“Sin permiso. Canciones para el silencio”: La cumbre de Ana Morales

“Sin permiso. Canciones para el silencio” es la culminación de un proyecto a desarrollar en cinco residencias y año y medio de trabajo por Ana Morales que al final se han quedado en tres: London Flamenco Festival, Jerez de la Frontera Festival Flamenco 2018 y su desenlace en esta XX Bienal de Flamenco de Sevilla, como ya anunció en Jerez el pasado 28 de febrero.

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Ana Morales © Óscar Romero

28 de febrero de 2018 en Jerez, “Sin permiso. Réquiem” y ahora, 28 de septiembre, exactamente siete meses más tarde, “Sin permiso. Canciones para el silencio”, el final –por ahora- de una historia personal con espina clavada en el alma, con protagonismo de los silencios paternos que necesitaban fluir al exterior. Arte y terapia combinados exquisitamente, con un padre que regresa al presente en la figura muy protagonista y conmovedora del cantaor Juan José Amador.

Los proyectos personales de esta extraordinaria bailaora, que parece el mismísimo espíritu de la danza, siempre han tenido una exquisita profundidad, siempre algo que empieza a manifestarse en su entraña más recóndita y desde ahí fluye a través de un cuerpo hecho para la danza. Así sucedió en “De sandalia a tacón” de 2010, estrenado en el Festival de Jerez, en “ReciclARTE” de 2012 y en “Una mirada lenta” de 2016.

Ana Morales ha hecho camino al andar o al bailar. Barcelonesa, hija de sevillano y melillense, es fruto de una historia de migración de andaluces que se reencontraron en la afición al flamenco en tierra extraña formando peñas. Ana Morales no viene de una familia de artistas, pero sí de una familia que en su devoción por el flamenco reencontraba la tierra perdida. Empezó a bailar cuando levantaba dos palmos del suelo, sin saber porqué entonces, el baile siempre surgió de ella de manera natural. Tuvo todo el apoyo familiar para ingresar a los once años en el Conservatorio de Barcelona, donde se formó en danza clásica y flamenca. A los dieciséis se vino a Sevilla con una beca para tres años en la entonces Compañía Andaluza de danza, hoy Ballet Flamenco de Andalucía. Ha bailado con todos los grandes, Antonio el Pipa, Andrés Marín, Javier Barón… Ha hecho camino bailando hasta llegar a lo que vimos ayer en el Lope de Vega sevillano.

A Ana Morales no le han hecho falta muchos mimbres en escena para crear una obra maestra absoluta. Un compañero director, Guillermo Weickert; un bailaor y coreógrafo extraordinario, José Manuel Álvarez;  un cantaor, Juan José Amador, un guitarrista, Antonio Suárez, Canito y Daniel Suárez a cargo de la batería y música electrónica.

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Ana Morales © Óscar Romero

Y Ana Morales.

El primer gran cambio con respecto a Jerez, en “Máscara y soleá” es que la máscara sigue escondiendo el rostro, por menos tiempo, pero el negro de luto ha sido sustituido por la desnudez aparente, -una fina malla color piel se ajusta a su cuerpo como una segunda piel- en una desnudez liberadora de emociones ancladas en el inconsciente, sin permiso de nadie, ni siquiera el propio.

Ana Morales va viviendo a través de su danza lenta que sugiere tantas cosas, -esto también depende de cada espectador, de cómo se identifique con lo que sucede en escena ante sus ojos, relacionado con sus propias vivencias personales- profundidad, fragilidad, vulnerabilidad, procesos de crecimiento interior, indagación sobre los silencios paternos, indagación sobre cómo ellos afectaron a sus relaciones con los hombres, indagación sobre su lado masculino y valentía, coraje. No es fácil poner ante el público la intimidad de su vida, sus grietas y sus deseos, sus dudas y vacilaciones, sin palabras, todo ello hecho arte, creatividad expresiva, danza en suma. Nos cuenta su vida y lo que espera de ella más allá de este momento y además de disfrutarlo hay que agradecérselo.

El encuentro en un dúo acompasado con su oponente, su espejo de referencia emocional José Manuel Álvarez, su lento proceso de conocimiento, el cortejo, la entrega, la rebeldía, la separación, la muerte aparente…son dos en uno, unidos en una danza que no cuenta la historia de él, sino la de ella, con una belleza sin igual. Y entonces, la voz grave y profunda de Juan José Amador, como surgiendo del más allá, del sueño onírico del padre que se presenta ante ella por medio de una impresionante serrana  es algo tan hermoso como indescriptible por medio de la palabra. Fascinante a través del cuerpo-danza de Ana Morales, vestida ahora con una leve túnica del color de su piel y de la voz paterna encarnada en el cantaor.

Unas bulerías para el recuerdo, sevillanas y rumbas que enlazan con recuerdos infantiles de iniciación a la danza. El juego de pelota con algo enrollado con forma de pelota de rugby, que al desplegarse resulta ser una falda de lunares que viste su adolescencia de días y danzas felices y que al final se quita para recuperar la desnudez adulta con su búsqueda de la propia identidad.

En la tercera y última parte del espectáculo y mediante una seguiriya cuyo autor es Daniel Bonilla, se produce su reencuentro definitivo con su lado masculino, siempre mirándose en el espejo protagonizado por José Manuel Álvarez. Es una delicia de danza que va creciendo a través de procesos vitales que conducen al reencuentro final con sus dos aspectos masculino y femenino. Los dos momentos en que él se desviste para que ella se vista con su ropa son clave. Luego ella se da cuenta de que ya no lo necesita, lo ha integrado. Ella ha culminado esa búsqueda y ahí se da cuenta de que ya no necesita el espejo encarnado por el bailaor. Cuando parece que pueden amarse, ella se va, completa, ¿feliz? Eso no se sabe, habría que preguntárselo a ella, cómo ha vivido esta fase, que según sus propias palabras, antes de suceder es impredecible. Una cosa es la estructura del espectáculo, otra lo que puede suceder en el alma de la protagonista durante su desarrollo. Lo que si está muy presente es la belleza con que se lleva a cabo.

También hay despedida del padre. Un abrigo de hombre ha estado presente por la escena y ahora ha llegado el momento de ponérselo, olerlo, acariciarlo y hacer mutis por el foro.

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Ana Morales con Juan José Amador al cante Antonio Suárez, Canito, en la guitarra © Óscar Romero 010

Los músicos y los elementos escenográficos han estado llenos de simbolismos. Los paneles de paja al fondo de la escena van y vienen. Pero el trabajo de los músicos, la guitarra acompañando en todos sus avatares, la percusión poniendo énfasis en momentos muy concretos de cambios y avances en sus procesos y con todos ellos el cantaor poniendo la voz  que tiene que llegar al presente para que ella pueda resolver y aceptar su vida con esas canciones para el silencio.

Iluminación, sonido,  música electrónica etc alcanzan un porcentaje muy importante en el éxito de una puesta en escena state of the arts.

Teresa Fernandez Herrera
Algunas cosas que he aprendido a lo largo de mi vida. Soy Licenciada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, master en Psicología del Deporte por la UAM, diplomada en Empresas y Actividades Turísticas, conocedora de la Filosofía Védica. Responsable de Comunicación y Medios en Madrid de la ONG Internacional con base en India, Abrazando al Mundo. Miembro de la British Association of Freelance Writers. Certificada en Diseño de Permacultura. Trainer de Dragon Dreaming, metodología holística para el crecimiento personal, grupal y comunitario en el amor a la Tierra. Colaboradora en Periodistas-es y en las revistas Natural, Verdemente, The Ecologist para España y América Latina. Profesora de inglés avanzado.

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