En un remoto lugar Tibetano, cuando las nieves ya se habían derretido y los cuervos partían el valle con el eco sus graznidos, un entristecido anciano con su mirada perdida en algún lugar que sólo el sabía y en donde su tiempo parecia haberse estacionado, con el cadaver de su nieto a cuestas daba vueltas a una Estupa.
Javier Sánchez-Monge: el anciano, cargando el cuerpo de su nieto dentro de un ataúd.
Con gran cariño le había vestido con sus ropitas, esas mismas que un día y en vida le había regalado, poco tiempo antes de que una enfermedad se lo llevara. Con infinito amor de abuelo, se había prodigado en un doloroso abrazo lleno de silenciosas lágrimas, como si asi pudiera arrebatárselo a la misma muerte. Con un suspiro había cerrado su pequeño ataúd y recubriéndolo con una bolsa de plástico por la que también rodaban sus lágrimas, durante varios dias había viajado hacia aquél valle de la Estupa.
El valle de la muerte. Un valle tan hermoso, que según contaban los Tibetanos, servía como antesala hacia el más alla, un valle de tal magnificiencia que parecía un lugar de transicíon entre la tierra y el cielo, entre este mundo y la muerte.
En dándo vueltas a la Estupa y según la tradición del Budismo Tibetano que representaban sus creencias, una vez más había sentido el peso de su nieto, como cuando le llevaba a lomos de su caballo sentándolo delante de él y lleno de orgullo le decía que cuando fuera mayor llegaría a ser un gran jinete.
Durante las nieves, le había llevado sobre su caballo envuelto en una vieja pelliza, y éste, con la carita sonrojada por el frío, había dirigido miradas de admiración hacia su abuelo.
Juntos habían recolectado leña.
Junto a él había encendido la chimenea escuchando el crepitar de las llamas, el misterioso chirriar del porton de madera y a veces, hasta el aullido de los lobos, que en los inviernos mas crudos se acercaban a su cabaña por si hacia el exterior arrojaban algunos restos.
En un esfuerzo lleno de dolor, había dado no se cuántas vueltas en torno a la Estupa, sabiendo que cuantas más vueltas diera, más podría alejar a su nietecito del cese del ciclo de la vida y de la muerte que y tras muchas otras vidas, tál vez pudiera alcanzar el Nirvana, es decir, la extincion total frente a la Rueda de la vida.
La Estupa misma representaba la Rueda de la vida.
Y cuando extenuado había sentido que la fatiga y el dolor habían quebrado sus pienas, había pedido a un monje que se cargara a la espalda el ataúd de su nieto y diera aún más vueltas, todas las que pudiera, todas las que pudiera, como si aún y en ese ritual pudiera separar por un tiempo más a su nieto de la muerte.
A un lado y sentado sobre una roca, había observado al monje rodear la Estupa, rodearla hasta que una luz naranja recubría todo el valle, inundándolo con la dorada luz del ocaso.
Y cuando tras la noche y cuando tras el alba los monjes lo habían bendecido, con un “O MANI PADME OHM”, entregó su cuerpecito al Madbarat[1] quien a su vez y con una delicadeza hacia aquél anciano, lo había despedazado con gran cuidado y respeto, primero con un cuchillo y luego con un hacha, entregando sus restos a los buitres del valle para perpetuar el ciclo de la vida.
Y cuando el último buitre alzó su vuelo llevándo consigo el último de los restos, aquél anciano, consciente de la tradición comenzó a descender de nuevo las montañas, para volver a la vida, para volver a su cabaña.
La tradicion Tibetana decía que cuando el último buitre con el último resto hubiera alzado su vuelo, el alma del difunto –el alma de su nieto- podría ver desde las alturas que en algún lugar del mundo, los padres que tendría en su vida futura, acababan de conocerse, pero el anciano se alejó con paso cansino, sabiéndo que el destino le había deparado que él no podría formar ya nunca mas parte de aquel alma encarnada que había representado su nieto.
- Madbarat; Maestro de la ceremonia de la muerte en el Tíbet que despedaza los cadáveres y los entrega a los buitres. En algunos lugares y según la tradición Tibetana cuando alguien ha muerto su cuerpo se entrega a los buitres para que puedan deshacerse del cadáver y a la vez , al ayudar a otros seres vivos a alimentarse, crean un buen Karma.
Excelente relató que refleja fielmente la filosofía del budismo tibetano ante la muerte, y sobre la reencarnación.
!!Te agradezco muchisimo tu comentario Luis!!