Se preguntarán qué tienen que ver un monstruo y la bella ciudad suiza de Ginebra. Pués, mucho más de lo que se imagina. Sucedió en el siglo XIX, hacia el mes de mayo de 1816, cuando el escritor inglés Lord Byron alquiló una casa, la Villa Diodati, en las laderas del bello lago Leman de Ginebra.
Ginebra, cuyo nombre de origen celta significa estuario, nacida junto al rio Rodano, se había adherido a la Confederación Helvética en 1815 y era una ciudad próspera y tranquila.
En ese verano, los escritores ingleses Mary Shelley y su marido Percy Shelley, fueron a visitar a Lord Byron.
Actualmente, el lago luce como un espejo sobre el que se refleja el perfil de los Alpes, y los pequeños puertos de ciudades suizas y francesas. Esa suave belleza hechizó a los escritores que solían navegar por el lago y tenían tertulias literarias a las cuales se sumaba el doctor John Polidori, también escritor. En una de esas reuniones surgió la extraña idea de escribir una historia de terror.
En realidad, en aquella época las historias de espíritus, fantasmas y seres fantásticos estaban en auge, también los experimentos científicos, las investigaciones sobre la electricidad, los nuevos inventos y había avidez por descubrir lo misterioso y desconocido. Era un movimiento literario entroncado con el romanticismo, el folklore y las nuevas ciencias.
En ese bucólico lugar surgió la primera novela gótica de ciencia ficción, hoy un clásico de la literatura universal: “ Frankenstein o el Prometeo Moderno”. Un monstruo robótico que se revela contra su creador.
Mary Shelley concibió la idea de Frankenstein en una noche de tormenta en la casa Diodati, donde tuvo una pesadilla, incluso pensó que el creador del monstruo era un investigador ginebrino llamado Victor Frankenstein, de allí su nombre.
La Villa Diodati, era propiedad de una familia de origen italiano, cuyo dueño era traductor y amigo del poeta John Milton. Después, fue vendida a una familia adinerada belga y en el 2000 la compró un financiero americano. Isabella Foletti de la Oficina de Turismo, me confirmó que la casa, existe, es propiedad privada y no se puede visitar.
Sin embargo, se puede caminar por el tranquilo barrio de bellas casas residenciales, con vistas sobre la otra orilla del lago donde se encuentra el gran edificio de Naciones Unidas, la sede-museo de la Cruz Roja y el Museo Ariana. Caminando por el lugar, entramos en la Fundación y Museo Bodmer, que exhibe una de las colecciones más importantes de libros del mundo. Desde la terraza se tiene una vista panorámica del lago, el mismo que viera Byron y Shelley.
El Museo construido por el arquitecto suizo Mario Botta, creó un templo subterráneo de dos pisos, donde se pueden apreciar, desde piedras cuniformes de la Mesopotamia, papiros egipcios, Biblias originales, ediciones primeras de la Divina Comedia, obras de Shakespeare, Goethe, cartas de Michelangelo y Picasso y manuscritos de Lord Byron y Shelley.
Mary Shelley reconoce en uno de sus escritos que, ese verano en Ginebra, “salto de la infancia a la vida real”. El esbozo de cuento de Frankenstein se concretó en una novela que finalizó en 1817. Un manuscrito original se encuentra en la Biblioteca de la Universidad de Oxford, parece que hubo tres versiones: la de 1817, la 1818 y la revisada de 1831.
Los Shelley como Lord Byron paseaban por la Vielle Ville, se perdían por las estrechas callecitas empedradas y visitaron la Catedral de San Pedro, que data del Siglo XII-XIII, donde el religioso Juan Calvino arengó en 1541 sus conceptos reformistas. Actualmente se puede ver la silla del Padre de la Reforma, subir hasta el campanario y también descender al subsuelo donde se han encontrado ruinas romanas.
En el recorrido por la pequeña ciudad, que fue fortificada por Julio Cesar, se encuentra la casa donde nació un 28 de junio de 1712 el filosofo Jean-Jacques Rousseau, a quien Mary Shelley y su grupo literario habían leído y se interesaban por sus ideas.
Todo este ambiente medieval y bohemio inspiró fuertemente a Mary, quien continuó sus estudios para la novela, leyendo sobre el mito de Prometeo, el dios que crea al hombre y éste lo destruye y luego con averiguaciones científicas, como la del Prof. Crosse que experimentaba con electricidad para revivir cuerpos y decía haber creado pequeñas criaturas.
Mary tuvo mejor suerte que los científicos de la época, porque su creación literaria es leída por varias generaciones, además de llevarse al cine en muchísimas versiones, la de Boris Karloff fue una de las más famosas, hasta el músico Sting interpretó a Frankenstein en el film La Prometida de 1985. La Familia Adams fue una serie televisiva de mucho éxito. El libro Frankenstein fue reeditado sucesivas veces.
Como sucesivos fueron los paseos de los poetas junto al lago o navegando sus orillas, ya que navegar era uno de los deportes preferidos del marido de Mary, incluso murió en una navegación, tiempo después.
Actualmente, el lago Leman tiene amarraderos durante todo el año, se corren regatas importantes y más de 1 millón de barcos lo surcan.
Desde el siglo XIX, cuando vivieron estos escritores, ha cambiado el perfil de Ginebra, la ciudad se ha expandido pero no ha perdido su encanto y la hechizante belleza del lago.
Aquel sueño de un personaje, que emulando a Dios, crea un muñeco y le da vida, aquella fantasía de Mary Shelley de escribir sobre Frankenstein parece volver en las investigaciones científicas actuales sobre mutaciones y clones.
La obsesión del hombre por descubrir los misterios que nos rodean, no cesa; Mary Shelley escribió sobre la permanente ansiedad del hombre por alcanzar los enigmas. Es extraño pero, en un ambiente de placidez, concibió una de las obras de terror y fantasía más raras de la literatura, un robot que alcanza a tener vida. Sin embargo, esa idea no está lejos de convertirse en realidad, el mundo de los clones parece anunciarlo.
Ginebra y Frankenstein estarán siempre unidos, en la incansable indagación sobre el hombre, entre la ficción y la realidad.