco coral que refleje la situación social de su tierra. Campesinos tristes, Segaores, Andalucía la que divierte…crean otra imagen de Andalucía. Su encuentro con José Monleón será crucial para la construcción de Quejío, obra revelación en el Festival de Teatro de Nancy y en París con el grupo La Cuadra de Paco Lira en la primavera de 1972. Con el Quejío empezaron los premios y desde 1972 no ha habido año hasta hoy sin reconocimientos por su extensa obra teatral.
Un espacio diáfano, con algunas herramientas de labores agrícolas y un poyete de fragua crean el ambiente. Tres cantaores, Manuel Vera Quincalla, Florencio Gerena y Manuel Márquez Villamanrique; el bailaor Juan Martín , la mujer Mónica de Juan, el flautista Juan Romero y la guitarra de Jaime Burgos. Más el protagonismo impactante de las cuerdas que frenan, que atan, que limitan la vida, que no dejan vivir.
Un lenguaje teatral que se comprende y emociona en cualquier idioma, en cualquier cultura. Una acción que a pesar de los años transcurridos desde su nacimiento sigue vigente en tantas partes del mundo, con la recreación de ese clima angustioso en siete cantes, tres bailes y diez ritos que muestran una colectividad oprimida, en la que el grito trágico solo sirve para divertir a los responsables. La explotación del hombre por el hombre.
Este Quejio universal, en este Flamenco Madrid 2018, se representó en la Sala Guirau de los teatros Fernán Gómez el 18 de mayo y estuvo dedicado a Paco Lira, fundador de La Cuadra y a José Monleón, una vida hermanada en la dramaturgia con la de Salvador Távora.
Pero en este homenaje debería haber estado el nombre de Alfonso Jiménez Romero autor junto a Távora de las letras de los cantes de Quejío. El paso de Salvador Távora por el Teatro Estudio Lebrijano en 1969 como cantaor de Oratorio, obra escrita por Alfonso Jiménez y que marcó un antes y un después en la incorporación del flamenco al teatro. Allí se conocieron ambos artistas y allí nació la idea de lo que poco después sería Quejío.
No hay razón para el olvido.
