¿Eras tú de los que veían Cheers, la serie de televisión?
Pregunto, por comenzar de alguna manera. Yo sí. Y me encantaba. Me reía de verdad, disfrutaba. Miraba a mi alrededor cuando acababa cada capítulo y pensaba que en el fondo eso que sea a lo que llamamos vivir era un televisor emitiendo comedias y la gente riéndose dentro y fuera de la pantalla, llorando fuera y dentro de la pantalla, dejándose llevar al vacío de las mentiras edificantes suavemente. Como si no hubiera nada mejor. Ni nada peor.
Por comenzar de alguna manera, he escrito al principio, al comienzo… ¿Comenzar qué? Comenzar esto que ya se ha acabado, pero no del todo, porque aún exige un desenlace abierto de esos de relato fetén.
En el planeta donde vivo cada vez que emiten Cheers en algún hogar, da igual que sea en un continente o en otro, en un domicilio mollar o en uno depauperado, en una casa de patriotas o en una casa de seres humanos, cada vez que alguien está viendo sentado en su salón Cheers el ciclo vital ese que lleva cientos de miles de años dando materia para los sueños de realidad de los historiadores se detiene y brilla como si los ángeles de ¡Qué bello es vivir! ganaran unas alas merecidamente.
Me gustaría que fuera así también ahí fuera. No sólo aquí dentro. Por cierto, ten cuidado ahí fuera.
Fin