Es siete de octubre y escucho que Pepe Oneto, el periodista en mayúsculas, ha muerto. En ese instante cuando veo la fragilidad de la vida, una vez más, me detengo a pensar que los que hoy hablamos de noticias, somos noticia por un breve instante, y tú, querido en el oficio, estás entre los grandes del periodismo español que habitan ya en el reino de los cielos.
Y fue en septiembre, a finales, cuando por última vez te dirigías al pueblo español hablando de la sinrazón del hombre que permanece en funciones, y no creas, que sigue dando la turra. Y tú, en ese magistral esbozo que hiciste al hilo de las nuevas elecciones que no tendrán tu voto, explicabas el devenir de esta España que viviste antaño, en esa transición que permanece porque lo nuestro va de transiciones. Te despedías cada noche en Twitter con unos acordes de los grandes de la música y cierto es que te eché en falta pero pensé que era el periodo estival, ese que acaba con las rutinas, y no…
Y ciertamente, tú supiste contar tu historia, la historia, nuestra historia; esa que todavía colea cuando hablan de exhumar a Franco que sigue bajo una lápida en El Valle de los Caídos o de esos animales políticos que nos sacaron del agujero para enseñarnos qué era eso de la democracia. Y tú lo supiste contar con la magistral pluma y el análisis exacto de la actualidad, esa que aún seguías con ahínco. Porque el que tiene raza, muere con las botas puestas, el periodista que nace, nunca muere verdaderamente.
Te vas muy pronto querido Oneto y dejas la impronta de tu sello personal; ese que todos encontraban desde tus blancos cuellos de camisa que contrastabas con los azules de la misma hasta el flequillo rubio que nunca supo que existían las tijeras. En ese azar, escogiste en los últimos años diseños de gafas de sol singulares y en tu look, ese que hoy dibuja el todo, hizo que en un tiempo de poca luz y mucho gris, tú resaltaras cuando ibas por la calle O´Donnell o cruzabas un plató de televisión vestido con una preciosa camisa rosa que tan bien sabíais llevar.
Entre tu inteligencia, tu raza y tu forma de asir este oficio de valientes, has dejado un huella imborrable; una hueco que difícilmente podremos cubrir, porque vosotros, los de la escuela de periodismo, los de la vocación por lema, os estáis yendo a marchas forzadas y la profesión, maldita profesión, se está quedando huérfana de plumas, yerma de críticos y vacía de contenido. Y en el vértigo de la escena que hoy describo en este otoño que acaba de comenzar de nuevo, me detengo una vez más, ante la pequeña línea que cruza el hoy del ayer; ese que tú, mañana, ya no verás mientras hoy, estás en estas torpes líneas que te despiden.
Pepe Oneto, allá donde estés, la tierra te será leve. Aquí abajo, seguiremos en la transición que tu iniciaste como cronista parlamentario y seguiremos yendo por donde nos marquen esos que dicen ser nuestros gobernantes. Tu hueco, repito, no se llenará nunca, porque los que escriben verdaderamente nunca mueren. Sus letras, tus letras permanecerán intactas entre nosotros para ser releídas para siempre.
Descansa en paz, colega.