Circo de sombras: teatro clásico con antifaz

La compañía mexicana Circo de Sombras viajó durante el mes de mayo desde Guanajuato a Valladolid con El lado oscuro de Cervantes. Un entremés como nunca lo verás, montaje basado en el Retablo de las maravillas cervantino, que se estrenó mundialmente en el Festival de Teatro y Artes de Calle de Valladolid (TAC).

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Teatro Sombras de Guanajuato

Una vez concluida su estancia en la ciudad castellana con ocho representaciones, llegaron a Madrid el primer fin de semana de junio, y aprovecharon su paso por la capital para representar de nuevo la obra, esta vez en el Instituto de México.

Allí, provistos de un antifaz, los espectadores tuvimos la oportunidad de seguir las palabras de Chanfalla y Chirinos, los dos pícaros del retablo cervantino -más el resto de personajes que en el Retablo intervienen- completamente a oscuras, una vez que fuimos acomodados en la parte alta del espléndido y multifuncional salón de actos, después trepar escaleras arriba guiándonos unos a otros (como los ciegos de la parábola, que si cae uno, van todos detrás) y -naturalmente- después de alcanzar a ciegas nuestros asientos.

Fue toda una experiencia y un verdadero acto de fe en la providencia mexicana, si bien en todo momento fuimos asistidos por personal del centro y de la compañía que no nos hubiera dejado caer. Pero era primordial, para disfrutar a fondo del entremés cervantino, no destaparnos los ojos bajo ningún concepto. Sólo así podríamos saborear en todo su esplendor los sonidos del barroco interpretados por las voces mexicanas. Y lo recomiendo vivamente, señores. Fue mágico.

Se trata de una experiencia muy fuerte y exitosa si se hace bien, y para ello la experiencia de Circo de sombras en el tema del teatro ciego es primordial.

No hay duda de que al vendar los ojos a los asistentes, se estimula el resto de sentidos en lo que se considera una interpretación «al estilo del teatro ciego más puro», pero en el camino se pasa miedo.

Como ‘Los ciegos’ de Maeterlinck, nos sentimos al borde del precipicio y, para colmo, alguien pronunció la palabra «cantil». Que nadie se apoye en el cantil. El cantil era la baranda de la escalera, no el mar del Norte, pero estábamos temblando.

Una vez sentados arriba y en la más negra oscuridad, las voces de los actores mexicanos, ya duras, ya aterciopeladas, siempre terribles en el acento del barroco español, infligían espanto. Igualmente los efectos sonoros de la invisible escenografía (choque de espadas entre juramentos de bravucones, cangilón de una noria entremezclado con los bramidos del toro y la tormenta) le susurraban al aire extraños sonidos y nos envolvían en piedras y arena que luego resultaron ser granos de arroz.

El argumento es bien sabido: Chanfalla y Chirinos llegan a un pueblo con el propósito de presentar su espectáculo fantástico y gran estafa ‘El retablo de las maravillas’, que tiene la particularidad de ser invisible a los ojos de hijos ilegítimos y personas de sangre no pura. Allá son recibidos por las autoridades del lugar y se pacta una función en casa de uno de ellos en la que los asistentes se divierten aún conscientes de que están siendo timados.

En este divertido y fantástico entremés, Cervantes muestra un «teatro dentro del teatro» con una dura sátira hacia la sociedad, su moral, sus costumbres, y en general hacia los mecanismos que rigen el comportamiento humano en la actualidad.

Carlos Rodríguez Hernández dirige esta obra que, por su carácter, recupera el espíritu de Miguel de Cervantes en el año en que se celebra el 400 aniversario de su muerte. Según este director, el teatro ciego «ejercita la capacidad intelectual, fomenta el autoconocimiento, la empatía y el trato igualitario entre las personas». Y se sale a la calle con un gozo sin igual de estar afuera y libre de antifaces.

  • Título: El lado oscuro de Cervantes. Un entremés como nunca lo verás
    Compañía: Circo de sombras
    Espacio: Instituto de México en España
    Fecha de la función comentada: 4 de junio de 2016
Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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