El cruce de la frontera entre Moldova y la región separatista de Transnistria – la autodenominada República Moldava Pridnestroviana o República Moldava del Dniéster recuerda extrañamente el dificultoso transito fronterizo entre las mal llamadas democracias populares de Europa Oriental. De un lado, los policías moldavos, que se limitaban a controlar los documentos de identidad de los viajeros. Del otro, unos jóvenes que vestían uniforme de camuflaje; en la tierra de nadie, militares rusos y algún blindado que otro, perteneciente a ejército de la ex Unión Soviética. Los confines separan dos mundos: la Unión Europea inconclusa y la Unión Soviética incesante.
Afirman los expertos, asiduos lectores del Reader’s Digest, que el abismal contraste entre los dos territorios es una mera reminiscencia de la guerra civil de 1992, desencadenada por el rechazo de los habitantes de Transnistria de aceptar el resultado del referéndum organizado por la élite de Chișinău que desembocó en la independencia de Moldova. Los transnistrianos, los gagauz, los rusos y los pro soviéticos, votaron a favor de la permanencia en la extinta Unión Soviética. La guerra civil – un conflicto que duró menos de seis meses – arrojó una cifra de 20.000 muertos.
Para los estudiosos de la historia europea, las raíces del enfrentamiento son mucho más profundas. La región formó parte inicialmente del Rus de Kiev. Tras su integración al Reino de Hungría, se constituyó – en 1346 – el Principado de Moldavia.
En la primera mitad del siglo XV, los moldavos eran vasallos del Gran Ducado de Lituania. Invadido y ocupado por los turcos en 1512, el Principado se transforma en tributario del Imperio Otomano en 1538.
Los historiadores de este anacrónico enclave, que profesan un antirrumanismo militante, advierten: Los rumanos aluden siempre a sus antepasados, los dacios. Pero aquí contamos con una decena de etnias: rusos, rumanos, moldavos, húngaros, ucranios, turcos, tártaros. Un desconcertante mosaico, bastante frecuente en las permeables regiones fronterizas de Europa oriental y los Balcanes.
Cierto es que después de los otomanos llegaron los rusos. Primero, los zares, que no dudaron en convertir la franja situada entre los ríos Dniéster y Prut en la punta de lanza de su estrategia colonialista. Rusia quería conquistar Moldova, Valaquia y Bulgaria, abriéndose camino hacia el Bósforo y los Dardanelos. El Tratado de Bucarest de 1812, que puso fin a la guerra ruso-turca, frenó las apetencias territoriales de Rusia, a la que se le adjudicó sólo el Voivodato de Besarabia.
Transnistria volvió a convertirse en un problema político después de 1918, cuando la URSS estaba elaborando una estrategia para contrarrestar la Gran Unión entre Moldova y Rumanía, deseada por el parlamento de Chișinău.
En 1924, las prioridades del régimen parecían eran obvias: se trataba de ejercer presión sobre Rumania con respecto a la cuestión de Besarabia, exportar la revolución proletaria al territorio rumano y establecer una cabeza de puente hacia los Balcanes. Una de las opciones barajadas por Moscú era ¡unir Chișinău con Transdniéster! La URSS inventó, pues, Transnistria en 1924. Se trataba de aplicar la política imperial… renovada.
En 1941, cuando las tropas rumanas cruzaron el Prut, gran parte de los líderes prosoviéticos se trasladó a Tiraspol – capital actual de Transnistria – donde crearon centros de resistencia ideológica, cultural y lingüística. En esos laboratorios ideológicos se ideó la llamada lengua moldava, que se emplea en los libros de texto transnistrianos, donde la historia dista mucho de la que se enseña en Chișinău.
Los planes de industrialización de Transnistria fueron ideados después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el territorio contaba ya con una mayoría ruso parlante.
Detalle interesante: antes de 1989, Transnistria ocupaba alrededor del 11 ó el 12 por ciento del territorio de la República Socialista de Moldova, pero producía el 90% de la energía, generaba el 40% del PNB y el 33% de la producción industrial moldava.
Conviene señalar que el enclave secesionista acoge más de 20.000 toneladas de armamento, almacenado por el Ejército soviético tras el final de la Guerra Fría. Se trata de armas y municiones abandonadas por las tropas que abandonaron precipitadamente Alemania Oriental, Checoslovaquia, Hungría y Polonia.
Para Moscú, la importancia de Transnistria – esa anomalía histórica – es ante todo estratégica. El territorio está cerca de Sebastopol y de la península de Crimea, lo que no se puede ignorar, teniendo en cuenta que pensamiento geopolítico ruso y exsoviético es el mero reflejo de los mapas militares.
Desde el comienzo de la guerra de Ucrania, los estrategas occidentales contemplan a Moldova como posible escenario para la extensión del conflicto. La apertura de un nuevo frente complicaría la trama de forma controlada, ya que Chișinău no pertenece a la UE ni a la OTAN, por lo que tanto la Alianza Atlántica como Bruselas podrían enviar voluntarios y armamento para ampliar el teatro de operaciones y desgastar más a Rusia.
Sombrías perspectivas éstas para las huestes pacifistas… Pero muy distintas de los vaticinios de Samuel Huntington.