Padres consentidores, hijos maltratadores, niños repelentes que no aceptan un no por respuesta. Esa es la realidad social que va dejando un amargo poso tanto en colegios como en instituciones y otros lugares públicos. Personas que, simplemente, no han sido educadas, porque educar es un trabajo que se organiza desde que el niño nace.
No hablamos de maltratar, ni de pegar, ni de prohibir; hablamos de los límites que el infante no debe traspasar y que, una vez que lo ha hecho, le convierte en el emperador que manipula, que se crece y que llega a enfrentarse a sus padres.
El resultado, tristemente, invade todos los lugares en donde no existe ni educación ni el más mínimo control de los impulsos. El antes y el después supone que no todas las personas han sido educadas para frenar lo que se les antoja, y el yo quiero, yo exijo, yo tengo, se convierte en su modus vivendi ante la estupefacción de la sociedad que los soporta.
El cerebro de los adolescentes tiene una falta de contención por la actividad cerebral de la corteza prefrontal ventromedial que es la que implica a estos en las decisiones que hace que no vean el peligro, las situaciones peligrosas y las reacciones agresivas, según un estudio de la Weill Cornell Medical College de Nueva York. Frenar sus impulsos, ayudarles a distinguir y enseñarles a pescar, hará que sepan decidir el día de mañana sobre lo bueno y lo malo.
Todos sabemos lo que es ver a niños pataleando en un restaurante, y los padres, indiferentes, siguen con sus cañas, sin ver, porque tampoco lo ven, que sus respectivos hijos están molestando a los demás. La falta de autocontrol en los niños y futuros adolescentes les hace no disponer de las herramientas suficientes para manejar los sentimientos de manera adecuada. Tampoco saben administrar las respuestas que se originan dentro de los componentes cognoscitivos, experimentales, comportamentales y de expresión física, bioquímica, etc., lo cual supone que desconocen cómo regular sus emociones negativas; su fobias, preocupaciones, temores, ansiedad, ira, entre otros.
Si además de la edad, el ambiente en el que crecieron no les permitió regular todos estos impulsos, si todas sus necesidades fueron cubiertas, si no recibieron nunca un no por respuesta, se crearon, sin pensar dos veces, personas tiranas, esas que ahora pueden con usted.
Los esfuerzos para crear una educación emocional en la adolescencia debe ser la constante búsqueda entre los propósitos de enseñar a disfrutar la emoción por las situaciones o retos ante la vida, de forma que puedan controlar las mismas para alcanzar estados de ánimo positivos. La competencia del autocontrol emocional accede a construir, agrupar y solidarizar ante sociedades e implica la propia definición de la identidad personal y también hace posible la convivencia entre iguales. Hay que resaltar, de igual forma, que los cambios naturales en los adolescentes obedecen no solo a las crisis emocionales y a los problemas conductuales, sino a las influencias sociales y otras experiencias y actitudes que este vive.
El cerebro vulnerable del adolescente está expuesto a constantes cambios de vida que no sabe gestionar si no se le enseña desde la más tierna infancia y, por tanto, el autocontrol y la gestión de las emociones hará que vaya asumiendo, poco a poco, las tareas y responsabilidades que le hagan madurar de una forma equilibrada. La inmadurez de la corteza prefrontal unida a la hiperexcitación del sistema cerebral de recompensa, lleva a estos adolescentes consentidos a implicarse en situaciones incluso de riesgo, porque ya nada les satisface.
Demorar la gratificación, regular las emociones, controlar los impulsos y tomar correctamente decisiones hace que el adolescente no sufra y aprenda según pasa la vida. La adolescencia en sí conlleva muchos cambios, tanto físicos como hormonales y emocionales, y no tenemos que olvidar que delimitará su conducta y personalidad para el futuro. Actuar sin pensar, no reflexionar, elegir de forma rápida o desmedida ante cualquier estímulo externo, tener pocas o ninguna obligación, poca exigencia y todo lo material a su alcance, hace que estos pequeños tiranos sean adultos jóvenes frustrados, sin ningún aliciente vital y que caen en actividades complejas para olvidar lo que les está sucediendo, que no es baladí.
Las drogas, el alcohol, las conductas suicidas, los problemas de autoestima, así como otras situaciones que hoy están a su alcance, llegan después de haber atravesado el calvario de la adolescencia, en donde nadie les dijo nunca no. Sustancias que refuerzan conductas, les hacen subir la autoestima y pensar que sus iguales, esos que viven al día, son los que les comprenden, y no sus padres.
Si a esta falta de autocontrol le sumamos los estímulos que refuerzan su yo, como son los «comentarios» y «me gusta», de sus iguales en las redes sociales, los adolescentes se crecen ante ello y llegan a subir de estatus según lo que conforma su sociedad. Esto hace que tengan cada vez mayores conductas desafiantes; sean déspotas y, finalmente, se salgan con la suya porque usted no tiene valor de retirar el móvil de su vida. Este le condiciona su ocio, su tiempo y ahora su persona, y este se lo ha proporcionado usted.
El peligro de la nomofobia (no more phone), aparte de la ansiedad que les genera y la impulsividad que no gestionan, les lleva también a ser unos tiranos, si cabe, mayores con sus padres que son los que le compran un aparato que asciende a 500 euros si no más, para que se suba al pedestal que día a día les forjaron. El precio que paga es muy caro, dado que como padre, ya lo padecerá, porque está dejando, sin querer, en manos del destino a esa persona que es su hijo, que sufrirá mucho en la vida, no sabrá elegir bien, no tendrá una pareja correcta y tendrá graves problemas vitales a partir de los 20 años.
No deje pasar más tiempo, porque este juega en su contra y no hay marcha atrás; el futuro de su hijo está en juego; nada más y nada menos. Dele herramientas para que aprenda, empiece a utilizar el no por respuesta y no le deje sin ayuda, sobre todo, si ya ha cumplido 13 años de edad. Si no sabe por dónde empezar, pida a algún profesional que le indique qué ha de hacer. Todavía tiene la sartén por el mango, luego no se lleve las manos a la cabeza; en el fondo y en la forma, todo es gracias a lo que ha enseñado.
Excelente análisis. Solo me cabe añadir que he conocido (y padecido) dos o tres casos de jefes que sufrían una evidente fijación del síndrome adolescente. Esos «problemas vitales a partir de los 20 años» hay quienes, por carambolas de la vida, han podido esquivarlos. Son esos jefes caprichosos dedicados a tallar su propia absurda estatua. Frente a tales situaciones la solución es el «ahí te quedas», el DIMITIR, cuando esto es posible, y a veces arriesgando cuando parece imposible.
Ciertamente. Ese tipo de jefes se enmarcan en otro perfil, quizá, el llamado Peter Pan.
Le animo a leer: https://periodistas-es.com/el-sindrome-de-peter-pan-o-el-miedo-a-crecer-aumenta-en-la-sociedad-118643
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