La obligación de una novicia forzosa, como la de cualquier preso, es fugarse, escapar
(artículo 1º del décalogo del preso modelo).
Diderot –filósofo, escritor, personaje imprescindible de la Ilustración francesa del XVIII- lo tuvo muy presente cuando escribió La Religiosa. Igual que lo ha tenido en presente en todo momento el realizador francés Nicloux al convertir el texto del maestro de las Luces en una película que narra la historia de Suzanne, joven brillante y hermosa que lleva una agradable existencia en el seno de una familia burguesa venida a menos cuyo mundo se desmorona cuando sus padres la envían a un convento, para alejarla mientras buscan como casar a sus hijas mayores, que carecen de dote.
Un desmoronamiento que se acentuará definitivamente cuando, en contra de su voluntad, la obligarán a hacer los votos definitivos, lo que le augura permanecer encerrada y en silencio, obedeciendo las órdenes más disparatadas y cumpliendo absurdas y dolorosas penitencias, hasta el último día de su vida.
Planteada como un hecho real, el polémico eco de la novela atravesó los siglos en Francia llegando hasta el XX cuando Jacques Rivette – uno de los realizadores más influyentes de la nouvelle vague- hizo en 1966 una primera adaptación para el cine, prohibida entonces por la censura francesa (1) y que se considera un clásico.
La Religiosa que hoy nos ocupa es una nueva adaptación del texto de Diderot, dirigida por Guillaume Nicloux ( Valley of Love, El Elegido, El Secuestro de Michael Houllebecq), y protagonizada por la joven belga Paulinne Etienne (Edén, Dos otoños Tres inviernos) y la veterana Isabelle Huppert (Amour, La pianista, La desaparición de Eleanor Rigby).
Justamente en ese siglo XVIII que hizo evolucionar las ideas y cambió la orientación de la filosofía en media Europa, la joven Suzanne, de 16 años, es obligada por su familia a entrar en un convento, a pesar de que ella asegura que quiere vivir “en el mundo”. Allí tendrá que soportar las repetidas arbitrariedades de la jerarquía eclesiástica en forma de madres superioras, crueles o amantes en exceso, que intentarán por todos los medios impedir que la chica cumpla su deseo de recobrar la libertad.
En Francia, país de origen tanto del autor del texto original como de los dos cineastas que se han atrevido a plasmarlo –el primero escandalizando a un país que, pese a declararse constitucionalmente laico, conserva muchos resabios de su larga historia de nación católica- los críticos consideran que ha resultado interesante resucitar la historia, justamente en el momento en que el hecho religioso es objeto de innumerables debates.
Serán dos hombres –un obispo y un hombre de leyes- quienes salvarán a Suzanne de un destino rechazado, ayudándola literalmente a escapar del convento por una puerta escondida al final de un pasadizo (cuya llave, curiosamente, estaba en manos del prelado, lo que trae a la memoria tantas historias de nonatos muertos y enterrados en las paredes de los conventos de toda Europa).
Evidente y necesariamente anticlerical (por sus hechos los conoceréis) aunque no sea ése el propósito del realizador, quien en ningún momento cuestiona la fe de ninguno de los personajes, La Religiosa critica no tanto las creencias como el poder; en este caso el poder de los mandos en los conventos, inventores de rígidas reglas de comportamiento imponiendo siempre su voluntad –y sus deseos, incluidos los eróticos- a las novicias que ocupan el último escalafón en la cadena.
Y así, aunque siempre hablando de catolicismo, por la pantalla vemos desfilar los fantasmas de los integrismos y fundamentalismos religiosos, las servidumbres sociales y conyugales, los regímenes políticos autoritarios, los fenómenos de las sectas y la aparición de jefecillos opresores cada vez que un grupo de individuos intenta llevar a cabo algún proyecto de vida en común.
El combate de la monja Suzanne, que en nuestros días recobra toda su actualidad, es tan existencial como político: una lucha tenaz y constante por recuperar la libertad y escapar de cualquier forma de tutela, tanto familiar como religiosa.
- La película de Jacques Rivette, Suzanne Simonin la religiosa de Diderot, considerada blasfema, estuvo prohibida en el territorio francés entre marzo de 1966 y julio de 1967. La censura provocó muchas protestas, entre ellas una famosa carta que el cineasta Jean-Luc Godard dirigió al entonces ministro de Cultura, André Malraux: “…Si no fuera prodigiosamente siniestro, resultaría prodigiosamente bello y emocionante ver como un ministro de la UNR (Unión por la Nueva República, gaullista) tiene miedo de una mente enciclopédica de 1789 (…) Nada sorprendente que usted no reconozca mi voz cuando le hablo de asesinato a propósito de la prohibición de Suzanne Simonin, la Religiosa de Dideror. No, nada sorprendente en esa profunda cobardía (…) ¿Cómo podría usted, André Malraux, oírme cuando le telefoneo desde el exterior, desde un país lejano, la Francia libre ?”. Un post-scriptum precisa : “Leído y aprobado por François Truffaut, obligado a rodar en Londres, lejos de París, Farenheit 451, la temperatura a la que arden los libros”.