En esta columna Joaquín Roy, catedrático de relaciones internacionales y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami, sostiene que en la reciente Cumbre de las Américas el presidente estadounidense se ganó un lugar en la historia al dar los primeros pasos para corregir una política de más de medio siglo que había fallado en su objetivo fundamental: el fin del régimen castrista. El otro ganador fue el presidente cubano Raúl Castro al aceptar sabiamente el reto que le presentaba Obama, mientras Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, fracasó en su intento lograr una condena contra Obama.
Joaquín Roy
Barack Obama y Raúl CastroMiami, 13 abr 2015 (IPS)
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se ha ganado un lugar en la historia al haber iniciado los primeros pasos para corregir una política de más de medio siglo que había fallado en su objetivo fundamental: el fin del régimen castrista.
En la VII Cumbre de las Américas (Panamá, 10-11 de abril), dejando de lado una sinuosa negociación con su antagonista cubano y un imposible consenso con sus opositores interiores, Obama se lanzó a una oferta sin condiciones. Sabía o intuía que su contraparte cubana no tendría más remedio que asentir.
El régimen cubano está llegando al borde de quedar exhausto económicamente y bajo la presión sutil de una población que ya lo ha aguantado todo. Los signos de debilitamiento de su protector venezolano, con el que intercambiaba favores sociales (educación y salud) por petróleo subsidiado, se cernían como un huracán caribeño sobre el régimen de Raúl Castro. En lugar de haber favorecido la caída de la fruta madura, Obama optó por lo insólito: favorecer su supervivencia.
Obama está apostando por la estabilidad del régimen cubano, como mal menor a la producción de una explosión interior, enfrentamientos entre sectores irreconciliables y la imposición de una solución militar más rígida que el control actual. Washington sabe que solamente las fuerzas armadas cubanas podrían garantizar el orden. Lo último que el Pentágono anhela es ejercer ese dudoso papel.
De ahí que entre el apuntalamiento del régimen con Raúl Castro y su dudosa transformación instantánea, se haya optado por el pragmatismo que desemboque en las plenas relaciones diplomáticas y el futuro levantamiento del embargo.
Raúl Castro, corrigiendo la repetida exigencia del final del embargo, como condición de cualquier negociación, sabiamente ha aceptado el reto. Se ha contentado con el premio de consolación de recordar la historia (por otra parte, lamentable) de la política de Estados Unidos hacia Cuba, en su discurso de casi una hora en la Cumbre.
Pero, como suavización, le regaló a Obama el reconocimiento de la ausencia de culpa de alguien que no había nacido con el triunfo de la Revolución Cubana. Castro ha contribuido de forma decisiva al triunfo de Obama.
Maduro ha surgido de este episodio de las relaciones interamericanas como neto perdedor. La clave de su fracaso se basa en no haber calculado sus limitaciones y haber infravalorado los recursos de sus colegas. Inicialmente explotó lógicamente el error de Obama al producir el decreto declarando a Venezuela como una «amenaza» y consecuentemente imponiendo sanciones contra siete funcionarios de Caracas.
Numerosos gobiernos y analistas criticaron el uso de ese lenguaje. Ya en el contexto de la Cumbre el presidente estadounidense rectificó y reconoció que Venezuela no representaba tal amenaza para su país.
La debilidad de la actuación de Maduro en la Cumbre se debe a una combinación de circunstancias de su propio interior, la reacción de importantes actores externos (significativamente ajenos a Estados Unidos), la débil colaboración de muchos de sus tradicionales aliados o simpatizantes en América Latina, y la ausencia de un apoyo incondicionado de Cuba.
Obsérvese que en ese escenario apenas hizo presencia Estados Unidos, aunque hay que destacar el intento de suavizar la conducta alterada de Maduro por parte del asesor especial de Obama, Thomas Shannon, quien departió con el presidente venezolano en Caracas antes de acudir a la Cumbre.
Maduro ya había tenido que actuar bajo el lastre del encarcelamiento de una serie de sus opositores, bajo dudosas acusaciones. El resultado ha sido la generación de una protesta de alcance mundial, sobre todo latinoamericana, pero también de Europa.
Una veintena de expresidentes latinoamericanos redactaron un documento de protesta que presentaron en el marco de la Cumbre. Aunque esos exmandatarios pueden ser considerados conservadores y liberales, se les unió, además del expresidente conservador español José María Aznar (objeto notorio de los ataques de Hugo Chávez y luego del propio Maduro), el expresidente socialista español Felipe González, quien se ofreció a actuar como abogado defensor de Antonio Ledezma, alcalde de Caracas, uno de los apresados por el régimen venezolano.
El intento de Maduro de lograr la inserción en el comunicado final de la Cumbre de una condena al decreto de Estados Unidos fue otra de sus derrotas. El resultado fue que la Cumbre no tuvo tal comunicado oficial, por la falta de consenso, a pesar de haberse intentado también la eliminación de la mención directa contra Estados Unidos.
Sus partidarios en América Latina, a pesar de la locuacidad de sus socios y protegidos en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), se han revelado como prudentes en enfrentarse de forma notoria a Washington. Igual puede decirse de los países caribeños, temerosos del descenso del suministro de petróleo venezolano con el bendito subsidio. De ahí la petición de trato de favor a Obama durante el cónclave de la Comunidad del Caribe (Caricom) en Jamaica.
Pero su mayor derrota ha sido no haber intuido que Raúl Castro tendría que elegir entre la temida disminución del crudo venezolano barato y el reacomodo con Washington. Se ignora cómo Cuba podrá continuar el suministro de la contrapartida de maestros y personal sanitario cubano a Venezuela, que ha sido hasta ahora la joya de la corona de la alianza de La Habana con Caracas en el entramado del Alba.
- Editado por Pablo Piacentini