Hace 25 años, una película italiana que celebraba la nostalgia se convertía en un clásico mundial. Gran Premio del Festival de Cannes, Globo de Oro y Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1989, Cinema Paradiso –“el mejor homenaje que el cine se ha hecho a sí mismo”- , dirigida por Giuseppe Tornatore, inaugura ahora el curso en este otoño 2014, en versión restaurada, en más de 100 salas españolas y solo durante una semana.
25 años después, Cinema Paradiso sigue siendo un homenaje a todas esas personas desconocidas y muchas veces ignoradas –operadores, acomodadores, taquilleros- que durante un siglo (prácticamente) han acompañado nuestra asistencia a las sesiones de cine. ¡Qué tiempos los de la sesión continua, los programas dobles y el pase matinal que, casualidad, coincidía con nuestras ganas de hacer novillos! En su día, más de un millón de españoles vieron esta “encantadora, nostálgica y entrañable celebración de la magia” del cine y escucharon la “inolvidable banda sonora del maestro Ennio Morricone”.
Salvatore, un exitoso director de cine, regresa a su pueblo natal para asistir al funeral de su viejo amigo Alfredo, el proyeccionista del cine local durante su infancia en Sicilia. El pequeño “Totò”, un niño del coro de la iglesia, de matute en la cabina donde el proyeccionista era el rey, no se separaba de Alfredo, quien coleccionaba en secreto todos los trozos de celuloide que el cura -el censor por antonomasia- cortaba de las películas proyectadas. Ahora, Alfredo ha muerto, el Cinema Paradiso de su infancia está condenado a convertirse en un aparcamiento y a Salvatore se le abalanza encima todo aquel pasado de caricias y besos prohibidos que Alfredo conservaba en una vieja caja.
“No mirar atrás. No escribir. No ceder a la nostalgia”, es el lema que Alfredo transmite a Salvatore cuando se marcha del pueblo para iniciar en Roma su vida de adulto. Y, a continuación, Tornatore invita al espectador a rechazar el consejo de Alfredo y hacer una inmersión profunda en el pasado, recorriendo los lugares sagrados de la infancia –que es la única patria admisible-, en esta pequeña joya que es un clásico para los cinéfilos.
Sorprendente y descaradamente melancólica, nostálgica y sentimental, la segunda película del siciliano Tornatore aparecía en un momento en que el cine italiano atravesaba una de sus crisis recurrentes (lo mismo que en las industrias fílmicas del resto del viejo continente) ocasionada por la desaparición de los grandes maestros (Fellini, Antonioni, De Sica, Visconti, Pasolini, Rossellini… y varios eccéteras) y la escasez de nuevos cineastas que pudieran reemplezarles, así como por la omnipresencia de una escandalosa televisión que alejaba a los espectadores de la gran pantalla. Cinema Paradiso llegaba para recuperar aquel cine perdido que añoraban los cinéfilos (italianos y europeos).
Naturalmente, hay opiniones para todos los gustos: la mía es que se trata de una película “conseguida”, una elegía construida como una rapsodia que con el tiempo se ha convertido en referencia, un prodigio de sensibilidad y ternura interpretada magistralmente por Philippe Noiret –“para quien el papel parece haberse confeccionado a medida”- y el pequeño Salvatore Cascio (Jacques Perrin, de adulto). Ese dúo hombre-niño, apoyado en la confusión entre realidad y recuerdos a veces imaginarios, es uno de los grandes momentos del séptimo arte, la plasmación de cómo se transmite una herencia intangible y hasta qué punto es estrecha la relación del cine con la vida, precisamente porque abre la puerta a la posibilidad de vivir otras vidas.