En agosto del pasado año, el Comité de Defensa Integral de Derechos Humanos Gobixha AC (Código DH) alertaba de la falta de atención de las instituciones al conflicto existente en Juchitán, Oaxaca, en donde la empresa española Fenosa está construyendo el parque eólico Fuerza y Energía Bií Hioxo.
Cinco meses después, los problemas no sólo no se han solucionado, sino que se han agravado, según vuelve a manifestar Código DH, como consecuencia de que el pasado miércoles 29 de enero unos desconocidos quemaron un campamento de la Asamblea Popular del Pueblo de Juchitán (APP).
A esta organización le preocupa la nueva agresión, porque se suma a un primer incendio en el mimo lugar ocurrido el 15 de octubre del año pasado. Días antes personal de una empresa ligada a la construcción del parque amenazó a personas de la APPJ en su campamento. Los habitantes de esta zona aseguran que Fenosa ha contratado a personas de la localidad como empleados, si bien hacen funciones de guardias y van armados.
Son muchas las agresiones, la vigilancia y el hostigamiento que han sufrido los integrantes de la APPJ en su oposición a las obras, que no fueron consultadas con la población afectada. Concretamente, el 25 de agosto de 2013, integrantes de la APPJ fueron tiroteados en un parage próximo al polígono del Parque Bií Hioxo.
También les preocupa que los pueblos indígenas se estén quedando solos ante el pacto que los gobiernos estatal y federal alcanzan con las empresas para seguir ofertando las tierras de las comunidades ikootjs y biniza en la región del istmo de Tehuantepec (región comprendida entre los estados de Oaxaca, Chiapas, Tabasco y Veracruz)
Historia de las rebeliones
El istmo de Tehuantepec es una zona rica en petróleo y en recursos maderables. También es una de las regiones con mayor presencia indígena del país. En ella conviven varias tribus, como huaves, zapotecos y zoques. En esta zona, las rebeliones de los indios han tenido una gran repercusión desde los tiempos de los conquistadores españoles.
En 1550 se produjo la llamada “mesiánica”. Se debió a que los ancianos caciques de algunos pueblos recordaron a sus antiguos dioses, especialmente a Quetzalcóatl, cuyo regreso anunciaron para destruir a los españoles y librar a los zapotecos de la esclavitud. Los incitadores de la rebelión escaparon a Tehuantepec, donde fueron capturados. Esto sucedió después de la gran epidemia de 1545-1548, que acabó con casi un tercio de la población indígena. Hay que suponer que el “malestar” de los que sobrevivieron les hizo querer regresar a los tiempos anteriores a la llegada de los españoles.
Según cuenta Víctor de la Cruz López*, especialista en estudios Mesoamericanos, el primer levantamiento armado de los zapotecos de Juchitán fue en 1834. Terminada la dependencia colonial respecto a España, los zapotecos seguramente pensaron que la propiedad colectiva de sus recursos naturales sería respetada o restituidos los derechos por las autoridades del país independiente; pero la situación, si no continuó igual, empeoró. Las autoridades del nuevo país tenían prisa por construir un Estado moderno en donde no tenían cabida los indígenas atrasados, para lo cual se tomaron medidas que atentaron contra la propiedad comunal de la tierra y la explotación colectiva de las salinas, fomentando la apropiación privada de la tierra y la explotación monopólica de las salinas para beneficiar a la burguesía criolla que se había enriquecido mediante el despojo, la rapiña y la explotación de los indígenas.
En el mes de abril de 1881 estalla otra rebelión indígena contra la dictadura porfiriana que abarca pueblos zapotecos y zoques, encabezándola un juchiteco, que había combatido a favor del general Porfirio Díaz (luego presidente de la República). Entre las causas que provocaron la rebelión seguían las viejas cuestiones de tierras y salinas, el impuesto de capitación y otras nuevas como la imposición de autoridades municipales en contra de la voluntad popular.
Las causas que dieron origen a las rebeliones en el siglo XIX se agravaron durante la larga dictadura del general Díaz y el siglo XX no fue muy diferente. En 1930 se produjo otra importante en Juchitán, aunque se debió a la imposición de un alcalde que el pueblo no quería. Los sublevados planearon la última rebelión en defensa de la autonomía municipal y por la independencia del Istmo, aunque no tardaron en ser derrotados.
Desde entonces no ha habido levantamientos importantes, pero como se ve en la actualidad, la lucha por sus tierras y contra la “colonización”, sigue en pie.
*Cuadernos Políticos, Número 38, México, D.F