De ser cierta la afirmación de que al morir recorremos toda nuestra vida, me imagino el trabajal que en sus últimos instantes habrá tenido la Reina Isabel viendo pasar miles de viajes, encuentros y desencuentros con familiares, quince primeros ministros y cientos de presidentes extranjeros y ese año horribilis, lleno de incendios, divorcios, accidentes y malas vibraciones.
Y todo lo vivió, asumiendo con dignidad sus años; sin inflarse los labios, estirarse la cara, ocultar sus canas o blanquearse los dientes; y caminando sin bastón, hasta ya viejísima.
Compadezco a sus hijos y nietos porque en lugar de poder llorar a gusto y en privado la muerte de su madre y abuela, tuvieron que presidir ese larguísimo espectáculo en el que hasta los perros corgis de Su Majestad, participaron.
La BBC publicó en marzo pasado, sin nada que ver con su fallecimiento, recientes investigaciones sobre la experiencia de la muerte; que afirman que es muy posible que la vida pueda desfilar ante nosotros mientras morimos.
Una de ellas, publicada originalmente por Frontiers in Aging Neuroscience, informa de que un equipo de científicos liderado por el doctor Ajmal Zemmar en Vancouver, Canadá, se propuso medir las ondas cerebrales de un paciente epiléptico de 87 años.
De pura casualidad al estar grabándolo, el hombre sufrió un ataque cardíaco fatal.
Y esa grabación, la primera de un cerebro moribundo, reveló que treinta segundos antes y después de morir, sus ondas cerebrales siguieron los mismos patrones que al soñar o evocar recuerdos.
Actividad cerebral que podría sugerir, que un «recuerdo final de toda la vida» ocurre al estar muriendo.
«Y si tuviera que especular, dijo Zemmar, diría que en caso de que el cerebro hiciera un flashback, le gustaría recordar las cosas buenas y no las malas».
El estudio planteó preguntas sobre si la vida termina al dejar de latir el corazón, como se decía o cuando el cerebro deja de funcionar, como se piensa ahora.
Cambio que en parte se debe, a una investigación que hizo en 2013 en ratas sanas, el equipo del doctor Jimo Borjigin de la Universidad de Michigan y se publicó en las actas de la Academia Nacional de Ciencias.
Borjigin explicó a la BBC, que se creía que inmediatamente después de la muerte clínica, el cerebro tenía menos actividad; pero «definitivamente no es el caso».
Porque encontraron niveles más altos de ondas cerebrales hasta treinta segundos después de que los corazones de las ratas dejaron de latir, que cuando estaban vivas y saludables.
Y que pudiera suceder lo mismo en el cerebro humano y que al estar muriendo, un nivel elevado de actividad cerebral y conciencia ocasionara visiones espirituales.
Coincide con esta posición, un trabajo que el neurocientífico Chris Timmermann dirigió en 2018.
Entrevistado también por la BBC, aseguró que la muerte no es instantánea «y tal vez sea, un poco divertida y sicodélica».
Se pierden primero el hambre y la sed, luego el habla y la visión y como la audición y el tacto duran más tiempo, los moribundos pueden escuchar y sentir a sus seres queridos incluso, cuando parecen estar inconscientes.
Opinó lo mismo Thomas Fleischmann, quien tiene más de 35 años como director de unidades médicas de emergencia en Alemania y Suiza y ha entrevistado a decenas de pacientes declarados clínicamente muertos y que lograron regresar y contar lo que percibieron.
Tras esa experiencia, insistió, todos siguieron su vida normal, pero perdieron el miedo a morir.
Y en base a lo que le relataron, dice que morir se hace en cinco etapas:
En la primera, la mayoría dejó de sentir dolor y tuvo paz y tranquilidad; solo el dos por ciento, reportó angustias y temores.
En la segunda, todos se percataron que estaban muertos y se vieron volando y observando lo que sucedía abajo.
En la tercera y luego de una oscuridad total, vieron brillar una luz cálida y atractiva a la que, en la cuarta etapa, quisieron acercarse; pero fueron regresados.
Solo el diez por ciento de los sobrevivientes de experiencias cercanas a la muerte, pasó por una quinta etapa; en la que vieron «un entorno hermoso y colorido».
En fin, quienes hemos estado acompañando a un ser querido en su último trance, hemos advertido reacciones que indican que «ven» cosas lindas y perciben entre luces, a familiares y amigos fallecidos.
Y eso que hemos visto les da tanta paz, y que el doctor Jason Braithwaite de la Universidad de Birmingham califica como el «último hurra» del cerebro, podría deberse a la oleada de actividad eléctrica de la que hablan los científicos.