En la frontera con el documental, una obra maestra contra el fundamentalismo
Taxi Teheran, la última película del iraní Jafar Panahi –vigilado estrecha y permanentemente en su país, del que no puede salir en veinte años, los mismos que teóricamente tampoco puede hacer cine ni hablar con medios de comunicación- es una magnífica oda a la libertad, un paseo divertido y provocador por Teherán, un juego constante entre realidad y ficción que añade un plus de suspense a la narración y nos lleva, durante algo más de una hora, embedded (incrustados) en un rodaje evidentemente peligroso.
Convertido en taxista y al volante de su vehículo Jafar Panahi –quien es guionista, director y productor- recorre las calles de Teherán recogiendo pasajeros. Está claro, que lo mismo que en otros lugares del mundo, en la capital de Irán se puede compartir el taxi, de forma que en ocasiones coinciden pasajeros de distinta procedencia y opinión.
La (naturalmente) estudiada sucesión de viajeros le sirve al más reconocido de los realizadores iraníes para trazar un retrato de la sociedad del país: en ocasiones, es el conductor quien pregunta; otras veces son los propios clientes quienes se desahogan con el taxista… La cámara, instalada en el salpicadero recoge momentos de cabreo, de nervios, de hilaridad… y nosotros nos enteramos del índice de criminalidad que existe en el país, de cuanto cuestan en el mercado negro las películas y la música “occidentales” (y, por tanto, pecaminosas), qué requisitos deben cumplir las películas “autorizadas” por el régimen, hasta qué punto la censura se ejerce no solo en los medios de comunicación y los libros, sino incluso en los trabajos de redacción escolares, o la pervivencia de algunas idolatrías toleradas por el régimen de los ayatolás, entre otras cosas.
Taxi Teherán es una road movie por las calles de una ciudad de mujeres veladas que acuden masivamente a la universidad, de una sociedad autoritaria y casi medieval en la aplicación de las leyes coránicas que sin embargo cuenta con un alto porcentaje de titulados superiores y profesionales de todas las ramas de la ciencia. El resultado es una película llena de humor y cercana al documental –docu-ficción– que en todo momento parece espontánea aunque naturalmente los diálogos estaban escritos, si bien inspirados en auténticas conversaciones mantenidas entre Panahi y los muchos clientes que subieron al taxi mientras hacía localizaciones y ensayaba escenas.
Los actores no son profesionales, hacen de ellos mismos en reconstituciones de momentos anteriormente vividos; entre los pasajeros del taxi se encuentra la abogada y militante de los derechos humanos Nasrin Sotoudeh, quien tampoco puede ejercer su oficio desde 2011 por decisión judicial. Para la realización, el cineasta ha recorrido discretamente Teherán durante quince días, con su taxi y su cámara escondida en el interior del vehículo, acompañado solo de algunos amigos, actores y técnicos, “y procurando que no se notara que estaban rodando”.
El Oso de Oro indiscutible atribuido en el Festival de Berlín 2015 a Taxi Teherán –una película que se proclama iraní y no se distribuye en su país de origen- se suma a los demás reconocimientos internacionales conseguidos por Jafar Panahi en sus anteriores producciones – Cámara de Oro en Cannes para “La pelota blanca”, 1995; León de Oro en Venecia para “El Círculo”, 2001; Oso de Plata en Berlín para “Fuera de Juego, 2006)- que tampoco han podido ver sus conciudadanos y que algunos amigos sacaron clandestinamente para que pudieran apreciarse en el resto del mundo.
Jafar Panahi ha tenido muchos problemas con el régimen iraní desde sus comienzos. Sus películas están prohibidas, le encarcelaron en 2010 acusado de participar en las manifestaciones que siguieron al montaje de la reelección de Mahmud Ahmadinejad, le impiden filmar, no puede salir del país, no tiene pasaporte… Nada, sin embargo, ha impedido que el realizador siguiera trabajando durante estos últimos años en películas que son una crítica abierta, directa y militante del régimen autoritario y represivo de Irán. En 2012, el Parlamento Europeo otorgó a Jafar Panahi el Premio Sajarov a la Libertad de Expresión.
Apoyado por la comunidad de cineastas internacionales –en el Festival de Cannes el Jurado tiene una silla vacía en homenaje a Jafar Panahi- y gracias a una relativa mediatización, que hace que con frecuencia se le mencione en los medios occidentales, no ha renunciado a seguir ejerciendo su oficio y, con los escasos medios de que dispone, sigue rodando clandestinamente películas que hablan de la sociedad iraní y de él mismo.
Después de “Esto no es una película”, rodada en 2011 íntegramente en el apartamento donde vivía en residencia vigilada, y de “Closed Curtain”, Taxi Teherán es su tercera película, y la primera en exteriores, desde que la justicia le prohibió seguir haciendo su trabajo en 2010. En un último gesto humorístico, en lugar créditos, al final de la película aparecen unas líneas del realizador: “El Ministerio de Orientación Islámica valida los créditos de las películas que se pueden distribuir. Con gran pesar, esta película no tiene créditos. Quiero manifestar mi gratitud a todos cuantos me han apoyado. Sin su preciosa colaboración está película no se habría hecho”.
Como ha escrito alguien “Panahi, resistente, hace avanzar la sociedad iraní, con su taxi la impulsa hacia adelante”.