La Academia Norteamericana de la Lengua Española presenta en el Instituto Cervantes de Nueva York “Cruce de fronteras”, del nuevo sello editorial Axiara, una antología de veinticinco iberoamericanos que escriben narración en Estados Unidos.
El autor, Eduardo González Viaña, recuerda que en septiembre de 1993, al entrar a Western Oregon, la universidad donde trabaja, fue invitado a una cena en homenaje de los nuevos profesores, y cuenta la siguiente anécdota:
Al hallar mi nombre en una mesa para ocho personas, descubrí que me habían puesto al lado de un caballero que tenía nombre y apellido en español. León Castellanos nos pasó una tarjetita con ese nombre y nos dijo que acababan de contratarlo como director de una oficina para asesorar a los estudiantes de los grupos minoritarios, preferentemente latinos.
Nos dio entender que su dominio del castellano era una de las más poderosas razones por las cuales había ganado el puesto. Y añadió que él hablaba ese idioma, “pero el verdadero, el de España.” Nos los decía casi rugiendo. Movía los brazos como quien da zarpazos.
Supongo que las otras razones eran su recio nombre al igual que su apariencia física, como se supone aquí que somos los “latinos”. Era bajito y muy moreno. Tenía una pancita brava y amenazante y una melena bien peinada, y ostentaba unos elocuentes bigotes de mariachi.
Por fin, nos reveló que dominaba el spanglish, “pero el oficial, el académico, el más puro”. Nuestra admiración crecía a cada instante a pesar de que León nos hablaba de sus habilidades sin emplear otro idioma que el inglés.
Al terminar la cena, quedamos en vernos otra vez en el campus y tomarnos un café «bien conversadito.”
Han pasado de eso 20 años y, nunca nos tomamos ese café. Cada vez que yo me le acercaba, el asesor de asuntos latinos parecía escapar de mí como de un cazador en un safari. La verdad es que el León me había agarrado miedo porque él no hablaba ni una palabra de castellano, y su nombre hispano había salido de una selva, pero de Filipinas.
Dice Eduardo González Viaña que en 2013 ha tomado conciencia de que los hispanos están de moda en los Estados Unidos, y cita que el año pasado, tabién en diciembre, los comentaristas políticos de todos los medios señalaron que el triunfo electoral del presidente Obama se debía sobre todo al voto de los ciudadanos de este origen.
Y hace la siguiente reflexión: «estamos de moda, pero creo que no nos conocen bien. Tal como ocurre con el latino de mi cuento. Se dice que 30 millones de personas comparten en este país este ancestro cultural, pero ¿cuántos leen en español o, solamente, cuántos leen?… Se dice que los hispanos serán la mayoría en el año 2050, pero ¿cuántos de ellos hablarán español?»
Sostiene Eduardo González que «vivir en los Estados Unidos no equivale ahora a renunciar a la lengua sino a enriquecerla con el sabor y las variantes que aportan los hispanoparlantes de uno y otro lado de nuestra América concentrados aquí», porque «los temas envueltos en las historias de los hispanos viajeros también sufren cambios importantes en el exilio. A veces, se continúa abordando los recuerdos de la patria lejana que para algunos son inagotables; aunque para otros, no. En el otro extremo, los hay quienes prefieren fundar sus ficciones y alegorías en geografías, temas, dramas y personajes que pertenecen a los Estados Unidos».
Concluye que «la emigración de los latinoamericanos –de todos, no sólo de los escritores- ha alcanzado cifras gigantescas que, incluso, aterran a los nativos y los hacen presagiar un cambio cataclísmico del espíritu del país… sin recordar, por cierto, que el proceso de formación del mismo se ha basado siempre en los movimientos migratorios».