Laura Fernández Palomo
No se sabe si el silencio de Dash (conocido como ISIS, o el Estado Islámico, denominación que evitamos para que no haya vínculo equivocado con confesiones porque no es más que un grupo terrorista) sobre la situación del piloto jordano secuestrado está diciendo algo.
Corren las hipótesis de un posible descuerdo dentro del liderazgo de la organización sobre los designios del aviador militar jordano. O sobre las demandas a exigir al Gobierno de Jordania, conscientes de que su importancia para el reino Hachemita lo ha convertido en una moneda de cambio con la que negociar. La peor lectura, sin embargo, es que Muaz Kasasbeh, capturado en diciembre, no siga con vida. Hace tiempo que no hay imágenes del rehén. Jordania no se fía y aunque ha aceptado excarcelar a una terrorista de Al Qaeda a cambio de su liberación exige antes una prueba de su salud.
Las negociaciones que inició Jordania con los terroristas del ISIS comenzaron con un papel mediador cuando Japón intentaba liberar a sus dos ciudadanos secuestrados. La organización exigía 200 millones de dólares en un plazo de 72 horas, a cambio de no asesinar a Kenji Goto y Haruna Yukawa. Japón se opuso y Dash cumplió su amenaza, como había hecho en anteriores ocasiones, y decapitó a Yukawa. Las comunicaciones se intensificaron para salvar la vida de Goto, Muaz Kasasbeh entró en el canje del acuerdo y el papel de Jordania saltó a primera plana.
Desde entonces la negociación ha girado en torno a la excarcelación de Sayida al Rishawi, una miliciana iraquí de 44 años que participó en los atentados suicidas en Amán en 2005. El ataque fue ordenado por el fallecido líder de Al Qaeda en Irak, Abu Musab al Zarqaui, del que su hermano era mano derecha. Rishawi portaba un cinturón de explosivos que no llegó a explotar por un fallo en el detonador y fue condenada a pena de muerte en la horca, pero como muchas de las sentencias emitidas en Jordania todavía no se han ejecutado por una moratoria de 2008, que sólo fue suspendida el pasado mes de diciembre. Su biografía, por tanto, la mantiene estrechamente unida a la creación de Dash, establecida desde la escisión de la marca iraquí de Al Qaeda. Un símbolo para la organización, aunque no está claro que sea ella la que importa.
El trato se puso sobre la mesa en otro ultimátum de 24 horas – los dos rehenes a cambio de Rishawi – que terminó el miércoles poco después de que el Ejecutivo jordano anunciara que aceptaba las condiciones y, aprovechaba para imponer las suyas: recibir una prueba de que Muaz seguía con vida. Pero las pruebas no llegaron y Rishawi no fue excarcelada. Un nuevo ultimátum, con límite antes del atardecer del jueves, se desarrolló en los mismos términos sin prueba y sin excarcelación y la organización terrorista se acogió al silencio.
Era la primera vez que un miembro de la coalición internacional que combate a ISIS asumía las exigencias y la primera vez también que la organización no cumplía con su amenaza.
En Jordania se sabe que Muaz Kasasbeh no es un rehén cualquiera. Su pertenencia a la extensa e influenciable tribu de Bararsheh, de Karak, en un sistema político y social eminentemente tribal ha hecho que todo el Ejecutivo y la Casa Real se hayan tomado la liberación como un asunto de Estado. Durante las horas del primer ultimátum, la familia Kasasbeh fue capaz de movilizar a cientos de jordanos en Karak y en la capital. El mismo Gobierno emitió un comunicado aceptando los términos de la liberación, sin nombrar al periodista japonés, por el que el reino había entrado en un primer momento en las negociaciones. El domingo 1 de febrero, como si Japón ya no tuviera nada que ver en esto, ISIS volvía a aparecer con la difusión del vídeo en el que Goto, el periodista japonés, era decapitado. Sobre el piloto jordano, silencio.
El rey de Jordania, Abdalá II, se trasladó ayer a Estados Unidos sin previo aviso, alentando aún más las especulaciones de lo que supone esta negociación en la que se ha quedado solo. Un problema únicamente interno, muy vinculado a su participación en la coalición internacional que lucha contra Dash en territorio sirio e iraquí, y ante la que la familia de Muaz ha manifestado su rechazo. “No es nuestra guerra», ha dicho el padre del rehén, Safi Kasasbeh.