Roberto Cataldi¹
Es curioso como hasta hace unos meses nos preocupaba eludir los virus informáticos y ahora tenemos que lidiar con virus reales que amenazan la vida y paralizan el planeta.
Todos los médicos estamos de acuerdo en que la salida sanitaria de esta pandemia de Covid-19 exige la inmunidad colectiva, que puede buscarse por distintas vías, pero las esperanzas están depositadas en el desarrollo de una vacuna. Y muchos esperan la vacuna como los alquimistas buscaban la piedra filosofal.
Con el SIDA nunca se desarrolló una vacuna, pese a que hubo promesas electorales, y hoy está controlado con fármacos. La Tuberculosis, anterior a nuestra era, sin vacuna puede curarse con drogas específicas. Pero en estos días todos hablan de la vacuna como la solución a la pandemia, al punto que ya hay unos ciento sesenta proyectos de vacuna, de los cuales veintiuno estarían llegando a la fase de ensayos clínicos en seres humanos y dos en la etapa de aprobación (Universidad de Oxford y Sinovac Biotech de China).
Paul Offit, cocreador de la vacuna para el rotavirus, dijo que su desarrollo les llevó veintiséis años. En efecto, las diferentes etapas de investigación demandan varios años, entre quince y veinte, pero el mandato es que en unos meses ese objetivo se alcance. Y esto es algo inédito en la historia de la investigación con seres humanos.
Los protocolos de investigación son muy estrictos, consecuencia de abusos cometidos en el pasado, por eso están sujetos a estrictas normas éticas internacionales que procuran proteger a los seres humanos que se expongan a cualquier fármaco.
En consecuencia, siempre se comienza con los estudios en los modelos animales, que aquí parece se han omitido, lo que implica fabricar una vacuna en un ˆescenario de riesgo», justificado por la situación global que vivimos y que incluso despierta sentimientos de altruismo, pues, más de cien mil personas se han ofrecido voluntariamente a recibir la vacuna para probarla.
Claro que no todo es humanitarismo. Gran Bretaña, EE.UU y Canadá han denunciado que los servicios de inteligencia del Kremlin usan grupos de hackers para apropiarse de investigaciones de vacunas en universidades y laboratorios. La Casa Blanca luego de denunciar a la OMS y quitarle su apoyo económico por su presunto favoritismo hacia China, ahora le quitó el control sobre la información del coronavirus al CDC (Centro de Control de Enfermedades), institución de prestigio internacional que solemos consultar.
Los medios hablan de una feroz competencia entre China, Estados Unidos y Gran Bretaña por ser los primeros, en una suerte de vuelta a los inveterados nacionalismos. Como ser, una empresa estatal china inoculó a sus empleados y altos ejecutivos con dosis experimentales incluso antes de que el gobierno aprobara los ensayos en humanos. También en el ámbito militar chino estarían probando una vacuna experimental. Dicen que se invoca el «espíritu de sacrificio».
Lo cierto es que, de lograrse una vacuna efectiva (probablemente serán varias), habrá que pensar en una distribución equitativa como sería ético, pero también tendrán que pasar muchos años para conocer sus efectos a largo plazo. Y cómo será una vacuna fabricada a contrarreloj, abrigará muchas dudas y, lo prudente será no administrarla a los niños.
Mientras unos están motivados por el bien de la humanidad, otros corren tras una patente que les asegure el gran negocio, y no faltan los que han ideologizado al coronavirus y la vacuna. En fin, qué lejos estamos de Luis Pasteur cuando sostenía que: “La ciencia no tiene patria, porque el saber es patrimonio de la humanidad”.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)