El día que murió Valle-Inclán

En el 80 aniversario de la muerte del autor de “Luces de bohemia”

Ramón María del Valle Inclán

El 5 de enero de 1936, se cumplen ahora 80 años, moría en Santiago de Compostela don Ramón María del Valle-Inclán, “eximio escritor y extravagante ciudadano”, según lo definiera el dictador Primo de Rivera, uno de los políticos más vilipendiados por el escritor gallego. El autor de una de las prosas más creativas de la literatura española de silo XX arrastró durante toda su vida una leyenda, en gran parte creada por él mismo, que sobrepasó los límites de su muerte.

Ramón Gómez de la Serna publicó en 1944 una biografía que colaboró a ensalzar la mitología de Valle-Inclán. Lo hizo, según dice en el prólogo, porque en su lecho de muerte don Ramón le había confesado a su amigo común Arturo Cuadrado que Gómez de la Serna había sido su biógrafo deseado, lo cual no es nada raro a tenor de la mitificación que hace de Valle-Inclán, de quien exalta su lado misterioso y legendario y del que incluye gran parte de las anécdotas que acompañaron la vida del escritor, junto a las versiones que el mismo Gómez de la Serna había publicado de las fantasiosas maneras de cómo contaba Valle-Inclán haber perdido su brazo. A la obra de Gómez de la Serna se han añadido recientemente estudios biográficos más serios, como “Ramón del Valle-Inclán. Genial, antiguo y moderno” (Espasa), escrito por su nieto Joaquín del Valle-Inclán, y “Valle-Inclán. La espada y la palabra” (Tusquets), de Manuel Alberca, que investigan con rigor su vida y recrean algunos de sus episodios más fantásticos.

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Xulio Formoso: Valle Inclán
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Máscaras de Valle-Inclán

Valle-Inclán era “La mejor máscara a pie que cruzaba la calle de Alcalá”, según escribiera Gómez de la Serna. A esa máscara real el propio Valle iría añadiendo otras muchas que convirtieron su figura en uno de los escritores más legendarios de la literatura española del siglo XX.

Valle-Inclán quiso mitificar su vida desde el día mismo de su nacimiento. Vino al mundo el 28 de octubre de 1866 en Vilanova de Arousa, en la provincia de Pontevedra, a donde se trasladó su madre desde Poboa do Caramiñal para dar a luz en la casa materna. Don Ramón decía siempre que él había nacido durante ese viaje, en el barco que hacía la travesía entre los dos pueblos. En la casa en la que nació hay un escudo de piedra en el que puede leerse “El que más vale no vale tanto como vale Valle”. Esta divisa dio pie al escritor para atribuirse unos inciertos orígenes nobiliarios heredados de sus antepasados. En algún momento de su vida solicitó la concesión de los títulos de marqués del Valle, vizconde de Viexín y señor de Caramiñal. Su tío abuelo Benito Montenegro, quien inspiró el personaje de don Juan Manuel, el de las Comedias bárbaras, descendía, según don Ramón, de una emperatriz alemana en cuyo blasón figuraban espuelas de oro sobre campo de plata. Valle-Inclán explotó siempre que pudo su ascendencia aristocrática para recrear una imagen a la que fue añadiendo los atributos intelectuales y estéticos que conforman su leyenda. Dedicó toda su vida a cultivar esta imagen que, al margen de su excepcionalidad literaria, le proporcionó un halo de originalidad que lo diferenciaba de la monotonía de sus contemporáneos. A ello se dedicó ya desde su juventud, muchas veces convirtiendo en fantasías algunas de sus vivencias y otras falseando directamente la realidad.

Entre sus primeros relatos fabulosos figura el de la supuesta caza de un lobo, acompañado de su abuelo, cuando era aún un niño (pero su abuelo había muerto un año antes de que él naciera).

De su viaje a México, “con traje militar y botas de veinticinco hebillas”, decía que lo había decidido el hecho de que el nombre de este país se escribiera con “x”. Y porque además, en México, según decía, uno de sus antepasados, Gonzalo de Sandoval, había fundado el reino de Nueva Galicia. Cuenta que en “La Dalila”, la fragata en la que viajó, asesinó durante la travesía a sir Roberto Yones y que el único testigo había sido el capellán. Confesó con él su pecado, y de este modo evitó que lo delatase, ya que se lo impedía el secreto de confesión: “obtuve, además, la absolución de mi crimen y la tranquilidad de mi conciencia”.

Desde su primera estancia en Madrid en 1895 Valle-Inclán decidió cultivar una imagen que rompiese con los tópicos oficiales que se tenían de un escritor. Su amigo Antonio Palomero lo definió como una figura exótica, tocado con un amplio sombrero mexicano, una melena negra y sedosa, una barba puntiaguda, unos quevedos sobre su nariz aguileña y un cuello inverosímil de grandes puntas (“cuello galdstoniano”, según Rubén Darío, quien añadía que sus corbatas fastuosas podrían servir de chal a una mujer). Se apoyaba en un bastón rematado en un huevo de plata, “regalo de un príncipe indio”, según decía. Algunos periodistas comentaban que era de un heroísmo singular y de una firme resignación cristiana lucir este exótico y caprichoso tocado, aunque él despreciaba “con aristocrático desdén de gran señor, el asombro pacífico burgués, la burlona sonrisa de las mujeres y los agudos dicharachos de la chulapería madrileña”. A sus compañeros madrileños contaba que en Galicia vivía en una torre desmantelada en la que, para dormir tenía que colgar la cama del altísimo techo para evitar que las ratas lo devorasen. En la casa que ocupó en Madrid durante su primera estancia, tenía que maullar cuando se despertaba, para que los ratones huyeran a sus madrigueras creyendo que había un gato.

Uno de los referentes literarios de sus primeros años fue el escritor José Zorrilla, un autor entonces muy popular. En su primera estancia en Madrid, que inició en 1891, Valle-Inclán dijo haberse encontrado con el insigne escritor en un tranvía que pasaba por la Puerta del Sol. De la conversación que mantuvo con Zorrilla durante el tiempo que duró el trayecto, Valle-Inclán escribió un artículo titulado “El tranvía”, que, en diferentes versiones, publicó a lo largo de varios años primero en “El Globo”, después en “Diario de Pontevedra” y por último en “El Correo Español” de México. Siempre presumía de haber intimado con su idolatrado escritor, al que llamaba “mi viejo amigo el poeta Zorrilla”, aunque se sabe que, a causa de su enfermedad, Zorrilla no salía de casa desde dos años antes de la fecha en la que Valle-Inclán decía haber coincidido con él en Madrid.

La construcción de su leyenda continuó con un largo artículo autobiográfico publicado en la revista “Alma Española” en el que Valle sigue fantaseando con su vida: “Fui hermano converso en un monasterio de cartujos y soldado en tierras de la Nueva España… Mi divisa: desdeñar a los demás y no amarse a sí mismo”.

Valle-Inclán perdió su brazo izquierdo durante una pelea con el periodista Manuel Bueno, quien lo molió a palos con un bastón de hierro que utilizaba habitualmente. Uno de los golpes le afectó a los huesos de su muñeca y la infección interna, no detectada en los primeros auxilios, le produjo una gangrena que obligó a una dolorosa amputación. El escritor contaba la pérdida de su brazo de mil maneras diferentes, a cual más fantasiosa. La Asociación de la Prensa reunió dinero para financiarle un brazo ortopédico que nunca llegó a comprar.

Durante su estancia en Roma como director de la Academia de Bellas Artes de España, trabó amistad con el matrimonio formado por el agregado militar de la embajada de España, el comandante de aviación Ignacio Hidalgo de Cisneros, y con su mujer, la aristócrata madrileña Constancia de la Mora. El militar fue encargado por el gobierno español a una misión para ayudar a huir a Francia al dirigente socialista Indalecio Prieto, perseguido por la policía por su apoyo a la revolución de octubre en Asturias. Cisneros contó a Valle-Inclán con todo lujo de detalles cómo había sacado a Indalecio Prieto escondido en el maletero de su automóvil, y cómo pasó todos los controles gracias a su uniforme militar. Días más tarde, en una tertulia improvisada en su domicilio, Valle-Inclán contaba a los asistentes cómo se había organizado y llevado a cabo la evasión de Indalecio Prieto a Francia. Lo más sorprendente es que el propio Valle-Inclán aseguraba que él mismo había sido el organizador y el protagonista de la fuga. Sorprendente, sobre todo, teniendo en cuenta que entre los contertulios estaba el propio comandante Cisneros, quien escuchaba atónito el relato, y al que don Ramón se dirigía con toda naturalidad para contarle una aventura que él mismo había protagonizado.

El entierro de Valle-Inclán

Por extraño que pueda parecer, las fantasías continuaron más allá de su muerte. En muchas de sus biografías se cuenta que durante su entierro, en medio de una lluvia torrencial, un joven anarquista, Modesto Pasín, se abalanzó sobre el ataúd ya en la fosa abierta de la tumba, para arrancar la cruz que figuraba en la tapa, lo que dejó al descubierto el cadáver de Valle-Inclán a través de un boquete provocado por la acción del anarquista. Así se cuenta en “La muerte de Valle-Inclán. El último esperpento” (Ézaro), de Carlos G. Reigosa, Javier del Valle-Inclán y José Monleón:

El entierro había sido convocado para las cinco de la tarde del 6 de enero, día de los Reyes Magos. Santiago era una ciudad literalmente ocupada. Miles de personas llegadas de toda Galicia bullían por las inmediaciones del sanatorio de Villar Iglesias, donde estaba prevista la salida del féretro (…) Pero de pronto una lluvia extraordinariamente intensa se abatió sobre la ciudad y los miles de obreros desaparecieron engullidos por soportales y tabernas (…) los restos de Valle-Inclán abandonaron la sede del sanatorio a hombros de los más próximos (…) y una concurrencia densa compareció a su paso, en silencio, impávida bajo la lluvia torrencial (…) vientos, truenos, relámpagos, todos mojados, era un cuadro increíble, digno de Goya o de Solana (…) Víctor el alemán, sabedor de que no se había pedido permiso eclesiástico para enterrar en sagrado al escritor, se le había ocurrido una idea: ir a enterrar un perro muerto al lado de don Ramón (…) Llovía y era casi de noche cuando la imponente manifestación llegó a su destino (…) Al bajar el ataúd a la fosa, un joven, luego fusilado por los franquistas, notó que sobre la tapa había un crucifijo. Se precipitó a arrancarlo y joven y ataúd rodaron juntos, en un cuadro paralelo a otros muchos creados por el propio Valle-Inclán en sus esperpentos (…).

Resulta extraño que un incidente tan destacado, de haberse producido, no figure en ninguna de las crónicas del entierro, que recogieron prácticamente todos los periódicos. Pese a lo cual se ha tenido por cierto durante muchos años.

Más allá de la leyenda

El día que murió Valle-Inclán ya estaban dramáticamente definidos los dos bloques que acabarían enfrentándose en una guerra civil seis meses después y, como hemos visto, su entierro fue una ilustración esperpéntica de esta división: en una acción paralela, la extrema derecha falangista intentando deslegitimar con el cadáver de un perro putrefacto, la manifestación multitudinaria de duelo protagonizada por una Galicia que abarcaba desde la izquierda estatal y la nacionalista hasta la derecha civilizada.

Llama la atención el respeto prácticamente unánime por la figura de Valle-Inclán, a quien llegó a identificarse con la extrema derecha, y por su obra por parte de los nacionalistas, que en algún momento criticaron que no la hubiera escrito en gallego.

Uno de los que portaron el féretro de Valle Inclán fue Castelao, quien había llegado desde Pontevedra acompañado por el alcalde de Bueu, el periodista, escritor y poeta Johan Carballeira, fusilado por los franquistas al comienzo de la guerra civil. “A Nosa Terra” publicó un artículo en castellano reivindicando la galleguidad de su obra, mientras Villar Ponte escribía en “SER” (semanario gallego de izquierdas) un texto muy elogioso sobre don Ramón.

La figura de Valle-Inclán estuvo deslegitimada por el poder político y cultural durante un largo tramo de los años del franquismo, y su obra denostada y censurada por la crítica y la enseñanza oficiales. A finales de los 50 fueron prohibidos los ensayos de Divinas palabras (se estrenó posteriormente en adaptación de Torrente Ballester), que se sustituyó por El genio alegre, de los hermanos Quintero (toda una metáfora de los valores del régimen), mientras en 1966 una de las reseñas sobre el montaje de Marsillach de Águila de blasón afirmaba que, “el teatro de Valle-Inclán está muerto, muerto, muerto”. Hoy la opinión unánime es la de que aún no ha sido superado.

Javier del Valle-Inclán evoca en la primera parte de “La muerte de Valle-Inclán” los últimos meses de su abuelo, desde su llegada a Santiago el 7 de marzo de 1935 para tratarse de un cáncer de vejiga, hasta su muerte diez meses después. La Compostela de aquellos años, los escenarios por los que se deslizaba la sombra de Valle-Inclán, los personajes que lo trataron con mejor o peor fortuna (Torrente Ballester, Álvaro Cunqueiro, Domingo García Sabell, José María Castroviejo, Francisco Fernández del Riego…), las reacciones que su figura desataba en la población y en las autoridades, las visitas a los paisajes de su infancia… se narran con una emotiva cercanía y una rigurosa documentación.

Una obra inmortal

Dramaturgo, novelista, poeta, don Ramón María del Valle-Inclán nació en Vilanova de Arousa en 1866. Se definió, a través de su personaje de farsa y tragedia, el marqués de Bradomín, como feo, católico y sentimental. Su personalidad indomable y su espíritu ácrata merecieron del dictador Primo de Rivera otros calificativos: eximio escritor, extravagante ciudadano. La vida de Valle-Inclán estuvo a la altura de una obra que buscó la novedad, la vanguardia, la ruptura de las normas y una deslumbrante imaginación que aún hoy asombra. El esperpento, una inestimable aportación a los géneros literarios, está diseminado en sus novelas y en sus dramas como el garabato genial de un creador irrepetible. Renovó el teatro hasta el punto de que obras como Luces de bohemia (la mejor de la historia del teatro español contemporáneo, según la crítica) mantienen la frescura de su primer estreno. Con el retrato del dictador Tirano Banderas inició la narrativa que daría pie al boom de la novela latinoamericana. Y su poesía trascendió un inicial modernismo para coger al vuelo el pulso de la España del 98.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

5 COMENTARIOS

  1. Muy buen artículo y muy ilustrativo. Excelente el dibujo del maestro Formoso aunque creo haberlo ya visto hace algún tiempo en el Faro de Vigo pero en blanco y negro.

  2. Si no me falla la memoria, creo que estaba en los archivos de NODO, que luego han pasado a RTVE. Poniendo «entierro de Valle-Inclán» en Google aparece bastante información al respecto, aunque no la película.

  3. Lo que cuentan Carlos G. Reigosa, Javier del Valle-Inclán y José Monleón sobre el entierro de Valle-Inclán es rigurosamente cierto y fue filmado por una cámara cinematográfica, de forma que se puede ver, como yo lo he visto, y fue exactamente así como sucedió: un auténtico esperpento. ¿Qué mejor final para su creador

  4. Un artículo magnífico sobre un escritor genial, original, misterioso, que convirtió su vida, hasta el final en lo que él quiso, un teatro digno de la dramática medieval y culto exclusivo de su personalidad.

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