“Toni Erdmann”, la primera participación en la competición de Cannes de la guionista, cineasta y productora alemana Maren Ade, era muy esperada, anunciada como delirante comedia y una de las grandes sorpresas en la selección propuesta por Thierry Fremaux, director artístico del certamen.
Se trata en efecto de una original tragicomedia, con algunos puntos de humor negro y caustica comicidad, en un muy largo metraje de dos horas y 42 minutos, duración que a mi juicio reduce la fluidez del relato. La duración de más de dos horas y media en muchas de las películas seleccionadas en Cannes es, al mismo tiempo, una prueba de la buena salud del certamen, pues muestra que los organizadores apuestan por el cine de autor en la competición, dejando las películas más comerciales fuera de concurso y en las sesiones especiales.
No es pues “Toni Erdmann” una comedia para doblarse de risa, como algunos habían avanzado, sino más bien una obra cargada de un humor inteligente, frío y perturbador, al poner en escena la conflictiva, distante y tensa relación entre un padre y su hija, entre Alemania y Rumania que es donde se desarrolla la acción.
La hija es una joven alemana de atractiva y fría belleza, que trabaja en Rumanía como ejecutivo, en una de esas consultoras especializadas en aconsejar las deslocalizaciones y los expedientes de regulación de empleo a las empresas, sin preocuparse en absoluto de la miseria humana que provocan.
El padre, que es viejo y un tanto guasón, ve que su hija no es feliz en esa vida de intenso trabajo y de vanas apariencias y, tras la muerte de su perro, decide viajar a Rumanía a verla, inventándose el personaje de Toni Erdmann, un supuesto y extravagante consultor que se entromete y perturba las actividades de la ambiciosa joven, con un buen número de bromas pesadas.
Ella es la excelente actriz alemana Sandra Huller, en ese papel de glacial rubia oportunista, modelo o arquetipo del neoliberalismo económico más deshumanizado, en plena crisis existencial, que ha sacrificado su vida sentimental y personal para hacer carrera. Una de esas rubias que podría figurar en el casting de una película de Hitchcock y que se enfrenta aquí al machismo dominante en el mundo de los negocios.
El padre es el actor austriaco Peter Simonischek, un viejo algo enfermo, que se pasea con un tensiómetro debajo de la camisa, y que busca con sus provocaciones acercarse a su hija, con la que mantiene una relación muy distante. Un padre que no comparte los “valores” que dominan en la vida de su muy ocupada hija.
A través de esa relación padre-hija, la guionista y directora alemana Maren Ade se interroga con cáustico humor sobre el sentido de la vida, sobre qué es la felicidad, y sobre esa deshumanización de nuestra sociedad contemporánea, que conduce a desigualdades sociales cada vez mayores.
Con el telón de fondo de la realidad social en Rumanía, país que acaba de incorporarse a la Unión Europea, la película muestra el contraste entre la vida miserable de la gente y la vida de la élite social en lujosos hoteles y reuniones políticas y empresariales.
De Cahiers du cinéma a Le Monde, la mayoría de la crítica francesa ha aplaudido entusiasta en Cannes esta película alemana como gran sorpresa y posible Palma de Oro. A mi juicio es todavía un poco pronto para hacer pronósticos, pero sin negar su valor y su guion muy original no comparto tanta exaltación, aunque de una forma u otra es seria aspirante a figurar en el Palmarés, tanto por su guión como por sus actores.
Maren Ade firma aquí su tercer largometraje como directora; su segunda película “Eveyrone Else” fue recompensada en el festival de Berlín en 2009. Su opera prima “The forest for the trees” fue premiada en 2005 en el festival de Toronto. Como productora ha destacado por haber hecho posible “Tabú” del brillante cineasta portugués Miguel Gomes.