En competición en esta edición del Festival de Cannes la película china “Jiang uh er nv”, coproducción con Francia y Japón, que en francés lleva el título de “Les eternels” y figura entre lo mejor de lo que he podido ver en competición oficial. Jia Zhang ke, quien sorprendió ya en Cannes 2013 con su brillante “Un toque de violencia”, y en 2015 con “Mas allá de las montañas”.
Jia Zhang ke vuelve a la competición oficial con una obra de gran interés, que se sitúa en continuidad con esas ficciones, en donde la historia contada tiene en cierta modo menor importancia que el contexto social y humano que nos muestra de esa China contemporánea en plena transformación económica liberal, pero conducida por un autoritario y corrupto poder político que guarda todavía el disfraz de la continuidad maoísta.
En esta ocasión una trágica historia de amor frustrado, muy a la manera china, con cierta lentitud en el relato, se desarrolla en tres momentos de la vida de Quiao la joven protagonista, entre 2001 y 2018. Papel interpretado por la actriz Zhao Tao, esposa y musa del realizador.
Con claves de película de gánsteres muestra Zhang Ke un contexto social de abandono de las minas en la región de Datong, en donde el padre de la chica es un anciano agitador minero. La joven Quiao amante y muy enamorada de un jefe mafioso participa en una pelea callejera en Datong y termina en la cárcel, por tenencia ilícita de armas, nada menos que cinco años entre rejas, en esa China moderna y dictatorial.
Al salir de la cárcel, su hombre se ha ido con otra y como todo mafioso que se respete trabaja para una de esas empresas privadas dirigidas por políticos corruptos que se han apoderado de las empresas publicas del antiguo régimen chino. La búsqueda primero y el encuentro con su examante, va acompañado de magnificas y singulares imágenes sobre la acelerada transformación de esa China, con la región de las tres gargantas, donde la construcción de una gigantesca presa, se hizo mediante un enorme coste social, con el desplazamientos de miles y miles de personas, y la construcción de horribles bloques de viviendas, expresión de la deshumanización.
Las imágenes de un palacio deportivo, que debió servir para los juegos olímpicos de 2008, y que se encuentra hoy al abandono, aparecen como el adecuado contexto para ese drama humano, La metáfora entre la destrucción de lo humano en la China de hoy y la frustración de esa historia de amor se impone con fuerza, aunque por momentos su ritmo se hace un poco lento sobretodo en esta segunda parte.
La conclusión vendrá en 2018 cuando Quiao de regreso sola a su región natal, ha salido adelante dirigiendo un salón de juegos, y se reúne de nuevo con su examante, que ha sufrido un ataque cerebral y se ha quedado parapléjico. Logrado final tan patético como evocador y poético de esa tragedia individual y colectiva.
Panahi: De Teherán al noroeste de Irán
Buena acogida en las sesiones de la prensa acreditada ha tenido también el cineasta iraní Jafar Panahi, cuya película “Tres rostros” (Three faces) compite para la Palma de oro, aunque su autor no ha podido venir a Cannes por seguir retenido en Irán, en arresto domiciliario, en donde tiene prohibido rodar.
Como lo hizo ya con “Taxi Teherán”, premiada en, Berlín, Panahi sigue rodando con escasos medios y como en aquella ocasión se pone él mismo en escena, conduciendo un auto, pero esta vez no en las calles de Teherán, sino en un viaje hasta una árida región montañosa al noroeste del país en la frontera con Turkmenistán.
El pretexto de ese viaje al Irán más atrasado y profundo, es una llamada de socorro con un teléfono móvil, cuando una chica que quiere ser actriz finge su suicidio y pide a una conocida actriz de televisión que la ayude a convencer a su familia que la tiene secuestrada para casarla por la fuerza.
¿Una broma pesada o bien una chica realmente amenazada? El cineasta y la actriz, interpretada por Benaz Jafari, deciden ir a su encuentro, que resulta un encuentro también con las costumbres ancestrales de esa población. Los tres rostros son pues tres rostros de mujer, la jovencita que quiere ser actriz, la actriz celebre a la que llama por teléfono, y una tercera actriz que vemos solo pintando un cuadro a lo lejos en la película, y que es una anciana actriz retirada que vive en esa región y que protege a la joven perseguida por su familia. Una forma de rendir homenaje a los clásicos del cine iraní y de lanzar un grito de socorro en esa profesión de saltimbanquis, perseguida hoy por el régimen teocrático iraní.
La película de Panahi es coherente en su tratamiento, aunque un poco alargada con ese recurso que consiste en filmarse él mismo. Su tono resulta autentico y naturalista, a excepción de una secuencia a mi juicio un poco sobreactuada con el encuentro entre Benaz Jafari y la aspirante a actriz.