Esas palabras, «educar la mente sin educar el corazón no es educación», dichas por el filósofo griego Aristóteles, nos recuerdan que todavía nos queda un largo camino por recorrer en lo que respecta a nuestra propia educación. Haciendo esto, podremos asegurarnos de que las nuevas generaciones puedan acceder a una educación inclusiva y de calidad, y utilizar sus conocimientos para construir un mundo justo, igualitario y seguro, escribe Yasmine Sherif (IPS) desde Nueva York.
Sin embargo, a la luz de las brutales atrocidades y los terribles conflictos que se expanden de forma implacable tanto en República Democrática del Congo como en Gaza, Sudán y Ucrania – sin contar otros cincuenta conflictos que están teniendo lugar en el mundo ahora mismo – no podemos decir con total honestidad que estamos utilizando nuestros corazones. Sería también deshonesto afirmar que hemos construido un mundo basado en los derechos humanos, la paz y la seguridad desde la proclamación de la Carta de las Naciones Unidas en San Francisco.
En lugar de esto, el abismo entre la ley y la perversa realidad de hoy en día no hace más que ampliarse. Dentro de ese abismo oscuro, millones de niños y jóvenes inocentes y vulnerables ruegan por algo de humanidad y piden a gritos respeto por sus derechos humanos, empezando por el derecho fundamental a tener una educación inclusiva y de calidad, con un ambiente de aprendizaje que los proteja.
Hemos creado un mundo amargo y dividido, que puede asimilarse a un sanguinario campo de batalla. Un mundo de destrucción que no tiene en cuenta la vida del ser humano o la del propio planeta. Uno podría preguntarse si realmente importan los avances tecnológicos si estamos perdiendo nuestra humanidad. Como dijo Martin Luther King Jr: «Nuestro poder científico le ha ganado a nuestro poder espiritual. Hemos guiado a nuestros misiles más que a nuestros hombres».
Como consecuencia de esto, unos 226 millones de niños y adolescentes que viven dentro de los campos de batalla son incapaces de acceder a una educación de calidad, además, muchos de ellos pierden a sus madres, padres, hermanos, extremidades, hogares y futuros. Sorprende bastante lo destructiva que puede alcanzar a ser una mente que carece de inteligencia emocional y de educación del corazón.
Apuntan de manera intencional y descarada a escuelas, estudiantes y maestros, subyugan y silencian a las adolescentes, y tanto niñas como niños son víctimas de guerras y violaciones sistemáticas a sus derechos humanos. Esto ocurre desde hace tanto tiempo que lo anormal se ha vuelto normal. No puede continuar.
¿Cuándo atenderemos a los compromisos colectivos y universales trazados en la Carta de las Naciones Unidas, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en los Objetivos de Desarrollo Sostenible? ¿Cuándo comprenderemos que cada niño tiene derecho a educarse en un ambiente seguro?
Solo lo lograremos en cuanto comencemos a educar nuestros corazones así como educamos nuestras mentes.
Un corazón educado no puede hacer la vista gorda ante la constante destrucción de la vida humana o de la naturaleza. Un corazón educado actúa a favor de impedir el crecimiento de desigualdades en el mundo. Un corazón educado no soportaría ignorar el derecho a la educación de los 226 millones de niños.
Según Educo, que trabaja de la mano de Education Cannot Wait, los llamados humanitarios que exigen educación disminuyen drásticamente (casi siete veces menos) en esta última década –pasaron de 517 millones de dólares a 3785 millones– y en este mismo período, las contribuciones solo se multiplicaron por cuatro, pasando de 190 millones a 805 millones.
La diferencia es desalentadora y las consecuencias para niños en medio de emergencias y situaciones prolongadas de crisis son más que devastadoras. En efecto, la falta de fondos tendrá resultados peligrosos para el mundo. De acuerdo con el análisis de Educo, «88 por ciento de los países y de los territorios con crisis humanitarias tienen problemas importantes para llegar a su objetivo educativo (ODS4)».
En cambio, hemos contribuido a la creación de una disparidad generacional y hemos perpetuado ciclos de violencia, pobreza, desplazamiento forzoso y más desigualdades en el marco de crisis olvidadas como las de Bangladesh, República Centroafricana, Chad, Líbano, Yemen, entre otras.
También hay una brecha significativa entre el Norte global y el Sur global. En países pertenecientes a la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), se gastan alrededor del siete por ciento del PIB (producto interno bruto) en educación primaria y secundaria por estudiante cada año. Y en algunos países, como por ejemplo Luxemburgo, la cantidad puede ascender a hasta 25.000 dólares anuales por estudiante.
Por otro lado, según el FMI (Fondo Monetario Internacional): «En África subsahariana, el presupuesto medio en educación representó alrededor del 3,5 por ciento del PIB en 2020 – un porcentaje por debajo de la recomendación internacional, de por lo menos cuatro por ciento. Un análisis del FMI concluye que si se quiere llegar al Objetivo de Desarrollo Sostenible de lograr la educación primaria y secundaria universal para 2030, es necesario duplicar el gasto con respecto al PIB, tanto con aportes de fondos públicos como privados».
Un corazón educado no puede aceptar esas realidades y darle la espalda a millones de vidas jóvenes y a sus posibles futuros. Los recursos existen. Volviendo a la cita de Martin Luther King Jr, la cuestión es cómo decidimos utilizar esos recursos. Podemos continuar por el camino de la destrucción o adoptar un enfoque más responsable y constructivo.
Al reunir recursos de los sectores público y privado, tendremos la oportunidad de educar tanto los corazones como las mentes de una generación entera. Una generación que tal vez logre instalar los derechos humanos, la paz y la seguridad para todos, creando así un mundo con valores compartidos en materia de leyes y no de fuerza.
En la entrevista de alto nivel de este mes con Amy Clarke, una de las fundadoras y también directora de impacto de la Tribe Impact Capital LLP, exploramos una nueva y prometedora modalidad para conectar el capital del sector privado con los resultados sostenibles, con el ambiente y con la construcción de un mundo mejor.
Al unir fuerzas con Education Cannot Wait, Amy Clarke señaló: «Mientras que ECW se esfuerza en atender las necesidades educativas inmediatas de estos niños, es crucial que también forjemos un camino hacia un futuro que prometa rectitud, justicia e igualdad». En ese sentido, Tribe Impact Capital LLP destaca como uno de nuestros socios del sector privado que lidera tanto con su corazón como con su mente. Nos muestran que eso, en efecto, es posible.
Se dice que el trayecto más largo que podemos hacer es el que va de la mente al corazón. En este momento que el mundo se sumerge en una destrucción total, y casi 250 millones de niños y maestros pierden sus extremidades, la vida y la esperanza bajo las ruinas de sus escuelas, es tiempo de zarpar en esa dirección.