¡Los turcooos, qué vienen los turcooooos!
Esta vez, la llegada de los otomanos, de los neootomanos, no fue acogida con llantos o gritos de desesperación. Al contrario; el presidente turco, Tayyip Recep Erdogan, tuvo derecho a un caluroso recibimiento en el aeropuerto de Sarajevo.
El sultán se había desplazado a la capital bosnia para asistir a la Cumbre del Proceso de Cooperación del Sureste Europeo, única plataforma de cooperación regional que incluye a la totalidad de los países balcánicos.
Aunque el principal tema de debate era el incremento de la cooperación económica entre los gobiernos y las instituciones paraestatales de la zona, el interés de Turquía se centraba en el posible (y deseable) realineamiento de su política exterior en el espacio de la antigua Yugoslavia. La atomización del país dirigido durante décadas por el mariscal Tito, los conflictos congelados que obstaculizan el desarrollo armónico de las relaciones entre pequeños estados resultantes de la desintegración de la República Federativa Socialista, el papel desempeñado por las principales potencias europeas – Francia, Alemania, Italia – en el caótico espacio balcánico centran la atención de Turquía, potencia regional emergente y, ante todo, heredera del legado imperial otomano.
¿Intereses específicos? Múltiples
Durante la guerra de Bosnia, Turquía fue uno de los países islámicos que destacó un contingente militar a la conflictiva región de los Balcanes. La labor de sus asesores diplomáticos y culturales fue eclipsada por la tenaz ofensiva de la brigada de militares, clérigos, propagandistas enviada por Arabia Saudita. Merced a sus inversiones masivas en Bosnia- Herzegovina y Kosovo, los saudíes lograron implantar un liderazgo religioso musulmán proclive a la dinastía de Riad. Uno de los objetivos de Ankara consiste en neutralizar la influencia saudí, tratando de reintroducir los conceptos mucho más flexibles del Islam otomano.
Los analistas estiman que un intento de poner fin al contencioso griego-turco sobre la explotación de los yacimientos de gas natural del mar Jónico podría desembocar en un diálogo sobre el papel que deberían desempeñar Ankara y Atenas en la hipotética remodelación de la estrategia de la OTAN en la región. Sin embargo, es preciso señalar que el nuevo Gobierno griego se siente más atraído por los valores de Occidente, es decir, por la actuación poco respetuosa de los Estados centroeuropeos que siguen fomentando el distanciamiento hacia el sudeste europeo.
Los errores cometidos por Bruselas en la región balcánica, zona plagada de contradicciones étnicas, religiosas y económicas, han irritado a Turquía, provocando reacciones ácidas por parte de Erdogan. Recordemos que las políticas de la UE no coinciden con los intereses inmediatos de Ankara. Una de las prioridades de Erdogan consiste en colocar los Balcanes bajo el paraguas protector del neootomanismo. Una misión ésta sumamente difícil, teniendo en cuenta la susceptibilidad de los pobladores de la zona. Un ejemplo: Turquía pretendía incrementar su influencia tratando de mediar en el conflicto entre Serbia, Albania y Kosovo. Sim embargo, albaneses y kosovares rechazaron los buenos oficios de Ankara, calificando la iniciativa de Erdogan de humillante. Ambos países optaron por boicotear, pura y simplemente, la Cumbre de Sarajevo.
A Turquía le queda un largo camino por recorrer en esa reconquista de sus antiguas provincias balcánicas. Pero Ankara apuesta por la reislamización de sus antiguos territorios europeos, al igual que Rusia apuesta por una alianza paneslava con Serbia y Bulgaria. A su vez, Alemania, Francia e Italia apuestan por la creación de nuevas bolsas de mano de obra barata en la extremidad oriental de la Vieja Europa. Pero esta vez, la guerra de intereses económicos y estratégicos se librará sin la intervención de los aviones de la OTAN. O tal vez…