Trato de hacer memoria. Hace veinte años, en la consulta popular celebrada a finales de 1999, el entonces Primer Ministro israelí, Benjamín Netanyahu, fue derrotado por el exjefe del Estado Mayor del Ejército, Ehud Barak, que encabezaba la candidatura del Partido Laborista.
Junto a él, otros dos generales retirados – Isaac Mordejay y Amnón Lipkin Shahak – integraban la coalición de centro izquierda creada para acabar con el poderío del derechista Likud, fundado en 1973 por Menájem Begin, que ostentó el cargo de Primer Ministro entre 1977 y 1983.
Curiosamente, este antiguo líder de la agrupación paramilitar Irgun, que declaró una guerra sin cuartel a las autoridades coloniales británicas en 1944 fue, junto con el egipcio Anwar al Sadat, el artífice de los Acuerdos de paz de Camp David. Sin embargo, su carisma se convirtió en corona de espinas tras la victoriosa, sangrienta y muy controvertida invasión de Líbano, en 1982. Sus herederos políticos fueron personajes grises, insignificantes.
Al alzarse con la victoria en la contienda electoral de 1999, el laborista Barak se convirtió en “el general pacificador”. El apodo, cuidadosamente escogido por los asesores de imagen enviados por la Casa Blanca, no tardó en desvanecerse. Durante el mandato de Barak, el ritmo de la construcción de asentamientos en los territorios ocupados incrementó un 13 por ciento en comparación con el quinquenio anterior, se aprobó una ley que eximía a los judíos ultra ortodoxos del servicio militar, se perpetuó – por vez primera en la historia del Estado de Israel – una matanza de 13 ciudadanos árabes israelíes, que desembocó en el inicio de la segunda Intifada.
En la cumbre de paz celebrada en Camp David a medidos de 2.000, el Primer Ministro israelí acusó al Presidente palestino, Yasser Arafat, de torpedear las negociaciones, calificándolo de “enemigo de la paz”. Sus palabras causaron la ira de sus correligionarios laboristas, que habían depositado grandes esperanzas en la actuación del “pacificador”.
Barak rectificó el tiro unos meses más tarde, ofreciendo a los palestinos un plan de paz “ecuánime y coherente”. La propuesta, presentada tras la dimisión del Gabinete israelí, fue rechazada por la delegación de la Autoridad Nacional Palestina. Nadie negocia con… ¡un Gobierno en funciones! Con razón: el sucesor de Barak fue el ex general Ariel Sharon, quien no dudó en tachar a Arafat de “terrorista”, amén de ser primero en sugerir la destrucción de las instalaciones nucleares iraníes. Sus sucesores no se apartaron de esta línea…
Benjamín Netanyahu regresó a la política en 2002, ocupando varios cargos en los Gabinetes de Sharon. Después de la consulta popular de 2009, formó el primer Gobierno de coalición con los partidos ultraortodoxos. En las elecciones generales celebradas esta semana, logró un milagroso “empate” con la coalición de centro izquierda integrada por ¡tres generales! y liderada por el también exjefe del Estado Mayor del Ejército Benny Gantz.
Los militares centristas se habían fijado como meta acabar con los escándalos de corrupción de la era Netanyahu, dar luz verde a la expansión de los asentamientos ilegales de Cisjordania y adoptar una normativa legal que contemple poderes excepcionales para el Ejército en materia de seguridad nacional.
El programa electoral de Netanyahu prevé la anexión de los asentamientos de Cisjordania, la posible ocupación militar de la Franja de Gaza y… el fortalecimiento de la alianza estratégica con los Estados Unidos.
Netanyahu, “el anexionador”, cuenta de antemano con el beneplácito del actual inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, que se apresta a publicar el cacareado Plan de Paz Kushner, un conglomerado de medidas susceptibles de perturbar las ya de por sí tensas relaciones entre Washington y Bruselas.
Poco importa: aparentemente, “el anexionador” es la apuesta estratégica de Trump.